19 de septiembre 1985 / 19 de
septiembre 2017
FORBES- 21 de septiembre de 2017
Aunque se repiten las imágenes de
desconsuelo y tragedia, podemos sentir, aunque sea un poco, de consuelo, de que
la dimensión tan terrible del terremoto de 1985 no se repitió.
El 19 de septiembre de 1985 me
encontraba en la ONU a través de una convocatoria para periodistas de países
‘no alineados’ -todavía existía el concepto de país ajeno a la guerra fría-
para asistir a la Asamblea General del 24 de septiembre. Había llegado a NY el
9 de septiembre. Para el 19 ya nos conocíamos algunos de los periodistas
invitados por lo que alrededor del mediodía una periodista venezolana se acercó
a preguntarme si todo se encontraba bien con mi familia después del terremoto
de la mañana.
En una era sin telefonía celular,
sin Internet, en donde la información era divulgada mundialmente por agencias
informativas que tenían corresponsales en los distintos países de su cobertura
que recopilaban información y la enviaban vía telex a los distintos medios
impresos, radio, tv, y en este caso, la central de prensa de la ONU, Yajaira,
como se llama esta amiga venezolana, se había enterado del evento ya que una de
sus funciones para el medio con el que colaboraba en Venezuela era precisamente
realizar un chequeo de la información mundial vía telex temprano por la mañana.
Yo no sabía de qué hablaba pero
le contesté que seguramente sí, todos estaban bien en mi casa, ya que el término
‘earthquake’ en inglés no tenía matices como si lo tenía en castellano la
diferenciación ‘temblor’ a ‘terremoto’. O cuando menos en México sí que tenía
una diferencia pues estábamos acostumbrados a sentir temblores de manera
regular sin por ello caer en la alarma. Su cara de preocupación y seriedad, sin
embargo, me preocupó porque si había un tono de catástrofe que yo desconocía,
en su dialogo.
Alrededor de la 1 de la tarde,
hora local de NY subí al cuarto de telex del edificio de la Secretaria General
de la ONU, un cuarto en donde estaban todos los telex de todas las agencias
informativas del mundo, y comencé a revisar los pliegos de papel que se
desenrollaban de cada máquina -similar a una máquina de escribir de gran
tamaño-. Ahí comencé a darme cuenta que efectivamente había una situación mucho
más seria de lo que yo ni había imaginado. Se hablaba de edificios colapsados,
zonas de desastre por toda la Ciudad de México, gente atrapada entre los
escombros, y una lista de personas fallecidas. Al leer la lista identifiqué un
nombre, el de Sergio Rod, conductor y productor de radio que había sido mi
primer jefe en el Núcleo Radio Mil y que llevaba poco más de tres años
realizando un programa llamado ‘Batas, Pijamas y Pantuflas’ en una estación de
Organización Radio Formula cuyo edificio se había caído en el terremoto de la
mañana quedando atrapado él y parte de su equipo de producción en los escombros
del estudio de transmisión que se encontraba en la planta más alta del
edificio. Al leer el nombre de Sergio, y sentir la cercanía de la muerte, el
tamaño del problema comenzó a crecer exponencialmente por minuto.
No había comunicación telefónica
con México y América Latina pues, lo sabríamos más adelante en el día, la torre
de telecomunicaciones que enlazaba a México con los Estados Unidos y que era el
paso de la comunicación telefónica a América Latina desde Norteamérica, se
había caída dejando totalmente incomunicada, vía telefónica, a la Ciudad. Las
imágenes de televisión que transmitían la CBS, la NBC o la ABC siempre se
generaban desde el mismo lugar: la calle de Juárez en el centro, la zona de
Insurgentes y viaducto, o imágenes aisladas por la zona de Churubusco y
Tlalpan. Al día siguiente, viernes, tramité mi viaje a México.
La imagen que teníamos en NY
todos, era de incertidumbre, a tal grado que mis compañeros me preguntaban qué
cómo le iba a hacer para desplazarme del aeropuerto al sur de la Ciudad que era
en donde vivía mi familia, se encontraba el NRM. El nivel de desinformación era
a ese nivel de alarmante. Llegué a la Ciudad el sábado a mediodía. El
aeropuerto funcionaba con normalidad y al salir con rumbo hacia la colonia Del
Valle toda la ruta proyectaba una vida normal. Gente jugando futbol en el
camellón de Churubusco, el tráfico usual de sábado a mediodía. Sin embargo, una
vez confirmada la salud de mi familia fui al NRM a visitar la instalación de
trabajo y fue cuando me golpeó el problema real del terremoto.
Me incorporé a las labores de
acopio de medicinas que se estaban llevando a cabo en la planta baja del
edificio de Insurgentes y Olivo, a la recopilación y distribución de
información de los nombres de las personas fallecidas que estaban siendo
reunidas en el campo de béisbol de Cuauhtémoc y Viaducto, y salí con alguna
brigada informativa a la zona de destrucción que comenzaba sobre Insurgentes
pasando Viaducto.
