Rutinas tóxicas en la gestión de talento
FORBES- 21 de junio de 2017
Las rutinas tóxicas de gestión de
talento tienen como consecuencia problemas de bajo rendimiento, resultados
raquíticos y pobre desempeño.
Es curioso como la preocupación
de las empresas se centra en rentabilizar sus operaciones y ponen atención en
el aprovechamiento de sus recursos materiales y financieros, mientras dejan de
lado la gestión del talento humano. Lo cierto es que todas las organizaciones
tienen problemas y estos involucran siempre a las personas. En realidad, en un
gran porcentaje de circunstancias, la principal causa de un mal desempeño, es
el factor humano. Nos preocupamos por la relación precio/calidad, por mantener
márgenes de utilidad y de contribución en el mercado y dejamos de ver que el
capital humano nos plantea grandes retos a ser resueltos para bien de la compañía.
Aspectos como liderazgo, retención de talento, compromiso, capacitación y
conformación del equipo de trabajo son temas pivote de gestión: pueden
catapultar el éxito o constituirse en la debilidad que termine destruyendo
nuestra cadena de valor. Por ello, son la mayor ventana de oportunidad, tanto
como la mayor amenaza de las organizaciones modernas.
Sorprendentemente, ejecutivos y
emprendedores están más al pendiente de los números, de los estados financieros
y no ponen tanta atención en sus recursos humanos. Es frecuente toparse con
situaciones en las que estamos más concentrados en los efectos que en las
causas. Muchos de los problemas que se enfrentan en la cotidianidad tienen su
origen y solución en el equipo de trabajo. Pero, al están concentrados en las
consecuencias, dejamos de ver los orígenes. De acuerdo con Tomás
Chamorro-Premuzic, profesor de la Universidad de Columbia y CEO de Hogan
Assesment Systems, es preciso tener en cuenta cuáles son las rutinas tóxicas
que pueden alentar el avance de las organizaciones y amenazar gravemente su
desempeño. Desde mi punto de vista, podemos distinguir cinco:
Desestimar la importancia de la
cultura organizacional. Cuando existe una brecha entre lo que la alta dirección
de la empresa dice y lo que la base percibe, tenemos un grave problema. Ya
sabemos que no hay la misma percepción desde las alturas que a nivel del
terreno operativo. Cuando los valores de la empresa no son congruentes, cuando
son tantos que no logramos distinguirlos, cuando todos los ignoran, cuando
formalmente se dice algo y se opera en forma radicalmente distinta, estamos
generando confusión y seguramente, sentimientos negativos hacia la compañía.
Confundir compromiso con
felicidad. La felicidad se ha convertido en un concepto subjetivo que se ha
infiltrado en las filosofías empresariales. El objetivo de una empresa es
generar utilidades y para ello necesitamos colaboradores productivos. En esta
condición, debemos estar al pendiente, más que de la felicidad como valor
superior, en dar a los integrantes del equipo los elementos concretos para
llevar a cabo su labor en forma efectiva y que, a partir de estar trabajando en
forma eficiente, se genere una sensación de satisfacción. Si hablamos de
felicidad, nos quedamos en una burbuja etérea que es fácil olvidar, si nos
comprometemos con la productividad, con elementos concretos y parámetros bien
definidos, entonces sí estaremos en el camino correcto
Ignorar el efecto tóxico de la
incongruencia. Cuando nos tomamos el tiempo de convocar a juntas periódicas
para diseñar el plan estratégico y delineamos políticas y procedimientos que
finalmente serán encuadernados y puestos a dormir en un librero, estamos
sentando las bases del desorden y de la falta de estandarización. De igual
forma, cuando los lineamientos se convierten en barreras que nos llevan a
trabajar doble o nos conducen por senderos más largos y costosos, cometemos
errores costosos que conducen a la desmotivación y al desinterés de nuestra
gente.
Tergiversar el liderazgo. La
palabra ha sufrido un desgaste colosal y como consecuencia los buenos líderes
son material escaso. Las personas que tienen que marcar la pauta no nacen
sabiendo cómo hacerlo. Tal vez, los atributos del liderazgo sean innatos, la
discusión es vieja. Sin embargo, la formación de un líder no debe dejarse al
azar, debe prepararse para conseguir los resultados esperados. En esta
condición, es preciso clarificar qué es un líder para la organización, cuáles
son los atributos apreciados y qué conductas serían inadmisibles. La definición
debe darla cada empresa en particular, debe confeccionar su traje a la medida.
Debe desarrollar su propia fórmula. Descansar en que la eventualidad se
encargará de generarnos un liderazgo en forma espontánea, además de ser ingenuo
es sumamente arriesgado.
Confiar más en la intuición que
en los datos. No hay nada más cotidiano que la visión clemente para nuestros
propios hechos. Nos endulzamos con indulgencia y autocomplacencia y este es uno
de los pecados más recurrentes que comente la alta dirección. Las
organizaciones que operan de oído y que basan sus decisiones únicamente en la
intuición, se acercan peligrosamente a la orilla del barranco. Es necesario
verificar que lo que nos dicen, lo que creemos tiene un sustento duro.
Desestimar los datos es un error. Es verdad, la intuición es una herramienta
valiosa, si y sólo si, la acompañamos de un análisis serio.
Para Chamorro-Premuzic, las
organizaciones que son capaces de evaluar objetivamente su cultura
organizacional, sustentar la productividad por medio de su equipo de trabajo,
basar sus políticas en la congruencia, potenciar un liderazgo a medida y
desarrolla una buena capacidad de análisis están en posición de construir una
ventaja competitiva robusta y de enfrentar con éxito a su competencia.
Las rutinas tóxicas en una
compañía son como heridas que nos estamos causando a nosotros mismos. Es
necesario atenderlas, limpiarlas y sanarlas. La medicina no resulta tan amarga
como puede parecer. La objetividad no es
fácil de alcanzar si estamos acostumbrados a la autocomplacencia y a ser
dirigidos por la intuición. Sin embargo,
la fórmula tampoco es complicada de aplicar. Se trata de abrir los ojos y poner
atención. La recompensa es la confianza que obtendremos, primeramente, de
nuestro propio talento y en seguida de nuestros clientes, que son el motivo por
el cual nos atrevemos a estar en el mercado.
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