¿Es posible un mundo sin
ideologías?
FORBES- 25 de diciembre de 2017
El pensamiento siempre precede a
la acción. Sin embargo, los políticos de hoy parecen abandonar el pensamiento
para atenerse a un mero pragmatismo primitivo y, por tanto, vacío.
El 2018 quedaremos saturados de
política partidista y de discursos vacíos de reivindicación sectorial, de
ataques superficiales y de debates en torno a posiciones (reparto de cargos y
nombramientos como si se tratara de un botín de guerra). Como hemos
experimentado en las últimas décadas, “las ideas brillarán por su ausencia”. Se
discutirán posiciones, pero no ideas; se hablará de política, pero no de
Estado. Para los políticos de hoy, ni las ideas ni las instituciones
constituyen un buen gancho para el marketing, pero ¿podemos seguir haciendo
política basados exclusivamente en el pragmatismo partidista primitivo, sin
ideas ni ideales?
A cien años de la Revolución Rusa
de 1917
Este año 2017 que termina
celebramos el centenario de la Revolución Rusa de 1917, que tuvo como resultado
el triunfo del partido bolchevique y la instauración de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS). Conmemoración que es motivo para debatir acerca
del papel que han jugado y que pueden jugar en un futuro las ideologías.
La ideología en sentido amplio es
una estrategia del lenguaje, que busca crear atmósferas de significados y
referencias de orden mental a través de la colocación de frases, imágenes y
palabras, que dan un nuevo sentido a la realidad; por ejemplo, en la Revolución
Rusa, expresiones sacadas de la doctrina marxista, como igualdad en la
distribución de la riqueza, justicia plena o liberación del proletariado
(redención), fueron claves para crear un sistema de ideas e imágenes, es decir,
un lenguaje, con el cual se justificaba toda acción política. A partir de la
Segunda Guerra Mundial y hasta finales del siglo XX, las ideologías dominaron
el debate político ofreciendo al mundo dos posibilidades: la que ofrecía la
izquierda marxista (especialmente la encarnada por el socialismo de la URSS) o
la que nos presentaron las democracias capitalistas occidentales de corte
liberal (encabezadas por EU y la OTAN).
Este esquema entró en crisis a
finales de la década de los noventa del siglo XX y principios del siglo XXI.
Primero, con el desmembramiento de la antigua URSS (Rusia y sus satélites en
Europa Oriental) y, después, con el aparente triunfo del mundo sin ideologías,
caracterizado por su sentido práctico, sin complicaciones filosóficas, moderno,
científico y tecnológico, dando inicio así al mundo de la globalización.
Francis Fukuyama, filósofo
estadounidense, escribió un libro a finales del siglo XX en el que cantaba la
victoria de ese “mundo sin fantasmas ideológicos” en un sugerente libro
titulado El fin de la Historia y el último hombre en el que sostenía el
abandono del esquema ideológico para asumir la praxis del mercado global.
Por su parte, Norberto Bobbio
señaló por entonces que estábamos en presencia de una suerte de transversalismo
ideológico, pues habiendo llegado a su fin el socialismo creado por la
Revolución rusa, es decir, la izquierda, ¿qué razón de ser tenía una derecha?
¿Cuál es el referente de una posición binaria faltando uno de sus elementos? ¿Habíamos
llegado a esa muerte de las ideologías de la que unos años antes había hablado
Daniel Bell en su extraordinario ensayo La crisis del capitalismo?
El pragmatismo del mercado
En el terreno del Derecho, la
globalización dejó tras de sí un Estado debilitado, sin demasiadas
posibilidades económicas ni políticas de sostener alguna ideología que pusiera
en aprietos al poderoso mercado internacional. Su expresión más acabada es el
llamado Derecho suave o Soft Law, que es un conjunto de reglas de contenido económico,
técnico y comercial, creado en el seno de las grandes organizaciones privadas,
como el Foro Económico Mundial, las organizaciones mundiales de certificación y
estandarización de calidad (ISO) o la Cámara del Comercio Internacional, entre
otras. Por su parte, Fitzmaurice afirmó que ese Derecho suave (suave por
oposición al Derecho fuerte emanado de los Parlamentos o Congresos nacionales
denominado Hard Law) es uno de esos fenómenos jurídicos que se mueve en los
linderos de los deberes y las obligaciones, o del derecho y los principios
(Fitzmaurice, International Protection of the Environment, 2001), es decir, un
sistema regulatorio suave que, no siendo derecho fuerte de orden público,
termina por tener a veces mayor peso que éste.
Fluidez, liquidez, volatilidad,
son las características de ese pragmatismo desarraigado del mercado privado y
carente de compromisos formales con el bienestar social, con los derechos
humanos o con todo aquello que se salga de los márgenes regulatorios
establecidos por las grandes organizaciones del mercado. A este propósito, el
sociólogo polaco Zygmut Bauman señalaba con todo acierto que hasta hace medio
siglo, más o menos, las ideologías, por así decirlo, envolvían al Estado y a
los intereses y fines fijos de este. Las ideologías de hoy envuelven más bien
la ausencia del Estado… (Bauman, Estado en crisis. Paidós, México, 2016).
