La corrupción responsable
FORBES- 27 de julio de 2017
La percepción de participar en el
servicio público pasó de la imagen de abnegación, entrega y sacrificio en
función de los demás, a la de una oportunidad de acceder a un mejor nivel de
vida.
La inmovilidad emocional que
sufre el establishment político mexicano ante la serie de reacciones masivas
que ha provocado la mala ejecución de la administración del gobierno mexicano
en todos los niveles pareciera ser el resultado de una total falta de empatía
entre la responsabilidad de gobiernos y bienestar de gobernados. La sistemática
decadencia de los fines a los que aspiraría un servidor público, resultado de
un abuso constante de la misión política, ha tergiversado por completo los
motivos y razones por los que los actuales -y tristemente parece que futuros-
responsables de la conducción del país se han incorporado al servicio público.
En todos los niveles de gobierno, y en todas las ramas del poder -Ejecutivo,
Judicial y Legislativo- el manejo patrimonialista del ejercicio del poder ha
demostrado que la actual generación política mexicana de todos, repito, todos
los partidos políticos y sus correspondientes representantes han creado una
delincuencia organizada alternativa. Abusos en presupuesto, en ejercicio de los
dineros que en teoría deberían administrar en beneficio de la mayoría y cuidar
para evitar malos usos del mismo, prepotencia hacia sus pares -es decir,
nosotros-, y complicidad en la degradación económica que significa la
distribución de recursos del Estado en beneficio de negociaciones por debajo de
la mesa que cada vez más incrementan el porcentaje de participación de cada
proyecto (cuando acusaron a todas voces a Raúl Salinas de Gortari en 1995 le
llamaban ‘Mr Ten Percent’, participación ilícita en contrataciones
gubernamentales que parece ridícula frente a los niveles de ‘mordida’ que hoy
en día se saben por parte de gobernadores e intermediarios del servicio público
a nivel federal, estatal y municipal, poderes Legislativo y Judicial) y, lo que
es peor aún, en calidad de servicios y bienes.
En lo que llamaremos ‘corrupción
responsable’ el PRI del siglo XX ejerció una política pública con cierta
responsabilidad y conciencia histórica por parte de hombres que con claridad
intelectual entendían que la posibilidad de ejercer el poder en beneficio de
proyectos de nación bien hechos, con una realización al standard más alto de
calidad, era la ruta para la perpetuación en el ejercicio de gobierno.
Respetaban la opinión pública, las necesidades de la población eran estimadas,
y se generaban acuerdos de distribución de riqueza que beneficiaban a todos los
grupos de poder abriendo las posibilidades para siempre nuevos participantes
que entendieran el juego y que respetaran las reglas que ponían por encima de
todos los valores el respeto al país, a su obra y legado, y que a su vez
comprendieran la alternancia necesaria para la justificación teórica del modelo
‘democrático’ nacional. Durante años, desde 1929, así funcionó el sistema que
dio origen a todos los partidos políticos que hoy en día pretenden disputar el
gobierno de México. Siempre entendido el ejercicio de gobierno como uno que
tenía sus correspondientes beneficios adicionales, la sociedad aceptó que
aquellos que decidían involucrarse en el juego de poder tuvieran recompensas
que superaban las remuneraciones oficiales de cada puesto, siempre y cuando la
sociedad en general viviera su dinámica en paz, tranquilidad y estabilidad
económica. En 1970, con el arribo de Luis Echeverría y la persecución de un
modelo de gobierno basado en un socialismo ‘a la mexicana’ la fuerza absoluta
del presidencialismo abrió la posibilidad para que el desequilibrado
pensamiento de un funcionario gris de aspiraciones maoístas se transformara en
visión de Estado y transformara la lógica económica y social de un país para convertirlo
en un absoluto caos consecuencia de las oportunidades que la necesidad de
consolidar una economía de Estado competitiva en el mercado interno dio a
cientos y cientos de empresarios improvisados que, sin embargo, aceptaban las
condiciones estrechas de un mercado en un gobierno que intentó hacer la
revolución socialista desde adentro. El desbordamiento de la irresponsabilidad
financiera de un solo hombre, acompañado de cómplices igual de responsables que
supieron esconderse a tiempo, llevo a la quiebra a un país que había mantenido
una clara estabilidad económica con tasas de crecimiento razonables entre 1945
y 1970, iniciando así la crisis de la que no hemos podido salir hasta este
2017.
