¿Qué hacer cuando un cliente te exige de más?
FORBES- 21 de febrero de 2018
Si negociamos mal o si nuestro
cliente empieza a pedir más allá de nuestras posibilidades, hay que levantar la
mano y volver a negociar.
Hemos escuchado hasta cansarnos
que el cliente siempre tiene la razón. También, que no son épocas para perder
clientes, para andar flojos de piernas ni mucho menos para quedarnos en el área
de confort. Por supuesto, para conseguir a un cliente, hemos de hacer esfuerzos
para acercarnos y dar nuestro resto. Sin embargo, hay veces que el cliente
exige más de lo que podemos dar. No se trata de falta de experiencia o de una
falla en la ambición, es que en ocasiones negociamos mal y en otras el
consumidor va ganando canonjías que se convierten en puntos de exigencia y
sentimos que nos están apretando tanto que apenas si podemos respirar. El
resultado que trae la gallardía de callarse y no abrir la boca es una
incomodidad que puede echar a perder el negocio. Antes, habría que poner un
remedio.
Negociar mal le pasa a todo el
mundo. Sea porque las cosas en la mesa de negociación se pusieron muy duras o
porque a lo largo de la relación cliente-proveedor se fueron dando demasiadas
concesiones, la situación se tensa cuando nos sentimos al borde del precipicio,
sin paracaídas y vemos que ahí viene un vendaval que nos puede tirar. Antes que
ser nosotros mismos los que nos aventemos al vacío, lo mejor es respirar. Siempre
hay caminos de resolución. Cuando un cliente pide más allá de nuestras
posibilidades podemos:
Decir franca y abiertamente que
no podemos y terminar el negocio en ese momento, dando un buen apretón de manos
y dejando la puerta abierta para una siguiente oportunidad. La dificultad que
se presenta en esta alternativa es que se necesita tener un pulso de cirujano
para decir que no podemos seguir y salir victoriosos. Es difícil volar al ras
del pantano sin salir con las alas manchadas.
Hablar con nuestro cliente y
expresarle las razones por las que no se pueden hacer ciertas cosas, pero
dándole alternativas. Es decir, quitamos aquello que no lograremos cumplir y
ofrecemos algo en compensación. Ni modo, cuando negociamos mal o cuando le
permitimos a un cliente llegar más allá, le tenemos que compensar. Es como
cuando le damos a un niño una paleta y después se la quitamos, el nene va a
llorar. Pero, si se la quitamos y le ofrecemos un chocolatín, tal vez ni
siquiera haga berrinche.
Apechugar, es decir, resignarnos
a un nivel de exigencia que no estábamos dispuestos a dar pero que ahora
tendremos que cumplir. Por supuesto, esta alternativa no nos gusta y es el
camino que menos quisiéramos elegir, sin embargo, es una alternativa.
¿Cómo saber cuál de las tres alternativas
debemos tomar? Evidentemente, tenemos que analizar las conveniencias y las
inconveniencias de perder a un cliente, frente a la posibilidad de conservarlo.
En el mundo de los negocios, no hay tonto que coma lumbre, nadie jamás va a ir
en contra de sus propios intereses. El grave problema es que podemos caer en el
espejismo de la incomodidad y no enterarnos cuando estamos actuando en contra
de nosotros mismos.
Decir franca y abiertamente que
no podemos nos puede dar la posibilidad de parar un problema a tiempo. Es
preferible que nuestro cliente sepa que no vamos a poder cumplir sus exigencias
lo antes posible para que él a su vez, pueda buscar alternativas de solución.
Lo sorprendente es que esas soluciones pueden recaer en nosotros mismos, propiciando
una mejora en las condiciones de trabajo. En esta condición, dejamos que sea el
cliente el que genere alternativas y nosotros deberemos de estar muy claros de
lo que nos conviene y lo que deja de ser conveniente.
Cuando nosotros hablamos con el
cliente y le damos alternativas debemos de partir de la base del análisis para
no repetir el error o causar otro peor. En esta condición, somos nosotros los
que llevamos la batuta por lo cual estamos en la posibilidad de generar
escenarios favorables para nuestra causa.
Cuando decidimos apechugar, es
muy importante hacer la siguiente valoración: ¿en qué circunstancia estoy
mejor: con o sin este cliente? Resulta que podemos llegar a estar tan enfadados
con estos compradores latosos que dejamos de ver las bondades de tenerlos en
nuestra cartera y no en la de la competencia. Si como resultado de nuestra
reflexión, caemos en la cuenta de que mejor contigo que sin ti, vale la pena
armarnos de paciencia.
Desde luego, lo mejor en todos
los casos -incluso cuando estamos apechugando- es levantar la mano y decirle al
cliente que sus exigencias están llegando a un límite en el que se pueden
comprometer las operaciones. Verdaderamente, en el terreno de la negociación
las conquistas se ven como medallas en el campo de batalla. Se pide porque se
puede, se pide porque no se sabe que se está excediendo un límite y, en ciertos
momentos, se pide por ocurrencias. Al levantar la mano, le hacemos partícipe al
cliente de esta molestia y si se trata de una contraparte inteligente, cederá
la parte de la exigencia que no le resulte relevante.
Lo mejor que podemos hacer con un
cliente es desarrollar una relación de mutua conveniencia, en la que el negocio
les dé a ganar a ambas partes. Hoy las relaciones colaborativas llevan a
negociaciones más equitativas. Se han quedado atrás esos convenios ventajosos
en los que uno sale ganando y el otro resulta apachurrado. Esos son negocios de
una sola vez que no tendrán repetición. A nadie le conviene tener a un proveedor
ahorcado o a un cliente maltratado.
En cambio, cuando ambas partes
ganan, cuando ambos están en una relación que les da ventajas a los dos, cuando
todos están contentos el negocio es fácil tener una buena comunicación y
explicar cuando las condiciones ya dejan de ser favorables y enderezar el
rumbo. Finalmente, un cliente puede estar exigiendo demasiado sin siquiera
haberse enterado de que ya se había pasado de la raya.
Lo importante a la hora de tratar
con un cliente que exige demasiado es saber que apechugar no quiere decir
quedarse callado, decir que no podemos no nos lleva a romper relaciones
necesariamente. Si negociamos mal, si nuestro consumidor está pidiendo más de
lo que nosotros pensamos que le deberíamos de dar, también es posible otra alternativa:
que efectivamente él sea el que tiene razón y nosotros debamos de movernos a un
mejor planteamiento.
Al final, lo que tenemos que
hacer es tratar de retener a nuestro cliente, con las mejores condiciones
posibles en las que se fomente una relación de largo plazo, siempre que esto
sea posible. Cuando no lo es, lo mejor es dar un apretón de manos y dejar el
camino libre para intentarlo alguna vez más en el futuro. Si negociamos mal o
si nuestro cliente empieza a pedir más allá de nuestras posibilidades, hay que
levantar la mano y volver a negociar.
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