Por ello resulta importante
revisar si ese pragmatismo regulador del mercado sigue teniendo sentido o ha
generado algún tipo de desventaja para la política y el Estado.
La indignación: ¿una ideología?
El esquema de la muerte de las
ideologías y el triunfo del pragmatismo político también entró en crisis con
motivo del colapso financiero internacional iniciado en Estados Unidos en 2007,
el cual fue repercutiendo expansivamente en el mundo hasta llegar a la gran
crisis financiera en 2011.
Lo que se produjo fue una crisis
de ese mundo global sin ideologías, ni discusiones acerca de la naturaleza de
la política o de la economía. Fue entonces cuando tuvo lugar en España un
fenómeno que agrupó a grandes grupos de personas pertenecientes sobre todo a
las clases medias más afectadas por la crisis financiera y la consecuente caída
del poder adquisitivo y del empleo al que se conoce como Movimiento de los
Indignados.
La indignación es un sentimiento
compartido de injusticia, de marginación, de frustración y de engaño. Ciertas
preguntas parecen motivar este Movimiento en sus acciones: ¿dónde estuvo el
Estado mientras el mercado hacía de las suyas? o más aún: ¿dónde estuvieron los
políticos mientras las grandes organizaciones privadas del mercado se enriquecieron
sin ninguna traba legal que protegiera los bienes comunes de la gente?
En este contexto los culpables
eran: los políticos. Políticos con o sin cargo de elección popular, es decir,
queda ahí incluido todo el aparato burocrático del sector gubernamental público
que, al parecer, según la versión de los indignados, estaban demasiado
distraídos en sus propios intereses de élite, casta o grupo para pelear por el
poder.
México no es excepción. Gran
parte de la sociedad mexicana reclama justicia, no a partir de los principios
de una ideología concreta ni unitaria -como el entonces socialismo de la URSS o
el fascismo de los años cuarenta del siglo XX-, sino a partir de un sentimiento
de indignación que parece unir a la gente. Por eso no es de extrañar que se
estén produciendo alianzas o coaliciones de partidos políticos que, desde el
punto de vista ideológico, son opuestos. Ante la obsesión de su supervivencia,
y a pesar de su incompatibilidad, vemos crearse coaliciones o Frentes de
partidos políticos de izquierda con partidos de derecha, dando lugar a grupos
políticos, aparentemente sin ideología, pero con excesivo pragmatismo
primitivo. Pero eso no es más que aparente, pues la mayoría de los partidos han
descubierto la atractiva potencialidad de la indignación social para
convertirse en voto masivo. Por ello hoy todos los aspirantes y candidatos a
las #Elecciones2018 parecen querer deslindarse de la política tradicional de
los partidos y aparecer como los portavoces “pseudo-ciudadanos” de la indignación.
¿México sin ideologías?
El pensamiento siempre precede a
la acción. Sin embargo, los políticos de hoy parecen abandonar el pensamiento
para atenerse a un mero pragmatismo primitivo y, por tanto, vacío. Pero ¿cómo
prometerle o garantizarle a los indignados que no habrá más involución, engaño,
injusticia, inseguridad y pobreza en su agravio?
La única forma de lograr un
verdadero cambio social es a través de la institucionalización de la política,
pues es el mejor vehículo que hemos construido los seres humanos para debatir
ideas con orden, respeto y tolerancia. Más allá de los espacios creados
exprofeso para debatir, está la calle, donde también es posible participar por
medio de la opinión; pero la opinión (pública) como sostiene Friedrich A.
Hayek, corre el grave riesgo de venir determinada exclusivamente por la praxis
y el marketing político, es decir, por frases hechas y lugares comunes y no por
ideas basadas en estudios y en deliberaciones profundas y serias.
De ahí la importancia de
recuperar las ideas políticas, antes de asumir la praxis partidista. Me refiero
a aquellas ideas que constituyen la plataforma ideológica de un partido o a las
que son resultado del estudio de las tendencias regulatorias en el mundo
actual. Sin ideas es imposible que se produzca un verdadero debate político. A
lo mucho, los partidos y los candidatos se entrampan en altercados donde los
argumentos son sustituidos por la denigración, o el ataque ad hominem, es
decir, a la persona y no a sus propuestas.
¿Existe hoy alguna ideología en
México que proponga un sistema de razonamiento de los problemas o un enfoque
racional para su análisis? ¿Tienen los candidatos y partidos una visión de país
que nos permita proyectarnos más allá del 2018? Nuestra lamentable realidad de
hoy confirma las respuestas.
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