Las provocaciones de Yalitza,
Alfonso y Roma
FORBES- 23 de febrero de 2019
Alfonso Cuarón descorrió la
cortina y nos permitió espiar a través de una ventana. Echó las manecillas del
reloj para atrás y se atrevió a enseñarnos ese tiempo que ya no va a volver.
Desde antes de que Netflix
pusiera al alcance de sus suscriptores la última película de Alfonso Cuarón,
las reacciones ya se hacían sentir. Incluso, muchas personas sin haber visto
Roma ya habían escuchado puntos de vista y, hasta se atrevían a opinar. El tema
estaba en boca de todos. Por supuesto, las reacciones que provocaba ya corrían
por las calles de la Ciudad de México —donde fue grabada— y trascendían
fronteras. Antes de ver Roma, ya había recibido todo tipo de consejos: no la
vayas a ver en la tele, vela en una pantalla grande; no vayas a llorar; vete
sola al cine para que puedas llorar a gusto, haz esto, no lo hagas. Claramente,
se estaba gestando el fenómeno del cual nos toca ser testigos.
No tuve la fortuna de ser de las
primeras en ver Roma, cuando quise conseguir boletos en los poquísimos cines
que la exhibieron, ya estaban agotados. Como suele suceder cuando eres de las
últimas personas en conseguir el bien preciado del que ya todos gozaron, recibí
muchas miradas de ternura —pobre, no la ha visto todavía—, comentarios de toda
índole que empezaban con no te la voy a echar a perder, pero… y entonces
comenzaban las divergencias. La primera opción fue: te va a encantar y la
segunda era la totalmente opuesta: a mí no me gustó nada, te aseguro que a ti
tampoco te va a gustar. Me gusto, Roma me gustó.
Más allá del gusto de las
personas, que siempre será respetable, aunque uno no lo comparta, lo
interesante es reconstruir de qué modo la experiencia estética producida por
esta película se habría convertido en una categoría central de la belleza
contemporánea. Como dijera Jacques Derridá, el concepto de obra de arte se ha
vuelto obsoleto, decir si nos gustó o no, resulta banal, la comprensión de los
procesos del arte actual se ha canalizado mediante el concepto de experiencia
estética. ¿Qué nos hicieron sentir Roma y Yalitza Aparicio y cómo lograron que
esta sensación fuera universal?
Ver Roma, me provocó una serie de
emociones sorprendentes que tienen el efecto de ondas expansivas. Alfonso
Cuarón logró con Roma algo muy similar a lo que se despertó en mi mente cuando
terminé de leer Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco. Me
sorprendió porque pudimos ver un México que ya no existe. Algo parecido a lo
que consiguió Guillermo Cabrera Infante con Tres Tristes Tigres: escribió de la
Habana que moriría con la Revolución Cubana antes de que la ciudad sospechara
su propia muerte. Cuarón fue rebuscar un tiempo perdido, un México que se
recupera a través de los sonidos callejeros del afilador, de los gritos del que
vende tamales, de la banda de guerra que desfila; de la imagen en blanco y
negro, de una casa decorada como se usaba entonces, de teléfonos de disco, de
una familia de clase media con una historia que pudo sucederle a tantas, en una
colonia que hoy no es lo que era. Cuarón descorrió la cortina y nos permitió
espiar a través de una ventana. Echó las manecillas del reloj para atrás y se
atrevió a enseñarnos ese tiempo que ya no va a volver.
Roma me provocó recuerdos
entrañables: el coche de mi padre era como el del papá de la película, mi mamá manejaba un Volkswagen que se parecía
al del personaje de la madre, mi abuela materna que vivía con nosotros, el
patio de la casa de mi amiga Almita era idéntico al de la película, la
costumbre que teníamos de encender las luces a media tarde y dejar alguna
prendida en las noches, las tardes en las que nos reuníamos en torno al
televisor a ver algún programa toda la familia me resultó tan próximo. Todo eso
se debió al cuidado que Cuarón tuvo para evocar por medio de detalles —como el
Insurgentes evanescente de una niñez que lucha por no desdibujarse en el
recuerdo—. Pero, lo que provocó Yalitza traspasa las fronteras de la imagen que
seduce.
