Los retos de las próximas
elecciones en Latam
FORBES- 29 de marzo de 2018
Más de 420 millones de personas
de siete países de AL votarán para escoger a quienes dirigirán el rumbo de sus
respectivos países en lo que es el proceso electoral más controvertido de la
historia.
En medio de un ambiente de
desconfianza y crisis de las instituciones, en las elecciones presidenciales en
América Latina una cosa es segura: los resultados no serán un tema de interés
exclusivamente interno, serán un tema de impacto regional.
El proceso de integración
regional, el equilibrio geopolítico y la vinculación con el resto del mundo se
verán afectados por lo que ocurra en cada una de las sucesivas elecciones de la
región.
Renovación o continuidad, derecha
o izquierda, actores políticos conocidos o nuevos protagonistas, el ascenso del
populismo o la reivindicación de la clase media son algunos de los dilemas a
los que nos enfrentamos los electores latinoamericanos.
Para entender el importante y
atípico año electoral, primero hay que reconocer que a lo largo de la historia
ha sido poco usual que durante el mismo año se lleven a cabo procesos
electorales en los principales países de la región.
Desde un punto de vista
socioeconómico, en América Latina está en juego el mantenimiento del proceso de
crecimiento económico con el respectivo impacto en el ámbito social.
A diferencia de otros procesos
electorales, en los que los candidatos predeterminados y consolidados se
enfrentaban a las urnas con encuestas y tendencias relativamente definidas, en
este proceso de 2018, el ambiente de incertidumbre es general. También, por
primera vez en largos años, a pesar de que los tiempos electorales apremian,
los principales partidos de los grandes países siguen o definiendo candidatos o
determinando coaliciones.
2018 es también el año post
Odebrecht, el entramado de corrupción más grande de los últimos tiempos que ha
trastocado el ambiente político de diversos países al implicar a ministros,
vicepresidentes y presidentes lo que llevará a que las próximas elecciones se
celebren entre investigaciones y fuegos cruzados.
Cabe señalar que la mayoría de
los países latinoamericanos han ocupado la mitad inferior del Índice de
Percepción de la Corrupción emitido por la organización neozelandesa
Transparencia Internacional. Este Índice ofrece un reporte anual de 176 países
con la finalidad de resaltar la importancia de la transparencia en el sector
público.
Los países que aparecen mejor
ranqueados según Transparencia Internacional comparten los siguientes rasgos
comunes: acceso a la información acerca del presupuesto con el objetivo de que
la población conozca las fuentes de financiamiento que alimentan el presupuesto
público y el destino de esos recursos, comprobada integridad en quienes ejercen
los liderazgos del sector público, aparatos judiciales que de manera
irrestricta garantizan el debido proceso y mantienen su independencia de los
otros poderes gubernamentales.
En ese contexto, lo preocupante
(y más en un contexto preelectoral) es que, por cuarto año consecutivo, la
satisfacción con la democracia entre la población de los países de América
Latina que tendrán elecciones, menos de un tercio de la población está
satisfecha con la democracia, lo que representa un rompimiento brutal entre la
clase política y la ciudadanía.
Ante este clima de desconfianza e
insatisfacción, se ha generado el clima ideal para el surgimiento de nuevos
actores y populismos que ofrecen soluciones inmediatas, únicas y rápidas; pero
que de fondo no han logrado (al menos discursivamente) establecer una relación
amplia y conciliadora en lugar de una fragmentadora y polarizadora.
En este contexto, más de cien
millones de millennials latinoamericanos (en México, serán cuatro cada diez que
serán determinantes en la elección) representan el mayor desafío para todas las
ofertas electorales, pues tendrán que responder a las necesidades de una
sociedad más joven y una clase media mayor, más exigente, más crítica y sobre
todo más observadora y vigilante.
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