La dictadura de los algoritmos
FORBES- 25 de Septiembre de
2017
Cada vez son más los algoritmos
que eligen lo que ‘nos gusta’ y que evitan el encuentro con aquello que es
diferente e inesperado.
En la reciente cumbre del Foro
Económico Mundial de Davos, se dijo que el 53% de la población mundial reconoce
que, regularmente, no escucha a personas u organizaciones con las que no está
de acuerdo.
Ante este hecho, comunicarse y
construir confianza significa un gran desafío. Pero, en gran medida, esta nueva
realidad autista es obra del más genial y adictivo consultor comunicacional de
hoy: el algoritmo.
Este sistema de reglas es líder
de un ejército de información que la procesa y la alinea con nuestros propios
intereses; éste se nutre de data alojada en millones de servidores, para
ofrecernos una experiencia de navegación “inteligente”.
Además, predice el comportamiento
de cada usuario, por lo que influye en los motores de búsqueda y diseña nuestra
ruta de navegación antes siquiera de que oprimamos el botón “Buscar”.
Cada vez son más los algoritmos
que eligen lo que “nos gusta” y que evitan el encuentro con aquello que es
diferente e inesperado. De esta manera, cercenan nuestra posibilidad de
construir un criterio amplio, propio e incluyente, que tome en cuenta diversos
puntos de vista y nos permita fijar posiciones responsables e informadas.
Cada vez hay más algoritmos que,
simultáneamente, refuerzan el llamado “sesgo de confirmación”, y tienden a
buscar, favorecer y recordar sólo aquella información que confirma nuestras
propias creencias y que genera la ilusión de que “todo el mundo” comparte
nuestras ideas, porque las informaciones que nos llegan nos dan la razón.
Hay mucho que agradecerle a este
sistema. Al fin y al cabo, dedicamos largas horas a contarle sobre nosotros
mismos, lo que le permite consentirnos con sólo aquella información que nos
interesa, y nos brinda recomendaciones personalizadas a partir de nuestra
propia historia, gustos y emociones. Pero también genera ecosistemas cerrados
de historias que nos hacen convivir, a veces sin saberlo, en una cámara de eco
que refuerza prejuicios, polariza y desincentiva el pensamiento crítico.
Sin embargo, resulta peligroso
comunicarse en un salón de espejos que excluye el reflejo de puntos de vista
diferentes y no deja ver en contexto nuestras propias posiciones. Si todos
creemos que pensamos igual, corremos el riesgo de equivocarnos en las mismas
cosas.
El reporte “Trust Barometer
2017”, presentado por Edelman en Davos, cuantifica la implicación de esta nueva
ingeniería social gestionada por el algoritmo dictador: el 52% de los
entrevistados reconoce que nunca, o muy pocas veces, cambia su opinión con
respecto a los problemas sociales importantes, lo que deja una elasticidad en
el mercado de la opinión pública menor al 50% para generar renovadas
reflexiones que abran espacios para escuchar a otros que piensan diferente.
Es grande el reto que impone una
inflexible realidad como ésta, y nos lleva a todos los estudiosos de la
comunicación a sostener que las mismas herramientas que facilitan el hallazgo
de nuevos contenidos son las que también limitan el acceso a otro tipo de
información.
Pero hay buenas noticias frente
al desafío comunicacional de las empresas, la gestión de su gente y la de sus
expectativas sociales en la era de la dictadura de los algoritmos.
La propia tecnología ayuda a
resolver las mismas complejidades que crea, pero se requiere de renovadas e
innovadoras estrategias que gestionen el riesgo reputacional y mejoren la
gestión de la marca corporativa. Éstas deben saber utilizar oportunamente el
Big Data para democratizar la percepción de confianza que gana la empresa por
sus actuaciones frente a aquellos que trabajan en ella y, más allá, frente a
todos los públicos que la están viendo, sin que se dé cuenta.
Esta fuerza de opinión favorable
también puede fluir por las redes, gracias a los algoritmos. Así que, gestionar
estratégicamente el poder de los algoritmos crea un espacio de información
incluyente donde nadie tienen el monopolio de la razón, ni la exclusividad de
la mentira.
*Italo Pizzolante Negrón es
académico y consultor internacional en estrategia y comunicación. Autor de
numerosas publicaciones en Iberoamérica.
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