Respuestas de empresas que no sirven para nada
FORBES- 22 de marzo de 2018
La obligación que tienen las
empresas de proteger, respetar y remediar tanto a sus usuarios como a quienes
no lo son, es una práctica poco atendida.
¿Dónde empieza y dónde acaba la
responsabilidad de una empresa? Hasta hace unos años, las empresas creyeron que
sus obligaciones acababan en el momento en el que se llevaba a cabo una
transacción de compra-venta, cuando el cliente pagaba y el cajón de la caja
registradora se cerraba. Luego, vino toda la moda del servicio post-venta, la
importancia de la opinión del consumidor, la satisfacción del comprador y la
posibilidad de que se llevara a cabo una repetición de negocio. Pero, no queda
ahí, el límite de la responsabilidad empresarial trasciende fronteras y no se
circunscribe a la relación cliente-proveedor, su ámbito tiene que ver con los
impactos que causa en el entorno y las respuestas eficientes o no que se dan al
causar problemas o molestias. La responsabilidad de una empresa cabal es
proteger, respetar y remediar, según aplique, todo lo concerniente a su quehacer.
Tristemente, no siempre es así. Hay que insistir, hay que poner el dedo en la
llaga hasta conseguirlo.
Es muy frecuente que, mientras se
está en la etapa del enamoramiento, cuando se trata de convencer a alguien de
las bondades de un producto, las empresas generen una serie de argumentos,
ponen a disposición números de atención al cliente para llevar a cabo la
transacción, para cerrar el trato. Pero, al tratar de buscar a alguien para
poner una queja, entonces entramos en un ventarrón helicoidal en el que vamos
errantes de una extensión a otra, de un conmutador a otro que da miles de
opciones antes de que alguien te pueda contestar y, cuando logras dar con una
voz humana, te cuentan que no está en su ámbito de responsabilidad y te dejan
con el problema encajado y con respuestas que no sirven para nada. Eso si
tienes la fortuna de ser usuario de la compañía en cuestión, pero si eres
afectado y no tienes este tipo de relación sabrás lo que es entrar a las
mazmorras del llanto y la desesperación.
Sé de lo que hablo, lo he
padecido. El fin de semana, mis nuevos vecinos salieron de la ciudad. Habían
contratado el servicio de alarmas residenciales, activaron sus dispositivos y
se fueron a vacacionar. En la madrugada, en medio del sueño me desperté con un estruendo
terrible. No alcanzaba a entender si era la alerta sísmica o de qué se trataba.
Efectivamente, el escándalo venía de casa de al lado. Era una alarma
residencial. Llamé al 911 para recibir la primera respuesta que no sirvió de
nada: la casa está vacía y nosotros no podemos entrar. Lo siento, hablen a la
compañía de alarmas. La compañía de alarmas ─ADT─ tenía en su conmutador una
grabación que decía que estaban en mantenimiento y, efectivamente, la segunda
respuesta que no sirvió para nada: lo sentían mucho. Acudimos a las redes
sociales, sirvió para lo mismo. Nueve horas de estar escuchando una alarma
estridente que combinaba los aullidos de sirena con martillazos y respuestas
que no arreglaban el problema. Era evidente que el tono de emergencia que
detona un sistema de seguridad ya había pasado. Lo que no sucedía era que
llegara una respuesta, una solución.
Los vecinos pasamos toda la
madrugada, desde la una hasta las nueve y veinte tratando de encontrar una
respuesta que pudiera acabar con el estruendo. Nadie ayudaba. La empresa ADT de
alarmas contestó hasta las seis y media y nos dijo que tratarían de contactar
al dueño de la casa. ¿Tratarían? Y, lo peor fue cuando nos informaron que hasta
que no regresara el vecino, no podrían apagar el pitido que ya tenía loco a
media colonia. La empresa no tiene protocolos para hacerse responsable, no
atendió a la activación de la alarma y en última instancia, todos los afectados
no podíamos hacer nada porque no éramos los clientes de la empresa.
Efectivamente, no somos ─y por lo
que se ve ni seremos─ las personas que tenemos un número de factura con ellos,
pero sí fuimos los directamente agraviados. El problema surge cuando las
empresas no alcanzan a ver el horizonte y no pueden prever aquello que les
puede desviar del camino: dificultades, problemas, incidentes: inician un
problema y luego no tienen procedimientos de solución. Porque cuando el remedio
llega tarde y mal no se le puede considerar solución.
Es muy importante que las
empresas tengan en cuenta su radio de influencia. Perturbar la paz de un
vecindario, ensuciar el agua, contaminar, vulnerar no son nimiedades. Son temas
de suma importancia que afectan la vida de la gente y las empresas se tienen
que hacer cargo y dar respuestas adecuadas y con la velocidad precisa. En este
sentido, hay que prever, la capacidad de respuesta frente a una contingencia es
vital.
Lo malo es que después de niño
ahogado, hay empresas que se niegan a tapar el pozo. En la red hay colgadas
infinidad de quejas contra ADT de alarmas de vecinos a los que se les activaron
las alarmas sin que hubiera una emergencia y que se han quedado activas por
horas y horas, acabando con la paz, vulnerando el bienestar de quienes
circundan la propiedad, sin que la compañía haga nada. Ya hubiera sido tiempo
de que pusieran manos a la obra y arreglaran el problema.
Una solución, dado que el
problema es muy frecuente, es poner un número para atender este tipo de quejas.
Sí, uno que sea atendido tan rápido como se atiende cuando están tratando de
vender un producto. Hay respuestas que no sirven para nada: explicarle a los
afectados por una situación que, al no formar parte del conjunto de clientes,
no los pueden atender: sirve para nada. Un lo siento, sin ir acompañado de una
solución, sirve para nada.
Las empresas tienen la
responsabilidad de cuidar, proteger y respetar el entorno. Muchas, aunque dicen
hacerlo, no se hacen cargo de sus palabras. Desde junio de 2011, el Consejo de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas hizo suyos los Principios Rectores
sobre las empresas y los derechos y obligaciones que deben respetar. El
Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas, profesor
John Ruggie presentó los Principios Rectores quedaron consagrados como la norma
de conducta a nivel mundial que se espera de todas las empresas y de todos los
Estados cumplan en relación con las empresas y sus responsabilidades con el
entorno. Aunque no tienen por sí mismos un carácter jurídicamente vinculante,
en los Principios Rectores se analizan las repercusiones que las normas y
prácticas actuales tienen para los Estados y las empresas y se incluyen algunos
aspectos que se contemplan de diversas formas en la legislación nacional e
internacional.
El tema no es un remilgo, no
queda en el entorno académico: es un asunto neural ya que habla de las
relaciones que las empresas deben establecer y los cuidados que deben de tener,
como lo dice la Organización de las Naciones Unidas: para proteger, respetar y
remediar. Estamos en nuestro derecho de exigir, seamos o no seamos clientes
directos de las empresas, esta protección, respeto y remedio a entidades que se
asientan entre nosotros. No es opción sacar las manos y esconderlas. No es
opción que nos den respuestas que no sirven y no remedian.
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