What´s the name
of the game?
FORBES- 31 de julio de 3017
En el mundo de los negocios
siempre ha sido importante conocer las reglas del juego y dotarse de las
capacidades necesarias, preferiblemente superiores y diferenciales, para jugar
el partido.
En Mamma Mia!, la comedia musical
basada en las canciones de ABBA, Shopia -interpretada por Amanda Seyfield-
llega a un punto crítico en el que debe cuestionarse cuál es el nombre de ese
juego que le produce tan importante desasosiego. What´s the name of the
game? Se encuentra desorientada ante los
acontecimientos que le confunden en un momento crítico de su juventud.
Desconoce a qué atenerse en un juego del que no solo no conoce su nombre sino
tampoco sus reglas ni las exigencias para jugarlo. Mientras tanto, su madre,
Donna –interpretada magistralmente (cómo no) por Meryl Streep- saca sus propias
conclusiones ante los mismos acontecimientos, aunque ella, a diferencia de
Shopia, lo afronta desde la madurez y la experiencia: “The winner takes it all,
the loser has to fall” (El ganador se lo lleva todo, el perdedor tiene que
caer), incluso jugando de acuerdo con las reglas.
En el mundo de los negocios
siempre ha sido importante conocer las reglas del juego y dotarse de las
capacidades necesarias, preferiblemente superiores y diferenciales, para jugar
el partido con garantías de éxito. Las reglas (marcadas generalmente por los
mejores jugadores de la competición, aunque muy a menudo con la injerencia de
autoridades y reguladores), junto con los efectos de ciclos económicos,
políticos y sociales, han venido determinando cambios más o menos rápidos y
profundos en el terreno de juego. Así, la capacidad de adaptación a los cambios
se ha considerado un paradigma generalmente aceptado en las teorías y doctrinas
del management, con o sin un copyright reconocido a Darwin y su selección
natural de las especies.
En el ámbito de las empresas
familiares, aun reconociendo su aportación indudable a la creación de riqueza y
empleo, de progreso y bienestar, tradicionalmente se les ha atribuido
-especialmente por los estudiosos del tema- una miopía y torpeza indudable al
afrontar los cambios exigidos por el juego, bien por insuficiente
“profesionalización” del equipo, bien por una incorrecta elección de entrenador
y jugadores cuando las circunstancias, tanto objetivas como emocionales, así lo
exigían (liderazgo, cohesión, sucesión, crisis, etc.). La consecuencia para
aquellos que no tomasen cartas en el asunto era una “muerte” cierta, aunque no
necesariamente súbita. Simplemente, una cuestión de tiempo.
Hoy en día, creo que estamos
ampliamente de acuerdo en que en el mundo en el que vivimos se siguen
produciendo cambios (cómo no), pero éstos son menos previsibles, más profundos
y, especialmente, se producen a un ritmo mucho más rápido. Hablamos de
volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad. Paradójicamente, es ahora
cuando hemos puesto de moda un acrónimo inglés (VUCA) que se remonta al fin de
la guerra fría en el pasado siglo. Y, al mismo tiempo, apelamos reiteradamente
a una socorrida Ley de Moore cuya interpretación y vigencia se ha generalizado
más allá de los transistores y microprocesadores para los que fue formulada en
1965.
Dónde antes hablábamos de
progresión aritmética, ahora convivimos con la progresión geométrica. Frente a
la idea del cambio, ahora hablamos de transformaciones. En última instancia,
llegamos a asimilar la enorme probabilidad de ocurrencia y el tremendo impacto
que concita la combinación de enormes fuerzas o mega-tendencias, principalmente
tecnología, globalización y diversidad en sentido amplio, que finalmente
devienen en eso que llamamos “disrupción”.
Por disrupción entendemos cambios
profundos del status quo, más allá de las meras reglas del juego. Se trata de
toda una revolución del juego en sí. No se trata de un partido diferente, es un
juego diferente, o muchos juegos diferentes en los que hay que participar
simultáneamente. Un “the winner takes it all, the loser has to fall”, pero
ahora sin concesiones, ni límites, ni árbitros que sean capaces de anticipar
las nuevas reglas. Y con muy poca capacidad de reacción para tomar las decisiones
adecuadas y llevarlas a la práctica con agilidad, rapidez y acierto.
El reciente informe de Deloitte
“Next generation family businessess – leading a family business in a disruptive
environment”, de mayo de 2017, señala con acierto que cuando los cambios
radicales y la disrupción emergen, las empresas familiares se enfrentan a
diferentes desafíos en comparación a sus competidores no familiares, lo cual no
quiere decir que no puedan sacar ventaja de sus fortalezas a partir de
construir sobre esos pilares que las distinguen unas nuevas o reforzadas
ventajas competitivas. Las empresas familiares, de hecho, se benefician de su
independencia y libertad de acción para reaccionar rápidamente a cambios en el
campo de juego, y esto, como ya he dicho, constituye un valiosísimo activo en
tiempos de disrupción.
Buenas noticias, pues, para las
familias empresarias: el axioma “irrefutable” que quiere justificar que las
empresas familiares acaban muriendo sí o sí, no sólo no está soportado por la
evidencia empírica histórica, sino que tampoco parece tener eco en los
ejercicios de prospectiva actuales. Ahora bien, para competir y celebrar el
éxito, sea el que sea el nombre del juego que decidamos jugar, hoy se requiere
más que nunca preparación, planificación, liderazgo, gobernanza, financiación y
recursos que emanen de un propósito, una visión y una cultura que abarquen y
coaliguen positivamente a la familia propietaria entre sí y ésta con la
empresa. A este respecto, recomiendo leer “The ´missing middle´: Bridging the
strategy gap in family firms”, título de la encuesta de empresa familiar 2016
de PwC
Al igual que en Mamma Mía!, no
hay problema familiar ni reto que se resista si toda la pasión y el sentido
común se dan cita, con amor y generosidad, en ese juego retador pero compartido
cuyas reglas son por todos aprendidas y respetadas, en la diversidad, sean de
la generación que sean. Y, en el camino, disfrutar de la banda sonora que nos
conduce a celebrar el tan deseado final feliz.
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