Yalitza, con su actuación, se
metió en la mente y en el corazón. El personaje de Cleo me hizo recordar a
Mariquilla, una jovencita que llegó a trabajar a casa de mis padres siendo una
niña y salió vestida de novia para casarse. Mariquilla como Cleo nos cuidó a
mis hermanos y a mí. Era la encargada de despertarnos, de ayudarnos a vestir,
de acompañarnos a comer, de ayudarnos con las tareas, de leernos cuentos por
las noches. También, me recordó a Odi, la nana de mis hijas que las atendió con
cariño y esmero; sin su apoyo ni ellas ni yo podríamos contar lo que hoy somos.
Yalitza, al encarnar a Cleo, despertó un sentimiento de cariño puro que le tuve
a Mariquilla y ese agradecimiento eterno que le tengo a Odi. Yalitza le
infundió al personaje esa delicadeza y dulzura que se encendió en muchos
corazones. Lo que más me sorprendió fue enterarme de que esta misma sensación
se comparte por personas de diferentes edades en diferentes latitudes. Y, si
Derridá tiene razón: si Yalitza y Cuarón pudieron estimular esta experiencia
estética, entonces estamos frente a una obra de arte con Roma.
Pero, hay quienes piensan que
somos estridentes los que alabamos a Roma. Las críticas que Yalitza Aparicio ha
recibido van desde la rayana vulgaridad hasta el oportunismo servil. Yo no sé
si el arco que esta actriz dibujó entre Oaxaca y Hollywood sea una casualidad.
Lo cierto es que muchas mujeres han suspirado por lograr lo que ella logró al
interpretar a Cleo. Muchos hombres quisieran haber triunfado como lo está
haciendo ella. Tantas críticas que ha recibido esta artista oaxaqueña
desfallecen ante el brillo que le da cosechar grandes frutos. La sentencia con
la que muchos se llenan la boca es que fue un golpe de suerte y que, así como
llegó se irá. ¿Y qué? Podemos citar varios ejemplos de genialidad a los que les
bastaron uno o dos golpes. Pienso en Josefina Vicens o en el mismísimo Juan
Rulfo. ¿Para qué escribir más si ya nos había dado Pedro Páramo? Es momento de
que Yalitza disfrute y lo que ha de venir, será tema del porvenir.
La experiencia estética que
provoca Roma no es una respuesta pasiva con respecto al arte; antes bien,
supone la capacidad para desarrollar la verdadera autonomía personal y la
crítica del contexto social y político de aquellos días. En este marco, Roma se
entiende como un estilo que, al no ser ya ni discursivo, ni conceptual, permite
tener experiencias distintivas que reconfiguran la conciencia. Algunos críticos
de Roma manifiestan la incompatibilidad entre la experiencia estética y
contenidos políticamente relevantes, aduciendo que puede ser panfletario,
dejándola como un mero juego interno para la obra. No es así. En Roma sucede lo
contrario, es precisamente ese juego lo que la vuelve política; la subversión
de la experiencia estética se encuentra en tomar elementos extraestéticos,
precisamente, porque tiene una relación intrínseca con la verdad.
Las provocaciones de Roma y
Yalitza nos permiten adivinar el gran amor que Alfonso Cuarón le tuvo a esas
mujeres de su infancia para haberles ofrecido semejante homenaje. Lo que se
enciende en las mentes y los corazones de quienes la hemos visto, — en pantalla
grande o chica, con lágrimas o sin ellas— fue más allá de cualquier confín
demográfico o de edad. Roma nos ayuda a desentrañar misterios que no sabíamos
estaban esperándonos, ahí en nuestro corazón.
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