Odio y violencia, presentes en las redes
sociales
FORBES- 30 de marzo de 2018
Así como hay quienes usan la red
para promover causas justas, también hay quienes las usan para dispersar la
vileza humana. Bots y trolls ayudan a propagar el odio aniquilando al
adversario.
Las redes sociales digitales han
abierto una Caja de Pandora de la cual emergen discursos cada vez más radicales
que exaltan el odio y la violencia. Para muchos, es suficiente motivo para
descalificarlas y recordar que todo tiempo pasado fue mejor. Otros, en cambio,
reconocen su innegable presencia en la vida cotidiana y, si bien admiten sus
potencialidades para la sociabilidad, la innovación y la vida cívica, intentan
explicarse esta plaga que atenta contra los derechos fundamentales y, sobre
todo, contra la dignidad humana.
Al ser un fenómeno nuevo, y dada
su innegable complejidad, los documentos y tratados de derechos humanos no
contemplan como tales los discursos radicales en la red, por lo que su
definición está en construcción. La Unesco define el discurso de odio en la red
como aquel que enfrenta a grupos de individuos mediante un lenguaje amenazante.
Sería el antidiscurso que cancela la posibilidad de entendimiento con los
otros, que favorece la discriminación y enaltece la violencia. Es también
esquivo, anónimo y su carácter transnacional complica su regulación. Es un tipo
de afrenta de nuestra contemporaneidad, facilitada, paradójicamente, por las
redes sociales digitales, y constituye uno de los temas que más preocupan a la
comunidad internacional.
Facebook alberga grupos privados
que enaltecen la supremacía blanca; en YouTube es fácil encontrar propaganda
del Ejército Islámico; y, en Twitter, redes de bots y trolls ayudan a propagar
el odio aniquilando al adversario. Recientemente, el fenómeno de las noticias
falsas comenzó a empañar la política; toda una afrenta para la vida democrática
que deja un espacio cada vez más estrecho para que los ciudadanos libres
expresen inquietudes e, incluso, posturas de manera civilizada. Sobre la
creciente autocensura en las redes por parte de ciudadanos comunes, el Centro
de Investigaciones Pew de Estados Unidos realizó, en 2014, un estudio en el
cual comprueba que, cada vez más, las personas prefieren no expresar sus
opiniones, para evitar ser acosadas.
Pero este tipo de discurso no
solamente es empleado por grupos extremistas, por simpatizantes o empleados de
políticos en campaña contratados ex professo para ello. En enero de este año,
en un editorial del diario The New York Times, el connotado psicólogo Steven
Pinker recriminaba las “lealtades tribales”, como llamó a los responsables de
que sea cada vez más difícil hablar de algún tema relevante en las redes sin
ser caricaturizado por quienes no están de acuerdo. El profesor, que fue
víctima de descalificaciones con un video sacado de contexto, puso de manifestó
lo cotidiano que resulta ser afectado en las redes por expresar una opinión.
Sin embargo, es preciso reconocer
que el odio no es una invención de las redes digitales. Los usuarios le damos
sentido a la infraestructura de acuerdo con nuestros propios intereses. Así
como hay quienes usan la red para promover causas justas, también hay quienes
las usan para dispersar la vileza humana. Así pues, el problema no es
únicamente tecnológico, sino político y cívico. Es multidimensional y, por
tanto, acabar con él requiere de la convicción y acción de diferentes actores.
A las empresas tecnológicas
corresponde perfeccionar sus algoritmos para atajar estos discursos y abrirse a
la sociedad con transparencia. Desafío mayor es, sin duda, convencer a los
políticos de la urgente necesidad de recuperar la política como la virtud de
construir consensos, una virtud extraviada en tiempos de Donald Trump, el
campeón indiscutible de la discriminación. A los candidatos que buscan cargos de
elección popular corresponde evitar estrategias digitales perversas, que en
nada contribuyen a la salud de la vida democrática.
Los internautas, por nuestra
parte, no estamos exentos de hacer lo posible para contribuir a configurar un
entorno digital tolerante y justo.
El debate en la actualidad se ha
concentrado en si deben aplicarse o no medidas legales ante un fenómeno que, en
algunos casos, puede tener su origen en la discriminación o la inequidad. El
debate está abierto, aunque ahora pareciera que una regulación colaborativa y
multisectorial es un camino más deseable y posible.
* María Elena Meneses-Profesora e
Investigadora de la Escuela de Humanidades y Educación del Tecnológico de
Monterrey. Se especializa en Internet y Cultura Digital.
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