Alguien debe detener la corrupción en
Latinoamérica
FORBES – 6 de diciembre de 2017
La corrupción no conoce
ideologías. Lo mismo se encarna en gobiernos de izquierda, que en los de centro
y derecha. Los andamiajes institucionales son endebles ante esta “enfermedad”.
Un cáncer se extiende en América
Latina. Lo conocemos como corrupción y avanza a pasos agigantados. No respeta
países. Corrompe estructuras públicas y privadas. Se lleva las ocho columnas en
los diarios; es la “noticia” en los principales noticieros de radio; internet
nos inunda todos los días con el tema; es trending topic en redes sociales
(#corrupción); los memes que abordan el tema no cumplen con el cometido de
causar sonrisas, sino preocupación.
El tema nos asfixia. Se cuela a
nuestras casas por los televisores. Se personifica cada que vamos a realizar un
trámite. Lo vemos en autopistas mal hechas, en proyectos de infraestructura con
sobrecostos, en enriquecimientos inexplicables, en la debilidad de
instituciones para procurar justicia y en la falta de elementos legales que
generen un ambiente propicio para los negocios.
La corrupción en los distintos
países de América Latina se da en grados diferentes, pero nadie se salva. El
índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional pone como
el país más corrupto a Venezuela, seguido de Guatemala y México. Detrás de
estos están, en ese orden, El Salvador, Ecuador, República Dominicana, Perú,
Argentina, Colombia, Panamá y Brasil.
Pero la corrupción es más que un
asunto de percepción. Una prueba de ello es que en la mayoría de los países
mencionados se investigan casos como el de Odebrecht, el constructor gigante de
Brasil acusado de sobornar a altos funcionarios de Latinoamérica con más de 735
millones de dólares para favorecerse de obras importantes.
La corrupción supone 5% del PIB
mundial. En América Latina algunos especialistas hablan de 2% del PIB; otros,
hasta de 8%. Lo cierto es que en países emergentes más de 25% de los casos de
corrupción, según el Banco Mundial, tiene que ver con contratos mercantiles, en
detrimento de los negocios y el propio desarrollo.
Y no, la corrupción no conoce
ideologías. Lo mismo se encarna en gobiernos de izquierda, que en los de centro
y derecha. Los andamiajes institucionales son endebles ante esta “enfermedad”
que va matando nuestras sociedades.
¿Necesitamos un órgano
supranacional con capacidad de acción para detener este cáncer? El tema ya se
ha puesto en la mesa antes. La pregunta que sigue es si los grupos de colusión
dejarán que pase una iniciativa como ésta en Latinoamérica.
Nos habremos de dar cuenta que el
cáncer nos mató como sociedad cuando los vendavales de noticias de corrupción
dejen de sorprendernos. Entonces habrá poco que hacer. Mientras tanto me niego
a aceptar que nos ha ganado la batalla.
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