¿Clientes difíciles? No huyas,
aprende a tratarlos
FORBES- 8 de marzo de 2018
Antes de ponernos a temblar o de
salir corriente, lo mejor que podemos hacer es entender lo que quieren y
facilitarles la experiencia.
Nos gustaría que todos nuestros
clientes fueran amables, pagadores, cumplidos y en la medida de lo posible, que
cada vez nos compraran más. También nos gustaría que la Luna fuera de queso. El
cliente ideal es tan fácil de encontrar como un rinoceronte blanco, es decir, o
no existe o está próximo a la fase de extinción. Eso no significa que debamos
mesarnos el pelo ni que tengamos que rendirnos en el llanto y el rechinar de
dientes. Lo que significa es algo más sencillo: si queremos buenos clientes,
tenemos que forjarlos y para ello tenemos que aprender a tratarlos.
Aguantar un chaparrón de quejas,
sonreír en todo momento y en todo lugar, repetirnos una y otra vez que el
cliente siempre tiene la razón, contar hasta diez no perpetuamente es posible.
Algunas veces, no hay manera humana de complacer a la gente y estarlo
intentando puede generar situaciones incómodas o tensiones que son
innecesarias. Lo mejor es aprender a negociar con ellos y ayudarlos a conseguir
lo que necesitan. Si nosotros no se los podemos dar, notificarlo en una forma
tal que se vayan contentos y vuelvan para la siguiente ocasión.
Para moldear a un cliente,
tenemos que conocerlo. Es preciso tener las antenitas elevadas y estar atento.
Dibujar un perfil de clientes difíciles es una buena idea porque así podemos
generar directrices específicas para atenderlos y lograr que se concrete una
venta y quede tan contento que podamos generar una repetición de negocio. Es
decir, la estrategia es construir algo así como un catálogo de clientes
complicados que vaya acompañado de estrategias que nos lleven no sólo a
satisfacer a un consumidor, sino que podamos transformarlo en un cliente
satisfecho.
Cada uno podemos generar nuestro
propio catálogo y categorizar a nuestros clientes dependiendo de nuestra
experiencia. Según Robert McCabe, de la Universidad de Georgetown, lo más
importante es aprender a negociar amoldándonos a su estilo. Aquí una propuesta
para clasificar a nuestros clientes difíciles:
El ansioso. Es aquel que siempre
que te visita o tienen una cita de negocios, llega hablando por teléfono, te
guiña el ojo haciéndote entender que enseguida te atiende. Dice que su tiempo
es oro y que está atiborrado de trabajo. Evidentemente, es un cliente difícil
de atender porque o se deja atender. Para este tipo de personas lo mejor es la
firmeza. No hay que perder la calma, ni dejarnos atrapar por sus ritmos. Si
tiene prisa, pídele que cuelgue y así terminarán más rápido. Si quiere hacer
muchas cosas a la vez, enfócalo. Si no funciona, agenda otra cita, dile que
estarás encantado de atenderlo cuando no esté tan ocupado.
El atribulado. Es el cliente que
quiere contarte toda su vida, sus tormentas y puede llegar el momento en el que
te preguntes si se confundió y piensa que eres su psicólogo. Cuidado, esta
puede ser una estrategia comercial. Lo mejor es mantener una plática
profesional y no caer en la tentación de traspasar esos límites. Una cosa es
escuchar empáticamente de vez en cuando y otra es servir de paño de lágrimas
que luego otorgue dádivas que no son favorables. Para ello, lo mejor es
delimitar desde el principio las condiciones y no moverse de ahí.
El confianzudo. Es el tipo de
persona que no sólo se toma la mano y el pie, sino que se quiere llevar el codo
y el hombro también. Con estos personajes, es muy fácil perder los estribos. Un
lenguaje profesional que haga entender, con seriedad, que se trata de una
relación de trabajo es aconsejable. También, en la medida de lo posible, no lo
atiendas solo, busca a otro colega que te ayude y adviértele que el tono debe
ser muy profesional.
El exigente. Es el típico cliente
que para todo tiene una respuesta, busca que lo atiendan y demostrar que es muy
inteligente y sabe mucho. Le encanta provocar problemas para hablar con alguien
de jerarquía superior y plantar quejas. Dicen que para que a cuña apriete,
tiene que ser del mismo palo. Entonces, demuéstrale que tú también tienes
conocimientos y disposición de ayudarlo.
El flojo. Es aquel que nos exige
mucho tiempo, mucho más del que invertiríamos con otro cliente. Es el que llega
tarde, le cuesta arrancar, no se decide pronto y tenemos que esforzarnos para
que se cierre la venta. Este cliente exaspera, pero es de los más fáciles de
tratar porque es tan perezoso que si lo sabemos conducir, dejará que seamos
nosotros los que decidamos. A estos clientes hay que hablarles con un lenguaje
sencillo y en la forma más clara posible para que llegado el momento, entienda
cuál es la mejor alternativa y se decida.
El cuentachiles. Es el tipo de
cliente que siempre está en pie de guerra, siempre quiere negociar y quiere
sacar algo más. No importa lo que sea: un descuento, mayor cantidad de
producto, mejores condiciones o incluso, algo ridículo. Para el cuentachiles,
lo importante es sentir que consiguió algo más. Incluso, ganarse unos centavos
lo hará sentirse feliz. Entonces, lo mejor que podemos hacer es preparar
pequeñas concesiones para que, llegado el momento, las podamos otorgar sin que
esto represente una gran erogación.
El catálogo se puede extender al
infinito. Lo importante es anticiparnos a la situación y saber qué es lo que
debemos hacer. La mejor solución para lidiar con un cliente difícil y no caer
en la tentación de salir huyendo, es tranquilizarnos y entender que no estamos
obligados a darle todo lo que quiere. Hay que buscar un punto de concordancia y
ese se puede anticipar.
Clientes molestos hay de muchos
tipos, pero, eso no quiere decir que sean intratables. Si sabemos
identificarlos y aprendemos cómo tratarlos, tenemos la mitad del problema
resuelto. Al final, esos son los quebraderos de cabeza que todos los
empresarios y emprendedores queremos: tener muchos clientes que sepamos tratar
para que siempre regresen con nosotros. Más que huir, hay que idear estrategias
para atenderlos; hay que poner atención y saber cómo tratarlos.
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