La mirada de uno de los fotoperiodistas más
importantes del siglo XX
FORBES- 7 de febrero de 2017
Steve McCurry, uno de los
fotoperiodistas más importantes del siglo XX, ha fotografiado para Vacheron
Constantin el Overseas Tour, un recorrido por doce lugares emblemáticos
alrededor del mundo. El retratista del desarraigo en ‘la niña afgana’ sigue
confiando en el poder de las imágenes para cambiar la realidad.
Cada cierto tiempo, aparecen
algunos términos que se repiten de manera recurrente en las crónicas de la
prensa especializada en el ámbito de la alta gama. «Demi couture» —un cruce de
caminos entre la alta costura y el prêt-à- porter— fue una de ellas durante la
década de los 90, aunque últimamente vuelve a utilizarse para definir el
complejo universo creativo de Josep Font al frente de Delpozo; y, en los
últimos años, «storytelling», o el arte de contar (buenas) historias, se ha
convertido en un mantra para las marcas de lujo más allá de la trillada
«experiencia».
Pero hay verdaderos contadores de
historias que recurren a este término para definir su obra y su método de
trabajo. Uno de estos narradores, sólo que en su caso con imágenes y no con
palabras, es el fotoperiodista estadounidense Steve McCurry, una auténtica
leyenda del periodismo, autor, entre otras imágenes icónicas, de la célebre
portada de National Geographic de 1985 La niña afgana. «Para mí el elemento más
importante de mis fotografías es el storytelling. La mayoría de mis imágenes
están basadas en la gente. Busco ese momento espontáneo y trato de expresar de
alguna forma lo que es esa persona, qué la hace única, o en un sentido más
amplio de entender su vida en el marco de la experiencia humana», explica.
McCurry ha colaborado con la
marca de alta relojería Vacheron Constantin para crear el denominado Overseas
Tour, un viaje gráfico a través de doce locaciones distintas que representan
otras tantas facetas del tiempo, una especie de vuelta al mundo en doce etapas
que representan el nuevo modelo de la marca, el Overseas. «Gracias a esta
colaboración con Vacheron Constantin, he descubierto un nuevo métier, el de la
alta relojería. Estuve en los talleres de la casa y tuve el privilegio de
observar a sus artesanos en pleno trabajo y admirar su conocimiento en este
arte que requiere precisión y entrega a partes iguales. Resulta fascinante,
nunca me había imaginado la pasión que hay detrás de cada reloj», nos comenta
en exclusiva.
Cada uno de los doce escenarios,
retratados por McCurry con el mismo mimo que si fuese el primer plano de un ser
humano, fue elegido mano a mano con la maison. «La premisa inicial del proyecto
fue fotografiar emblemáticas obras de la arquitectura como una celebración de
la belleza, el ingenio humano, la creatividad y la inventiva», explica. El
fotógrafo ya conocía la marca, pero esta iniciativa le ha servido para apreciar
aún más el valor de esta manufactura suiza, propiedad del grupo Richemont, una
de las más veteranas de la industria, ya que fue fundada en 1755.
«The Overseas Tour me ha
permitido capturar los logros humanos en doce ubicaciones alrededor del mundo»,
en escenarios tan exóticos como el Gran Buda de Leshan, en China, o los baños
termales de Tsuru-no-yu Onsen, en Japón. Entre ellos, hay uno que destaca por
derecho propio, la única escala del tour en América Latina, el acueducto del
Padre Tembleque, en México, la obra de ingeniería hidráulica más importante
construida durante el virreinato de la Nueva España entre 1553 y 1570, que
abarca 45 kilómetros de longitud. «Decidimos viajar a México por la riqueza
cultural y espiritual del país. Fue una maravilla descubrir este sistema de
irrigación, una fascinante pieza de arquitectura que nos retrotraía 500 años en
el pasado, que resonaba con la noción de la transmisión del conocimiento y
artesanía humanos».
Para McCurry, no existe tanta
diferencia entre fotografiar un ser humano o un paisaje: todo se reduce a una
cuestión de mirada. «Hay cierta calidad contemplativa y meditativa en la
fotografía que considero que otorga un estado de paz. Cuando estoy caminando y
tomando fotografías, entro en un estado mental donde me encuentro en mayor
sintonía con el mundo que me rodea. Es un goce estar vivo y probablemente eso
es lo que lo causa. Cuando estoy trabajando estoy presente en el momento;
cuando hago una fotografía, esa es la zona en la que me encuentro. Observo a mi
alrededor y noto qué hay de especial. Quiero explorar, examinar y ver qué es
aquello que resalta; esto no siempre tiene que ser humano. Puede ser una grieta
sobre la banqueta o un animal jugando. Es la apreciación de ese momento en el
tiempo y la apreciación por el planeta», asegura. Es lo que Cartier-Bresson,
uno de sus maestros, denominaba como «el momento decisivo».