La sucesión de 1976 que ganó un
solo candidato que aun así realizaría una gira a nivel nacional para tratar de
justificar el terrible momento histórico que resultó en la ausencia total de
oposición que, en el desencanto electoral masivo, y bajo una amenaza
totalitaria encima, decidió manifestar el descontento nacional con su ausencia
para dejar el camino libre a un hombre que, con el mismo poder presidencial
intacto, desmantelo el estatismo económico del sexenio 1970-76 para sustituirlo
con un presidencialismo de cabaret, arrogante en su ignorancia y con total desprecio
a la ética privilegiando el asalto al poder que terminaría, en 1982 hundiendo
aún más al país nacionalizando la banca mexicana para capitalizar las quebradas
finanzas nacionales que el dispendio personal que institucionalizo el ejercicio
de la corrupción como una fórmula de gobierno aceptada. El desarrollo de la
corrupción responsable se daba siempre bajo la condición de que el resultado
del intermediarismo burocrático fuera de absoluta e irrefutable calidad. Esto
es, que se negociara por abajo de la mesa a través de mecanismos sofisticados
de ocultamiento de las actividades ilegales de corrupción siempre y cuando el
bien que se adquiriera, o el servicio que se contratara, o la obra que se
realizara, fuera de la más alta calidad cumpliendo con los requisitos
planteados en los planes de gobierno que, por cierto, siempre han sido de
magnifica elaboración y pésima ejecución.
La llegada, a partir de 1982, de
académicos formados en el extranjero, y por lo tanto con valores y principios
de carácter más sólido, sofístico el sistema de corrupción responsable
literalmente convirtiéndolo en parte de los presupuestos en ejercicio, con ello
manteniendo una disciplina financiera y de objetivos y fines claros en el
entendido de mantener una línea de calidad que certificara el ejercicio de
poder ante la opinión pública. Esta tendencia de control académico de la
corrupción se mantuvo como una línea de pensamiento administrativo hasta el año
2000 con la llegada de la oposición a la presidencia de la Republica.
En la confusión y desorden de la
transición, que mantuvo en lugares estratégicos a personajes conocedores de la
mecánica de administración de la finanza pública, y sin un principio ideológico
de administración y entrega de cuentas gubernamentales a la sociedad, fue el
inicio del fin de la corrupción responsable. Con un gobierno que estaba
atendiendo de forma superficial y en forma, no fondo, los problemas
estructurales del país, el cuidado de la disciplina financiera desde el punto
de vista de los acuerdos tácitos de las organizaciones a cargo del gobierno, en
todos sus niveles y en todas sus áreas y formas de poder -Legislativo, Judicial
y Ejecutivo- se perdió y la percepción de participar en el servicio público
pasó de la imagen de abnegación, entrega y sacrificio en función de los demás,
a la de una oportunidad de acceder a un mejor nivel de vida. Ingresar al
servicio público paso a ser un ritual de aceptación a una organización con
claras metas económicas y acuerdos no escritos en donde cada uno es responsable
de una espalda. La distribución de los dineros que generaba el gobierno era más
importante que las metas de servicio, adquisición de bienes o construcción y
manutención de obras. Pensando en formas de mantener el poder, los políticos de
la generación 2000 en adelante manipularon los recursos financieros para
comprar conciencias y voluntades por encima de la realización de proyectos de
gobierno, de país. El sexenio 2006-2012 con una todavía más nueva generación al
poder, sólo exacerbó el modelo y el país comenzó a entrar en una fase de
descomposición en la que, la ‘apertura’ democrática permitió que el modelo de
corrupción responsable desapareciera también de los niveles estatales y
municipales. Las estrategias políticas de ‘guerra contra el narco’, iniciadas en
2006, no hicieron sino echarle más fuego al incendio de la corrupción. Con un
modelo que inició su destrucción en 1994 con la rebelión al interior del PRI
que dejo ver las cuarteaduras del sistema, la perdida de discurso ideológico,
de credibilidad intelectual que sucedió en los gobiernos de Zedillo, Fox y
Calderón, que transformó la adopción de nuevos jugadores en el concurso
político de su fidelidad y compromiso con ideas y visiones de país, a la de
posiciones de privilegio para le recolección de dinero producto de
intermediación en las acciones administrativas de gobierno, perforó la solidez
y el cimiento del sistema mexicano para terminar de destruirlo, financieramente
hablando, empujado adicionalmente por todo el derrumbe político que inició el 1
de enero de 1994.
Los gobernadores en fuga,
diputados y senadores destruyendo la dignidad del Poder Legislativo balconeados
en actos de corrupción constantes, jueces que con argumentos de la más mínima
fortaleza intelectual dejan libres a sus cómplices delincuentes, secretarios de
Estado que se aferran a la ‘chamba’ dejando al descubierto las redes de
influencia que intentan proteger, precandidatos que sin ningún sustento
racional o estructura de pensamiento que convenza por su lucidez ante los
problemas y potenciales soluciones del país intentan ser presidentes ‘porque
quieren a México’, medios de comunicación que funcionan a las órdenes de
auténticos ministerios de propaganda que esconden y desaparecen una información
y/o enaltecen otra, bajo consigna, y finalmente, en el punto más bajo de la
contaminación que perdió a la ‘corrupción responsable’ el interés personal de
miles y miles de mexicanos que, aupados por el ejemplo degradante de todos los
involucrados en la cadena mencionada, deciden preocuparse por si mismos
sacrificando en su totalidad el bien colectivo. Doscientos pesos en la bolsa el
día de la elección son mejores que promesas de un mundo mejor para nuestros
hijos.
¿En dónde?, si algún día, se
destrabará este mortal círculo vicioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario