La era de los magnates
El Mundo - sábado, 4 de febrero
de 2017
"El poder es el afrodisiaco
definitivo". La frase del consejero de Seguridad Nacional y secretario de
Estado con Richard Nixon y Gerald Ford, Henry Kissinger, es, en realidad, una
variación de otra de Napoleón: "Las mujeres pertenecen al que puja más
alto. El poder es lo que les gusta; es el más poderoso de los
afrodisiacos". Así, si tenemos en cuenta a dos de los políticos más
controvertidos de los dos últimos siglos -aunque las huellas de Kissinger no
vayan a ser visibles en el mundo 200 años después de su muerte, como es el caso
de Napoleón-, el poder sirve para atraer al sexo opuesto. El poder político. No
el económico.
Lo que sí se supone que trae el
poder económico es poder político. Tradicionalmente, el poder económico ha
estado vinculado al poder sexual como forma de conquista. Otra cosa, sin
embargo, es que los empresarios de éxito se hagan más ricos cuando entran en
política. A Michael Bloomberg probablemente hasta le costó dinero ser alcalde
de Nueva York. Lo mismo que a Robert Rubin, Hank Paulson, y Jon Corzine (los
tres, consejeros delegados de Goldman Sachs que dejaron Wall Street por el
poder).
Incluso después de haberle
cobrado a su propia campaña hasta el alquiler de las oficinas, y al contribuyente
el uso por los agentes del servicio secreto de su avión, Donald Trump se ha
gastado más de 50 millones de euros en ser presidente. Después de haber sido
primer ministro durante más de ocho años, Berlusconi tiene su imperio mediático
en crisis y bajo la amenaza de una compra hostil de la empresa francesa
Vivendi. Claro que es posible que la razón de la entrada en política de
Berlusconi no fuera ni el poder político ni el económico, sino algo más básico:
escapar de la cárcel.
Pero el caso de Berlusconi es sintomático
de un nuevo fenómeno: la llegada de los millonarios a la política. Desde luego,
el dinero influye en política. Pero durante décadas se ha dado por hecho que
los empresarios no entraban directamente en la cosa pública. Ellos eran poderes
fácticos, o sea, que gobernaban de hecho, no de derecho. No sólo se trataba de
una cuestión de evitar el arribismo por uno y otro lado. Es que también las
opiniones públicas de los países democráticos no hubieran tragado.
Si alguno de los nuevos ricos
conocidos como barones ladrones de finales del siglo XIX y principios del XX
que forjaron la Segunda Revolución Industrial en EEUU -los Morgan, Astor,
Carnegie, Vanderbilt, Stanford, Mellon, etcétera- hubieran tratado de hacer
carrera política no hubieran ido a ningún lado. La acusación de plutócratas
habría sido demoledora para sus aspiraciones. Los herederos del mayor de todos
-John Rockefeller- se han pasado ocho décadas pidiendo perdón por la fortuna de
su patriarca para tratar de pedir perdón por descender del hombre más rico de
la historia excluidas familias reales.
Pero hoy las cosas están
cambiando. Ser multimillonario ha dejado de ser un factor que imposibilita la
entrada en política. Donald Trump y su gabinete son el mejor ejemplo de ello. Porque,
aun después de excluir al presidente, sus colaboradores tienen un patrimonio
mayor que 109 millones de estadounidenses juntos. O tal vez más: al secretario
del Tesoro, Steven Mnuchin (otro ex Goldman Sachs) se le pasó declarar 100
millones de dólares (94 millones de euros) en su declaración de bienes al
Congreso.
Berlusconi, el inicio
Podría pensarse que EEUU es un
caso único, porque es una sociedad en la que el éxito económico es sacralizado
hasta en forma de mito nacional: el Sueño Americano. Pero no es así. La actual
oleada de multimillonarios en la política estadounidense no se veía desde que
hace 180 años, cuando Martin Van Buren sucedió a Andrew Jackson en la Casa
Blanca. No es que no haya habido millonarios -los mejores ejemplos, John F.
Kennedy y Franklin D. Roosevelt- pero, desde la época de los Washington, los
Jefferson, los Adams, y los Jackson, nunca se había visto nada parecido.
Y, además, el fenómeno empezó en
Europa Occidental, con Berlusconi, que logró el cargo de primer ministro por unos
meses en el lejano 1993. Berlusconi es el máximo ejemplo de nuevo rico que
entra en política y triunfa, precisamente, por eso mismo. Como Trump, que es
para muchos de sus votantes la personificación de lo que ellos harían si fueran
multimillonarios.
La creciente aceptación de los
millonarios en la política es casi un fenómeno global. Hace un mes, en Haití,
el país más pobre de América, eligieron al empresario Jovenel Moise como nuevo
presidente de la isla. Moise, que ganó con mayoría absoluta, es un magnate del
sector bananero y energético. Estados Unidos y Haití, ricos y pobres, votaron
lo mismo en espacio de dos meses.
El ruso Mijaíl Projorov, dueño
del equipo de baloncesto neoyorkino Brooklyn Nets quedó tercero en las
elecciones rusas de 2012. Alexander Lebedev, que es propietario de los diarios
londinenses The Independent y Evening Standard, lleva más de una década en la
política rusa. Savitri Jindal no es sólo la décimosexta persona más rica de la
india, sino una de las principales líderes del Congreso Nacional Indio, uno de
los dos partidos que tradicionalmente han dominado la política de la mayor
democracia del mundo, y que solía haber estado controlado por una familia
política a la antigua usanza: los Nehru-Gandhi.
Sea lo que sea, lo cierto es que
tener una carrera en el sector privado se ha convertido en muchos casos en un
factor de ayuda en los sueños políticos, del mismo modo que en el pasado lo era
tener un historial militar. Mitt Romney (700 millones de dólares) llegó a
plantear en 2012 una enmienda de la Constitución de Estados Unidos que exigiera
a todo candidato a la Casa Blanca haber pasado al menos tres años en el sector
privado. Paradojas de la política, Romney hizo esas declaraciones justo después
de haber asistido a una cena en Las Vegas de la que salió con el apoyo expreso
de Donald Trump, otro millonario al que cuatro años más tarde iba a llamar,
entre otras cosas, "un fraude".
En Europa, los millonarios vienen
por el este
La escuela Berlusconi tiene en
Europa varios alumnos aventajados. A las elecciones búlgaras de diciembre de
2016 se presentaron, entre una veintena de candidatos, dos magnates. Uno de
ellos, Veselin Maserhki, dueño de cientos de farmacias y gasolineras, fue el
cuarto más votado, con el 11% de los votos. En Polonia, Janusz Palikot, un rico
empresario del mundo del vodka, lidera el Movimiento Palikot (también conocido
como Tu Movimiento), que se define como liberal, anticlerical y populista. En
2011 se convirtió en la tercera fuerza del país pero en 2015 fue relegado al quinto
lugar. Pero quien tiene todas las papeletas para alzarse con el poder al más
puro estilo Trump es el checo Andrej Babis, que dirige un emporio de
fertilizantes y medios de comunicación. Babis es el actual ministro de Economía
y todo apunta a que en marzo de este año se convertirá en el nuevo Primer
Ministro del país. No será el primero. Desde 2014, en Ucrania gobierna uno de
los empresarios más ricos del país, Petro Poroshenko, conocido como 'el Rey del
Chocolate'.
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