El problema más difícil (y
desagradable) en finanzas
FORBES – 6 de diciembre de 2017
Todos nos llegaremos a nuestra
vejez económica, la incapacidad de generar ingresos durante la denominada
tercera edad. El retiro es todo un desafío.
El poeta Donald Hall escribió
“Después de una vida de admirar la vejez, la naturaleza me convirtió en viejo”.
Esto resume sabiamente el hecho irrefutable que estamos destinados a
convertirnos en ancianos; y añado: Todos nos haremos viejos económicos.
Esta vejez económica consiste en
la incapacidad de generar ingresos consistentes basados en el trabajo durante
la (muy cursi) llamada tercera edad: Es evidente que un agricultor de edad
avanzada no cuenta con el mismo vigor y energía que uno joven, por lo que es
natural que su productividad vaya en declive con los años. Pero la vejez
económica no solamente aplica para aquellas actividades que requieren de labor
física: Eventualmente, la mayoría de los doctores, abogados, pilotos de avión y
enfermeras sucumbirán a los estragos de la vejez y en algún momento tendrán que
dejar de trabajar. Este es el temido retiro, que resulta en lo que puede ser el
problema financiero más difícil y desagradable que existe.
Los incrementos significativos en
la expectativa de vida en los países desarrollados (40 años al principio del
siglo XX vs. 80 años actualmente) han modificado radicalmente la ecuación
económica a través de la cual los individuos sobreviven a la vejez: Hace unas
cuantas generaciones, la solución era formar una familia extensa, en donde los
hijos y nietos pudiesen procurar de forma mancomunada el sustento a los
ancianos. Esta fórmula ya no aplica bajo el modelo de familia moderna con 1 o 2
hijos, que difícilmente podrán mantenerse a sí mismos de adultos, mucho menos
cargar con sus viejos cuando éstos se retiren.
Estoy cerca ya de los 50 años, y
pienso frecuentemente acerca de cómo será mi retiro. Estoy convencido que
retirarme a los 65 años puede ser demasiado tarde para llevar a cabo los planes
de vida que tengo con mi esposa, y no estoy seguro que pueda trabajar otros 15
años al mismo ritmo que lo hago actualmente. Me pregunto: ¿Estoy preparado? ¿Mi
ahorro será suficiente para mantenerme a mí y a mi esposa durante nuestra
vejez? ¿Qué haré con el tiempo que recupere al momento de mi retiro? ¿Qué
pasará con nuestros hijos?
Cuando hablamos acerca del
futuro, a los mexicanos nos gusta poner nuestras esperanzas allá arriba.
Encogemos los hombros al tiempo que decimos “ya Dios dirá”. Sin embargo,
encuentro que entre mis colegas y amigos también se hacen estas mismas
preguntas. La educación financiera, el incremento en nuestra longevidad, la
existencia de planes más sofisticados de pensiones y en general una mejor
conciencia del retiro en México son los ingredientes con los que podemos abrir
más esta discusión en nuestro país.
Recientemente, el premio Nobel de
economía William Sharpe (quien de forma ejemplar sigue muy activo a los 83
años) publicó abiertamente su trabajo relacionado a las Matrices para
Escenarios de Ingreso durante el Retiro, incluyendo el “dilema de la
decumulación”, es decir: El uso de los ahorros durante el retiro.
Sharpe, siendo el padre del
Capital Asset Pricing Model, y otras teorías bastante sofisticadas, llama a
este dilema el Problema más Difícil y Desagradable en finanzas. Muchos
retirados viven actualmente bajo la regla de dedo que les ha sido recomendada por
sus asesores financieros: Retirarse a los 65 años, y gastar anualmente el 4% de
sus ahorros hasta que a) Fallezcan, o b) Se queden sin dinero. En mi caso, la
opción a) parece la menos agresiva.
Esta regla de dedo resulta
incompleta para una realidad financiera en donde los escenarios potenciales son
casi infinitos cuando se combinan las distintas variables relevantes:
Expectativas de años de vida, niveles de inflación, desempeño de los mercados
financieros, ingresos por otras fuentes (por ejemplo: pensiones, rentas
inmobiliarias, o empleo ocasional en el futuro), así como la variable más
compleja en evaluar: La utilidad del ingreso obtenido en cada año subsecuente.
Los académicos de la economía del
comportamiento (Richard Thaler recientemente ganó el Nobel de Economía por su
trabajo en este campo) han demostrado que los seres humanos a menudo tomamos
decisiones económicas que resultan irracionales. Esto es, no somos una
computadora que puede calcular con total precisión los posibles escenarios
derivados de nuestra toma de decisiones: Nos gobiernan el miedo, la avaricia,
la incertidumbre y todos los sesgos emocionales que constituyen parte de
nuestra esencia. Por lo tanto, cuando tomamos decisiones financieras con
respecto a nuestro futuro, y especialmente en cuanto a la vida que visualizamos
tener durante el retiro, somos criaturas irracionales con una capacidad
extraordinaria para fabricar expectativas y soluciones inverosímiles.
Sharpe nos brinda algo de ayuda
en delinear esta situación idealizada de nuestra vida de ancianidad con base en
el cálculo de un valor numérico de “utilidad esperada” de cualquiera de los
escenarios de ingreso durante nuestro retiro. Por ejemplo: Si dado que
considero que al jubilarme ya no tendré que gastar en aspectos como gasolina,
vestimenta formal, estacionamientos, comidas fuera de casa, etc. entonces podré definir al 75% de mi ingreso
laboral como ingreso de retiro, y podré entonces definir también a mi “utilidad
esperada” como 0.75 veces mi ingreso corriente. Naturalmente, esta utilidad
esperada puede irse reduciendo al paso del tiempo conforme los requerimientos
de ingreso son cada vez menores (los hijos ya están trabajando, se viaja menos,
los gastos superfluos se reducen, etc.).
La idea planteada por Sharpe es
que esta utilidad esperada se convierte en una medida de felicidad, medida como
un promedio de todos los niveles futuros de felicidad posible; considerando la
inflación, expectativa de vida y desempeño de los mercados, ponderados todos
por su probabilidad de ocurrencia. La idea es seleccionar de entre los
escenarios posibles el “mejor”, es decir, el que tenga el mayor nivel de
utilidad esperada de acuerdo con las preferencias personales de cada individuo.
La miríada de escenarios y
resultados potenciales de este análisis son dignos de los problemas más
sofisticados en finanzas. También pienso que el proceso de análisis para
resolver este problema resulta desagradable: Además de estar considerando
nuestra propia inhabilitación económica y mortalidad, este dilema no admite
equivocación – El recipiente de un mal análisis, o una decisión equivocada,
seré yo mismo. Y francamente, prefiero morir antes que convertirme en un lastre
económico durante mi vejez.
*Juan Fernández es CFO de
Engenium Capital.
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