Medellín e Insurgentes, amplias
zonas de la colonia Roma, el Centro Médico, el multifamiliar frente al Centro
Médico, el cine Internacional, más edificios colapsados. El gran edificio de
Insurgentes y Reforma que era hotel, mas edificios en la glorieta de Colon, las
instalaciones de Televisa en avenida Chapultepec y llegando al centro el
desastre total de la calle Juárez. Envueltos en una atmósfera de olores
inclasificables y una luz siniestra provocada por el polvo indefinible que
desprendía la labor titánica de remoción de escombros que miles de personas
estaban ayudando a realizar, era a la vez fascinante y conmovedor sentir la
energía solidaria y franca de la gente, así como desgarrador sentir la
fragilidad de tantas vidas que en ese momento estaban muriendo asfixiadas o
aplastadas por la destrucción del terremoto.
La cifra real de la gente que
murió entonces nunca se supo. Encubierta por un gobierno absolutamente pasmado
que actuó con total irresponsabilidad y miedo ante la reacción abrumadora de la
gente que se organizó y tomo literalmente las calles para salvar al prójimo, en
algún lugar entre dos mil y 20 mil personas, tal vez mas, se encuentra el daño
irreparable de ese terremoto que, por otro lado, ofreció un espiritual
espectáculo inolvidable de reconocimiento de nosotros mismos en comunidad. La
sensación de vernos a los ojos, de reconocernos como corresponsables de
nuestras vidas en comunidad generó una emocionante sensación de solidaridad y
compañía en la ciudad de México creando un momento histórico que ahí quedaba
para la construcción de leyendas y momentos únicos e irrepetibles de la
historia de nuestro pais.
Hasta hoy. 32 años después,
atrapados por la incredulidad de lo inverosímil del asunto, vuelve un terremoto
de intensidad considerable, pero de cercanía mortal con la Ciudad de México, a
golpearnos, a sorprendernos en un día de homenajes y de simulacros, atacándonos
desde un flanco descubierto con el epicentro en una zona que no genera alerta
sísmica. Pero, aunque se repiten las imágenes de desconsuelo y tragedia en
diversos puntos de la Ciudad de México y los estados de Puebla y Morelos,
podemos sentir, aunque sea un poco, de consuelo, de que la dimensión tan terrible
del terremoto de 1985 no se repitió. Y aunque los gobiernos federal y de la
Ciudad de México actuaron con decisión y claridad, la gente volvió a salir a la
calle espontánea, generosa y desinteresadamente, robándoles, más allá de la
búsqueda de oportunidad de reivindicación política de gobernantes corruptos e
incompetentes, cualquier intención de aprovechamiento propagandístico,
recuperando nuestra sensación de comunidad, de hermandad civil. De reconocernos
en los ojos y en las acciones de los otros.
Los medios convencionales,
alarmistas y sensacionalistas -‘dime que vez, que oyes, que estabas haciendo
cuando comenzó el temblor, como lo sentiste, que dice la gente en la calle’ se
oye a conductores de rapiña equivocando la vocación informativa con el morbo de
la era de la información- que incrementan la psicosis de una situación que de
suyo es terrible, generando al mundo exterior una sensación de confusión y
desinformación sobre la dimensión real del problema con ello obstaculizando una
creación objetiva de juicios que a su vez generen reacciones puntuales de apoyo
y colaboración con quienes en efecto necesitan ayuda en este momento, son
rebasados por el intercambio veloz y eficiente de las redes controladas por la
sociedad civil tomando efectivamente el control de la información importante,
de la información que está salvando vidas y creando las oportunidades
eficientes de ayuda dirigida claramente a su objetivo: nosotros mismos, la
sociedad que nos reconocemos.
Aún más grave que cuando el
temblor del 7 de septiembre, el del martes 19 de septiembre, es la segunda
oportunidad que Donald Tremp tiene de volver a ofender al pueblo de México al
ignorar públicamente nuestra situación -ya dejen ustedes ofrecer ayuda-, al
mismo tiempo que, sin embargo, nuestro gobierno inicia hostilidades contra un
país al expulsar al embajador de Corea del Norte, apoyando directamente el
discurso de la Asamblea General de la ONU del mismo pasado 19 de septiembre, en
el que Trump amenazo con destruir ese país, en una evidente declaración de
guerra -‘We will totally destroy North Korea’ dijo Trump frente al mundo- en la
que ya compramos boleto los mexicanos.
Hasta cuando, esta sociedad civil
tan poderosa y magnifica que sabe salir adelante cohesionada en los momentos
necesarios será merecidamente reconocida, respetada y retribuida en la
dimensión superlativa que merece?
Un momento de silencio y
reflexión por las personas que están sufriendo este terrible momento. Un
momento de silencio y admiración por todos los espontáneos y heroicos
mexicanos.
Un momento de silencio,
planeación y compromiso por nuestro futuro. El de México.
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