¿Equidad o eficiencia?
FORBES – 20 de septiembre de 2017
Reducciones de la desigualdad
mediante políticas redistributivas impulsan la eficiencia, la calidad y la
sostenibilidad del crecimiento.
Como si de un axioma se tratase,
la sabiduría económica convencional establecía que existe una relación inversa
entre eficiencia económica e igualdad, explican Xosé Carlos Arias y Antón
Costas, en La nueva piel del capitalismo (Galaxia Gutenberg, 2016).
Si una sociedad quiere aumentar
el grado de equidad en la distribución de la renta, tiene que estar dispuesta a
aceptar el costo de una menor eficiencia en la asignación de los recursos y en
la tasa de crecimiento económico. Por el contrario, si quiere fomentar la
eficiencia y el crecimiento, la sociedad deberá, al menos temporalmente, pagar
el costo de una mayor desigualdad.
En líneas generales, los
conservadores se identificaban con la prioridad de la eficiencia por encima de
la equidad, mientras que los socialdemócratas daban preferencia a la igualdad.
Con el paso de los años, se fue
produciendo una línea de convergencia a favor de la eficiencia en buena parte
del espectro político de la mayoría de los países desarrollados, pero, con
esto, los objetivos redistributivos quedaron relativamente relegados a la hora
de decidir la agenda política. En la búsqueda de la eficiencia, la
socialdemocracia, paulatinamente, olvidó sus políticas tradicionales, al
prestar atención privilegiada a sectores medios con empleo estable, mientras
que marginaba a aquellos otros que estaban en situación más precaria, y
adoptaba políticas públicas menos igualitarias.
La influencia de este dilema en
el pensamiento de los economistas ha sido enorme. Los estudiantes de Economía
se impregnaban de él y eran formados en la prioridad hacia la eficiencia sobre
la igualdad. La frase de Robert Lucas: “Lo dañino de poner el foco de la
cuestión en la distribución” es seguramente su manifestación más explícita.
Entiéndase bien: no se trata de que los economistas de esta corriente sean
insensibles a la desigualdad, sino de que creen en la teoría del derrame, es
decir, que a medida que se expande la producción, este crecimiento hará que sus
resultados, en términos de renta y riqueza, lleguen, poco a poco, a toda la
sociedad. En esta visión, un esfuerzo por aumentar la igualdad mediante las
políticas redistributivas daña la asignación eficiente de los recursos y el
potencial de crecimiento a largo plazo.
Sin embargo, de acuerdo con los
autores citados, la aceptación acrítica de este dilema está cambiando
radicalmente, a medida que aparecen nuevas investigaciones empíricas que
aportan una renovada luz en torno a esta cuestión.
La conclusión central de estos
estudios no sólo es que la desigualdad no es un buen incentivo para la
eficiencia, sino que, por el contrario, excepto en casos extremos, reducciones
de la desigualdad mediante políticas redistributivas impulsan la eficiencia, la
calidad y la sostenibilidad del crecimiento.
Las investigaciones que apuntan
hacia esa dirección ya son muy numerosas. Algunas de ellas han venido de
economistas que desempeñan su labor en una institución que en el pasado
defendió la vieja visión del Fondo Monetario Internacional (FMI), como Jonathan
D. Ostry.
En el año 2014, este autor
utilizó nuevas fuentes de datos para diferenciar entre desigualdad primaria,
producida por el mercado, y final, generada mediante la redistribución con
impuestos y transferencias.
Por un lado, muestran que niveles
bajos de desigualdad final se relacionan de forma robusta con un crecimiento
más rápido y más estable. Y, en el otro extremo, prueban que la redistribución
es generalmente benigna en términos de su impacto en el crecimiento, y que sólo
en casos extremos hay alguna evidencia de que las políticas redistributivas
tienen efectos negativos sobre el crecimiento.
Es necesario desterrar todas
estas ideas de mentiras y de fundamentalismos que la economía neoclásica nos ha
legado. Son tan fanáticos como aquellos a quienes atacan. Si nuestros
gobernantes y los electores supieran que igualdad y crecimiento son sostenibles
sistemáticamente, no tendrían tanto miedo a las políticas de izquierda que
tachan de “mesianismo”.
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