Involución de los algoritmos, confianza herida
FORBES- 20 de abril de 2018
Las fake news generaron
revoluciones silenciosas en el governance de las empresas tecnológicas, es así
como los pioneros de Google y Facebook reniegan de su creación.
La verdad, para muchos, se
fundamenta en la percepción individual que movilizada en las redes sociales les
hace creer que es una “verdad colectiva”. Esta realidad desafiante y autista
es, en gran medida, obra de los algoritmos, una herramienta tecnológica de
inteligencia artificial de las redes sociales que refuerza tendencias de
opinión al buscar, favorecer y recordar sólo aquella información que confirma nuestras propias
creencias, y que genera la ilusión de que “todo el mundo” comparte nuestras
ideas porque las informaciones que nos llegan nos dan la razón.
La reflexión la inicié bajo el
título de La dictadura de los algoritmos, publicada en la edición de septiembre
de 2017. Dictadura, porque son los algoritmos los que eligen lo que “nos gusta”
y los que evitan el encuentro con aquello que es diferente e inesperado. La
activista digital guatemalteca Renata Ávila de la World Wide Web Foundation ya
sostenía que la “Internet llega a ti mediante un algoritmo, no eres tú el que
vas a buscar algo a Internet”. Si Facebook te filtra la información, -dicen los
críticos-, al final sólo te muestra una visión de los hechos y te radicalizas.
El régimen dictatorial estuvo firme hasta el 2017, porque la confianza, según
el Trust Barometer de Edelman 2017 presentado en el WEF, estaba liderada por el
ciudadano común: “gente normal”, como tú o yo.
Habiendo bajado tres puntos desde
el 2016, era la primera fuente de información confiable, a nivel global; en
segundo y tercer lugar estaban los técnicos expertos y los académicos, lejos
los medios de comunicación y la empresa. Pero como toda “dictadura”, ella misma
genera revoluciones sociales para derrocarlas.
Lo primero que suele suceder son
las conspiraciones internas por las diferentes opiniones sobre la forma de
gerenciar el modelo de gobierno para satisfacer las expectativas ciudadanas. El
polémico Sean Parker, primer presidente de Facebook, se arrepintió de haberla
impulsado y ‘disparó’ contra la red social al afirmar que “explora la
vulnerabilidad humana”. Por otro lado, Chamath Palihapitiya, también ex
ejecutivo, lamentó haber participado en la construcción de herramientas que
destruyen el tejido social: “las redes sociales están desgarrando a la
sociedad”. En febrero, El País de España publicó la “rebelión de las redes”
señalando a “ ‘Facebook’: manipuladora de la atención, vehículo de noticias
basura y oligopolio sin control”.
Las fake news, o las mentiras,
generaron revoluciones silenciosas en el governance de las empresas
tecnológicas, es así como los pioneros de Google y Facebook reniegan de su
creación, exigiendo “humanizar la tecnología y repensar su uso y abuso”. Hace
sólo semanas estas redes sociales han hecho cambios significativos en sus
algoritmos.
Hay una resignificación en el
imaginario colectivo en aquello que leemos, producto de los algoritmos y que no
es siempre la “verdad colectiva”, sino la percepción de una opinión individual
que se cree es de la mayoría, pero el daño ya está hecho e hizo una profunda
herida en la confianza que ganábamos históricamente la “gente normal”. Este año
en Davos, George Soros abrió fuego en el WEF desde la artillería de la
revolución: Facebook y Google “amenazan la sociedad y las democracias” y las
primeras víctimas somos nosotros mismos, por cómo usamos las redes sociales. El
Trust Barometer 2018, refleja una baja de seis puntos en la confianza cuando
compartimos nuestra opinión, habiendo sido desplazados a la tercera posición que
ahora es liderada sólo por los expertos técnicos y luego los académicos. Si
analizamos esto en profundidad, y tomo como referencia a España por similitudes
socio culturales, la caída de la confianza del ciudadano común es más del doble
del promedio mundial (13 puntos de caída de la confianza). Esto dibuja el
desafío de reinterpretar una nueva conciencia colectiva al definir quién dice
la verdad donde nadie tiene el monopolio de la razón, ni la exclusividad de la
mentira.
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