McCurry considera que los humanos
conectamos entre nosotros por la vía del contacto visual y que en ese momento
de atención compartida existe un «poder real» que encierra en gran medida el
milagro de la personalidad: un destello fugaz, al que el fotógrafo de raza ha
de estar atento, que le permite vislumbrar durante un instante cómo es estar en
la piel de la otra persona. «Creo que es uno de los momentos más poderosos de
la fotografía», afirma.
Saber mirar, Saber contar
Robert Capa, otro de sus
maestros, describió así el desembarco de Normandía, el famoso día D: «A las
4:00 am nos reunimos en cubierta. Dos mil hombres de pie en completo silencio.
Cualquier cosa en la que pensaran debía ser alguna forma de plegaria (…), nos
bajamos del bote y comenzamos a andar. Entonces vi a los hombres caer y debí
empujar sus cadáveres para seguir. Las balas horadaban huecos en el agua a mi
alrededor y debí ocultarme tras el primer obstáculo de acero que vi. Mis
encuadres estaban completamente llenos de humo de mortero, tanques quemados y
botes que se hundían. Cada pedazo de mortero chocaba con el cuerpo de algún
hombre. Tomé foto tras foto enloquecidamente…». Ese mismo espíritu narrativo
basado en la honestidad —de nuevo, el recurrente arte de narrar historias, como
los cuentacuentos de la plaza de Yamaa el Fna, en Marrakech, que mantienen al
oyente clavado al pavimento— es el que alienta las doce imágenes que componen
este Overseas Tour.
Pero hay otro elemento que un ojo
educado sabe vislumbrar en sus instantáneas: el sentido del tiempo, un lujo en
una era como la actual dominada por lo instantáneo (Instagram, Snapchat…).
McCurry es uno de esos artesanos de la fotografía, como los maestros relojeros
de Vacheron Constantin, que aún se toma su tiempo para lograr el encuadre
perfecto, en busca de la luz y el fondo precisos. «Cuando fotografías en Asia
—algunas de las imágenes del Overseas Tour fueron tomadas en India, China y
Japón— te das cuenta del valor del tiempo y de que existe una paz y una luz
distintas de las que hay en Occidente. Al formar parte de la sociedad moderna,
estamos más enfocados en que todo sea rápido y en los resultados, pero es toda
una lección de humildad aprender que hay muchas otras preocupaciones que
afectan a la gente en otras partes del mundo. Esas son las situaciones en las
que encuentro la inspiración y quiero que mis fotografías revelen el alma de
toda esa gente o esos lugares alrededor del mundo. Las fotografías pueden
contar historias profundas», afirma.
En efecto, pero… ¿pueden cambiar
el mundo? McCurry valora su propia historia, plagada de imágenes que nacieron
con ese propósito, antes de contestar.
«Recuerdo cuando trabajaba para
un periódico en Filadefia en el año 1972 y vi esa instantánea de Nick Ut de una
niña corriendo en una carretera en Vietnam, gritando de angustia. Fue una
revelación, algo realmente inolvidable. Pensé: “Esto va a publicarse en todos
los periódicos del mundo”, lo que ocurrió, desde luego, y de alguna manera fue
una de las imágenes que cambiaron la opinión pública acerca de la guerra de
Vietnam», evoca con aire soñador.
Ahora o nunca
Steve McCurry saltó a la fama en
1979, en un mundo polarizado en el que todavía existía la Guerra Fría y los
rebeldes musulmanes en Afganistán tenían el apoyo de Estados Unidos para luchar
contra la invasión de la Unión Soviética. Él fue el primer fotógrafo que logró
enviar sus fotos a Occidente, convirtiéndose de inmediato en una estrella de
los diarios y revistas internacionales.
Desde entonces, trabajó casi siempre
en los países asiáticos, cubriendo conflictos como la guerra entre Iraq e Irán
o la Guerra del Golfo para National Geographic, y hace algunos años entró
también en la mítica agencia Magnum, que Henri Cartier-Bresson fundó tras la
Segunda Guerra Mundial.
Así define su trabajo: «En el
retrato espero el momento en el que la persona se halla desprevenida, cuando
aflora en su cara la esencia de su alma. Si encuentro a la persona o el tema
oportuno, regreso una, dos o hasta media docena de veces, esperando el instante
justo. A diferencia del escritor, en mi trabajo, una vez que tengo hechas las
maletas, ya no existe otra oportunidad para un nuevo esbozo. O tengo la foto o
no. Esto es lo que obsesiona al fotógrafo: el ahora o nunca».
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