El poder del silencio como un
signo de reflexión
FORBES- 24 de enero de 2019
Es materialmente imposible
digerir datos, evaluar opciones y decidir con solvencia si hay que hablar
diariamente. El mero objetivo mediático no es plausible si provoca
incertidumbre.
Muchas veces nos preguntamos cómo
es que debemos actuar ante los retos de la vida. Sin temor a equivocarme puedo
decirles que, con el tiempo, lo que más hemos aprendido es que hay que pensar
bien antes de actuar (reflexión puntual y no definir al calor del momento). Por
ello, ante los problemas que se presentan en el camino, nada suple el tiempo de
análisis, la reflexión en grupo, la revisión de mejores alternativas, y al
final del día, tomar decisiones como resultado de haber auscultado todas las
consecuencias que se puedan generar y la forma de mitigar posibles daños. Parte
del reto es lograr un equilibrio entre el lapso de revisión y la necesidad de
actuar, pero procurar no actuar por impulso o inercia sin haber hecho un
diagnóstico apropiado. La pauta de un silencio entre retos y acciones es
deseable.
Lo antes expuesto parece bastante
obvio; sin embargo, parece ser que, en la actual administración, la dinámica de
actuación es distinta. En lugar de que haya espacio de reflexión y de guardar
prudencia antes de tomar decisiones, se ha optado por la estridencia, la
intolerancia y un alud de declaraciones diarias que empiezan desde muy
temprano. Y es que, quizá sea esa propensión a iniciar el día con conferencias
de prensa el culpable de que, en forma, prácticamente permanente, haya esta
necesidad de declarar algo. De manera exacta, lo contrario al silencio
necesario. Es materialmente imposible digerir datos, evaluar opciones y decidir
con solvencia si hay que hablar diariamente. El mero objetivo mediático no es
plausible si provoca incertidumbre, desorden e imposibilidad de priorizar
tareas de mediano y largo plazo.
Ejemplos de malas
implementaciones y peores análisis son visibles en temas tan sensibles como lo
es la presunta cancelación del aeropuerto de Texcoco, el diseño y regulación de
la Guardia Nacional, y la estrategia de ataque al robo de combustibles. En
todos los casos, nadie cuestiona lo importante que es buscar el mejor
aprovechamiento de recursos públicos, agotar las causas que generan injusticia,
impunidad y violencia, así como parar el robo de combustible y afectación a
Pemex. Sin embargo, lo que no es aceptable es que, ante grandes retos y
problemas, se tomen decisiones que no sopesan todas las posibles alternativas,
que no se consulte a los expertos en la materia, y que, sin la participación de
los principales actores se ejecuten acciones que no apuntan a soluciones de
largo plazo. Las decisiones correctas son aquellas que sean medibles y
auditables, que gocen de solvencia técnica y operativa, y al final del día
generen las consecuencias óptimas en la materia.
En los ejemplos puestos, el caso
del aeropuerto de Texcoco es un verdadero insulto porque no existe una sola
razón técnica, operativa, financiera, aeronáutica o lógica que justifique su
cancelación y la alternativa de Santa Lucía es verdaderamente inaudita en
cuanto a sus inconvenientes, costos excesivos, carencia de autorizaciones
locales o internacionales, amén de un impacto al erario público de más de
200,000 millones de pesos literalmente tirados a la basura. Si el temor es que
en la ejecución del aeropuerto de Texcoco o en la compra de terrenos aledaños
hubo corrupción, lo que procede es procesar a los responsables y, en dado caso,
expropiar los inmuebles, pero no castigar al país ante lo que puede y debe ser
una obra de enorme impacto en el desarrollo económico para temas de turismo,
carga, transportación, logística, comercio exterior, etcétera.
En materia de Guardia Nacional
hemos insistido sobre la importancia de no militarizar la seguridad pública y
de cómo la excusa de que las policías están mal capacitadas y/o entrenadas no
es sino la confesión del propio Estado de que no ha cumplido con sus
obligaciones en la materia. Pero la solución no está en matar al paciente, lo
que se requiere es darle plena vigencia a un esquema que privilegie el que las
instituciones policiacas civiles se hagan fuertes, sean bien entrenadas,
coordinadas entre sí, y que tengan un énfasis en materia de prevención del
delito, investigación científica, y una vocación total a protección de derechos
humanos.
En lo que toca a robo de
combustible se debe eliminar la impunidad, castigar a los responsables, y
asegurar la no repetición de los hurtos. Caiga quien caiga. Para ello debemos
señalar que en absoluta congruencia tendría que, igualmente, actuarse con la
misma severidad a quienes atenten contra otras fuentes patrimoniales del
Estado, como lo son cualesquier abusos por robos a peajes en carreteras de
cuota, el no pago de cuentas de luz con los famosos diablitos, y cualquier otro
hecho por el cual se tiene acceso ilícito a recursos del erario público.
Es por todas estas razones que le
pedimos al gobierno en turno que ejerza la enorme virtud del silencio. Que se
piensen las cosas con mucha mayor profundidad antes de actuar. Que no se opte
por esta diatriba declarativa diaria que tanto daño hace en perder de foco las
grandes prioridades del país por coyunturas mediáticas mañaneras. Cuando el
país debería de estar hablando de cómo asegurar inversiones, implementar reales
esquemas de pacificación e impartición de justicia (para abatir la impunidad)
de cómo fortalecer su capacidad turística y de transporte (por ejemplo, a
través del aeropuerto de Texcoco), de cómo asegurarnos un papel en la
revolución digital, y otros temas análogos, estamos en el limbo de muchas
cuestiones que no están siendo atendidas o con enormes deficiencias. Nada de
refinerías obsoletas, ni de trenes sin sustento ambiental u operativo.
En fin, que el silencio es oro.
Declaraciones solamente cuando sean necesarias. Y siempre y cuando se haya
hecho la tarea completa para tener soluciones reales, duraderas y solventes.
P.D.: El silencio no se logra con
espacios sin diálogo o pausas cuando se habla con intermitencia. No nos
referimos a ese silencio, sino a uno que implique realmente profundidad de
análisis y de diagnóstico antes de actuar. Requerimos seriedad y no demagogia.
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