¿Cuánto duele ser un país de primer mundo?
FORBES – 4 de abril de 2018
El dolor físico que sentimos al
pagar por algo es real. ¿Qué tan intenso habrá sido lo que sintieron los
singapurenses para llegar al estado de sofisticación que disfrutan hoy?
Según los estudios de
neuroimagenología que presenta Dan Ariely en su libro “Dollars and Sense”,
pagar por un bien o servicio estimula las mismas partes del cerebro
involucradas en el procesamiento de sentir dolor físico. Esto quiere decir que,
cuando pago unos tacos al pastor, mi cerebro percibe el mismo dolor que cuando
mi dedo chiquito del pie choca con la base de mi cama.
La molestia dependerá de la
intensidad del golpe, o bien, de la cantidad de dinero que debemos pagar. El
dolor no será tan intenso cuando pague esos tacos, en comparación con el pago
de la tenencia de mi auto o de mi tarjeta de crédito cada fin de mes. Así como
no es lo mismo pegarse en el dedo chiquito del pie que romperse el dedo gordo
de la mano con un martillazo.
Sentir dolor es importante, pues
nos recuerda ser precavidos cuando nos levantamos a media noche medio dormidos
para no golpearnos con la base de la cama. Por ello, ese sentimiento nos
protege de malgastar el dinero que tanto trabajo nos ha costado ganar.
Así pues, Dan Ariely concluye que
el dolor que sentimos al pagar por algo está directamente relacionado a dos
conceptos: tiempo y atención.
Tiempo
La duración que hay entre el
momento en que pagamos hasta que consumimos el bien o servicio, genera dolor.
Por ejemplo, si estás planeando ir a Rusia 2018 con tus amigos, el dolor se
verá sumamente disminuido si empezaste a pagar por ese viaje en enero. En julio
te subirás al avión, entrarás al estadio, disfrutarás ver cómo México le clava
dos goles a Alemania y regresarás feliz de la vida. Incluso el sentimiento que
tendrás será de alivio, pues sentirás que habrás ahorrado dinero al ser tan
precavido.
En cambio, tu cuate holgazán y
desorganizado que se une al plan en el último minuto habrá de preferir romperse
los 10 dedos de las manos con un rotomartillo, ya que el sentimiento de dolor
se intensificará cuando tenga que buscar en su cartera la mínima cantidad de
800 dólares (en efectivo) para comprar su boleto en reventa. Mientras él
sentirá un martillo golpeando su dedo, tú estarás aliviado de haber pagado
“solamente” 250 dólares por la misma entrada. Además, como fue en seis pagos,
la verdad es que ya ni lo sientes, es casi como entrar gratis.
El tiempo que pasa entre el pago
de un bien o servicio, y el momento en que se consume, aumenta o disminuye el
sentimiento de dolor que experimenta cada uno de los sujetos.
Atención
El dolor del pago está
directamente relacionado a qué tan conscientes estamos del pago que realizamos.
En el ejemplo mundialista, el hombre precavido (además de valer por dos) es
mucho menos consciente del monto pagado y está mucho más concentrado en la felicidad
de vivir el momento. Celebrará el gol del “Chucky”, la salvada de “Paco Memo” y
la segunda anotación de “El Tecatito”.
En cambio, el amigo holgazán
seguirá haciendo cuentas mentales de lo que pudo haberse comprado con los 550
dólares adicionales que pagó por comprar su boleto en reventa y, Dios no lo
quiera, evaluará si en verdad valió la pena gastar 800 dólares en un partido de
futbol. La atención del segundo hombre estará sumamente ligada al monto que
acaba de desembolsar y no tan cercana a la experiencia del momento.
Así pues, el dolor del segundo
aficionado mundialista será mucho mayor (cuatro veces más según Ariely) que el dolor que sentirá quien pagó
por su boleto desde enero. Resulta claro que el dolor de pagar es una función
del tiempo y la atención que le damos al pago.
Dolor por pagar = Tiempo +
Atención
Esta función del dolor del pago
me hizo reflexionar sobre mi visita a Singapur en estos últimos días de marzo.
Tuve la enorme oportunidad de participar en una serie de conferencias sobre
Geopolítica, Comercio Internacional y Desarrollo Económico de Asia, Europa y
Norteamérica.
Más allá de los interesantísimos
temas discutidos, uno de los mayores aprendizajes lo obtuve de la propia visita
y la afortunada sesión con el embajador Nathan Wolf (aunque su nombre no lo
sugiera, Nathan es el embajador de México en Singapur).
La reflexión fue: ¿qué tan
intenso habrá sido el dolor que sintieron los singapurenses para llegar al
estado de sofisticación que disfrutan el día de hoy? Mi respuesta: muy intenso.
Para dar algo de contexto, les
cuento que Singapur tiene una superficie un poco más grande que Cozumel. En ese
pequeño territorio han logrado desarrollar un puerto que mueve más contenedores
que todos los puertos de México juntos.
