Presidentes y reporteros: entre
medios y miedos
FORBES- 7 de febrero de 2019
Hace 40 años un presidente
renunció antes de ser acusado de obstrucción de la justicia. Ahora otro
mandatario va por el mismo camino. En ambos casos el papel de la prensa ha sido
decisivo.
Nunca es una buena idea, para un
político, pelearse con la prensa. Carl Bernstein y Bob Woodward lo dejaron más
que claro en Todos los hombres del presidente, el libro en el que narran el
desarrollo del caso Watergate y la renuncia del presidente Richard Nixon.
Aquella gesta periodística no fue
sencilla y por momentos pareció comprometer el futuro de los reporteros y la
integridad de The Washington Post.
Lo que reveló el Watergate
consistió en una amplia conspiración para reducir las posibilidades de los
demócratas en la carrera por la Casa Blanca, pero inclusive en posiciones
estatales y legislativas.
Como toda maquinaria ilegal, los
protagonistas del espionaje terminaron chantajeando inclusive al propio
presidente. Despertó una fuerza que no pudo controlar, pero que a la vez atentó
contra la democracia y la Constitución.
Bernstein y Woodward escriben:
“Richard Nixon lo estaba demostrando claramente a sus subordinados: se había
convertido en prisionero de su propia casa, desconfiado, actuando siempre en
secreto, sin fiarse siquiera de aquellos que intentaban defender su causa”.
Intentó, Nixon, por todos los
medios, detener una marea que tarde o temprano terminaría por arrastrarlo.
Cuando aceptó la renuncia de Bob Haldeman y John Ehrlichman, dos de sus más
importantes colaboradores, señaló: “Se ha venido realizando un esfuerzo para
ocultar los hechos, tanto al público, a ustedes, como a mí”.
Pero si algo activó a todos los
demonios fue precisamente la utilización de la mentira como método para
enfrentar la adversidad.
Ronald Ziegler, el secretario de
prensa de la Casa Blanca, tuvo el triste papel de intentar desbarrancar la
carrera de quienes con el tiempo se convertirían en dos de los periodistas más
prestigiados de los Estados Unidos. Pero hizo algo más: Intentó colocar el
virus de la descalificación para quienes contrariaran los deseos presidenciales
y objetaran las historias “oficiales”.
Con el tiempo tuvo que ofrecer
una disculpa a Bernstein y a Woodward. Interrogado en la Sala de Prensa de la
residencia oficial, sobre si debía extender las disculpas al propio diario
respondió:
“Si las cosas se miran desde la
posición actual creo que debo responder que sí. Pediré disculpas al Post y pido
disculpas también a los señores Bernstein y Woodward. Todos nosotros hemos de
reconocer que hemos cometido errores en términos de nuestros comentarios (…)
Cuando nos equivocamos, no podemos hacer otra cosa que reconocer que nos
equivocamos. Y en este caso nos equivocamos”.
Las palabras de Ziegler eran
apenas un paliativo del verdadero problema y de su conclusión: Richard Nixon se
convertiría en el primer y único presidente de Estados Unidos en renunciar,
porque se comprobó que había obstruido la justicia en las indagatorias sobre el
Watergate.
Cuarenta años después, otro
presidente, Donald Trump está bajo sospecha. Woodward se está ocupando del tema
y por lo pronto publicó Miedo. Trump en la Casa Blanca. Las vueltas de la vida
y la persistencia de la naturaleza del poder, de sus resortes internos, del
miedo que puede provocar y acaso de su perversidad.
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