Con una población de 5.5 millones
de habitantes, de los cuales 3 millones son locales y 2.5 millones extranjeros,
han logrado incrementar su territorio “comiéndole” espacio al mar en casi 25%
(de 581 km² a 720 km²) gracias a todas las técnicas de construcción que han generado.
Además, tiene los primeros lugares en cuanto a desarrollo de tecnología para
desalinizar y purificar agua, ya que la isla no cuenta con agua potable.
Singapur ha logrado eliminar el
tráfico de sus calles otorgando licencias limitadas para controlar el número de
automóviles. Un permiso para tener un coche por los próximos 10 años puede
costar hasta 120,000 dólares sin tomar en cuenta que el precio del auto llega a
ser hasta cuatro veces más alto que en México (¿se imaginan lo adoloridos que
están los singapurenses si los comparamos con los mexas?).
Por último, estoy seguro de que
la razón por la cual Singapur logró este nivel de sofisticación fueron los
principios bajo los que fue regenerada: Meritocracia, pragmatismo y cero
tolerancia.
Recordemos que la isla no tiene
ningún tipo de recurso natural, ninguno, y fue poblada con una mezcla de
indios, malayos y chinos no deseados por sus países. Esta combinación de
creencias, religiones y costumbres generó problemas sociales, inseguridad,
desigualdad social, corrupción… Suena familiar ¿no?
Tan grave se puso el asunto que
Malasia prefirió “regalar” el territorio y no tener que resolver algo que
parecía irreparable. Entonces, ¿quién podría ayudarlos? A diferencia de México,
en Singapur no llegó el “Chapulín Colorado”, llegó Lee Kuan Yew e instauró los
principios antes mencionados y que ahora describo brevemente:
Meritocracia: sólo las personas
más capaces estarán destinadas a los mejores trabajos (públicos y privados)
Pragmatismo: no quieren inventar
el “hilo negro”, si ya existe y funciona en otros lados del mundo, hay que
copiarlo y mejorarlo si se puede.
Cero Tolerancia: todas las
condenas tienen algún tipo de pena corporal. Pena corporal en el sentido
literal de la expresión – hay azotes y pena de muerte. Si tiras basura en la
calle acabas en la cárcel con varios azotes (sí, eso incluye colillas de
cigarro, es basura). Además, no puedes mascar chicle en la calle porque está
prohibida su compraventa. Espero esté clara la idea de lo que pasa si robas,
haces fraude o te agarran en actos de corrupción.
¿Cuál ha sido el resultado de la
aplicación de estos tres principios? Modernidad, crecimiento económico y mejor
redistribución de la riqueza.
Singapur es la puerta de entrada
para un mercado de 600 millones de habitantes del sureste asiático. Por
supuesto que surge el argumento: Esto sería imposible de implementar en México,
funciona para 5.5 millones de habitantes que son como maquinitas, pero no para
casi 130 millones de personas muy creativas y espontáneas. Sin embargo, habría
que considerarlo.
Más allá del resultado de la
reflexión, creo firmemente que podemos dar pasos hacia una sociedad más
parecida a la singapurense. Piénsalo, la enorme mayoría de los mexicanos estamos
preocupados por temas de corrupción, educación y seguridad. Para esos tres
rubros podemos seguir los pasos inspirados en los principios de meritocracia,
pragmatismo y cero tolerancia:
Corrupción: disminuir la
interacción entre personas y así evitar la “mordida” (las fotomultas en la CDMX
son un buen ejemplo de este funcionamiento).
Educación: programas educativos
con las mejores universidades del mundo. La Universidad Nacional de Singapur
(NUS) tiene convenios con el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) para
ofrecer programas combinados.
Seguridad: implementar penas más
severas (incluida la pena de muerte) para establecer una mejor relación
costo/beneficio percibido al realizar un acto criminal.
Por supuesto que esto abrirá la
puerta a una discusión sobre derechos humanos, pero terminaría ese debate con
el siguiente planteamiento: ¿a qué mayor derecho deberíamos aspirar que al de
poder caminar por nuestras calles y parques de manera segura y libre?
Considero que mientras esto no
sea posible y siga aumentando el temor a hacerlo, resultará difícil continuar
por el camino de la protección de los derechos humanos de corruptos y
criminales. Sin duda una discusión muy compleja e imposible de resolver en dos
párrafos.
Para terminar, regreso a mi
planteamiento original: ¿cuánto dolor habrán sentido los fundadores de Singapur
para poder llegar al punto actual? Sin duda mucho, pero valió la pena.
Creo que es muy importante tener
presente que, así como cuando hacemos un gasto sentimos dolor, y este dolor depende
del tiempo y la atención que pongamos en la acción de pagar, construir una
sociedad libre de corrupción, con una mejor educación y una mayor seguridad,
tiene un alto costo que será doloroso pagar.
Hoy estamos en una posición donde
podemos hacer una especie de prepago por los cambios necesarios en nuestra
sociedad. No seamos como el amigo holgazán que quiere comprar su boleto en el
último minuto, el dolor de hacerlo será tan intenso que seguramente provocará
que lo evitemos.
Sentir un poco de dolor no es
malo, sobre todo cuando es un medio para llegar a un fin mejor.
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