El jefe es dueño, amo, señor y motivo de
chistes
FORBES- 15 de enero de 2019
A menudo en el mundo corporativo
se cuestionan los modelos autocráticos de liderazgo, que plantean el sacrificio
de las libertades individuales en pro de una mayor efectividad.
A principios de los años 90, una
nueva generación de ejecutivos se incorporaba a las filas del empleo y se
esperaba que fueran una clase de directivos que, dada su alta formación y
mentalidad abierta llevaran a cabo una renovación en la forma de ejercer
autoridad. Se esperaba que sustituyeran a los directores autocráticos y que eso
produjera un cambio positivo en la forma de ejercer el liderazgo. Hoy, vemos un
cambio de rumbo en términos directivos. No sé si estas variaciones se deben a
que el modelo corporativo es distinto del que se estudia en las universidades o
si hay cierta desilusión por los liderazgos participativos. Lo cierto es que
conforme pasa el tiempo, nos damos cuenta de que los liderazgos han
evolucionado a un lugar que nos llena de sorpresas. El mundo opta por líderes
que operan como si las empresas fueran un teatro de un solo actor. Estos personajes
son autocráticos, forman equipos de trabajo muy compactos, son protectores y
valoran la fidelidad por sobre todas las cualidades.
Este tipo de liderazgos se han
dado cabida en la política y en el mundo corporativo. Parece que han ganado
popularidad y a las nuevas generaciones les acomoda esta forma de recibir
instrucciones. En esa condición, para alcanzar el éxito hay que entender cómo
funcionan y conocer cuáles son las reglas del juego —que se alejan de la
ortodoxia de los métodos que aprendemos en los libros o que nos enseñan en las
universidades—. Estos estilos de
dirección tienen sus reglas: es imprescindible moverse con cautela, conocer a
las personas adecuadas, lo más importante es la confianza y la delegación de
poder se considera un ejemplo de mala gestión. Lo curioso es que quienes han
adoptado estos métodos directivos hicieron carrera y fortuna en poco tiempo.
¿Cómo?
No hay novedad, desde que Fayol
habló de los doce principios de administración, sabemos lo importante que es la
jerarquía en cualquier tipo de organización. En la reinterpretación de lo que
significan el rengo y el escalafón, la relación que se establece entre el jefe
y sus subordinados es de suma importancia. Es cierto, en muchas empresas,
incluso las grandes corporaciones, el enfoque administrativo es bastante
liberal en cuanto al trato entre el jefe y sus empleados. Incluso se considera
que las categorías dan lo mismo, que todos son iguales y existe la posibilidad
de acudir directamente a la dirección para proponer nuevas ideas, presentar
quejas, denunciar abusos. Se ha llegado a creer que el jefe es un par y eso,
además de ser falso, es un error. El jefe ejerce una relación que debe elevarse
por encima de sus subordinados. La jerarquía, incluso en estructuras achatadas,
existe.
Lo curioso es que los liderazgos
duros empiezan a popularizarse. Aquellos en que los jefes se convierten en una
mezcla curiosa de padres, reyes, amos y motivos de risa. El jefe es toda una
figura poderosa y ejerce ese privilegio. Bajo ningún concepto se considera que
sea un trabajador más; desde su silla, cual soberano legítimo, dirige lo que se
le ha confiado. Ejerce un mandato duro sobre la sucursal, la filial, el
departamento, el equipo de trabajo, el presupuesto o lo que le toca. Se trata
de una regla que aplica a cualquier nivel. Por encima del jefe sólo está el
cielo, y, claro está, el jefe de su jefe. Entre el jefe y los subordinados debe
haber el mayor número posible de escalones que marquen las jerarquías: el
asesor, el consejero, el adjunto, la asistente, la recepcionista. Los espacios
físicos son importantes, las oficinas, los despachos y la sala de juntas, la
recepción marcan jerarquía. Las diferencias no se disimulan, se acentúan.
Este tipo de dirección es muy
jerárquico, sin embargo, la actitud del jefe hacia sus empleados es indulgente
y se interpreta como la relación de un padre hacia sus hijos, es un gesto de
generosidad extrema para con su pupilo. Evidentemente, estos modelos de
liderazgo crean sistemas altamente burocratizados. Y aunque pareciera que estos
estilos se erradicaron hace casi treinta años, hoy están en boga. Si bien los
trabajadores —no los integrantes del equipo de trabajo—suelen bromear sobre
este tipo de dirección y tanto la burocracia como la figura del jefe dan pie a miles
de chistes, este tipo de líderes creen que un jefe que se comporte de otra
forma no es un jefe. Y no se trata tanto del carácter personal, del
temperamento o raíces culturales del líder, sino de los modelos de
comportamiento preestablecidos que se imbuyen en la cultura organizacional. Así
que cualquiera que ocupe un puesto de jefe representará el papel que la
sociedad le reserva.
¿Por qué gustan estos liderazgos?
Estos jefes dan mucha seguridad, saben poner todos los puntos sobre las íes,
son claros y la gente sabe sobre qué terrenos está pisando. No dejan espacios
para la ambigüedad. No se pierde el
tiempo con discusiones infructuosas, aunque se pierde la posibilidad de un
intercambio fructífero de opiniones. Independientemente de la eficacia de este
método de gestión —que, en muchos casos levanta pasiones, de que se tilde a los
jefes de: abusivos pues obligan a trabajar horas extras, de mezquinos, no suben
los salarios, de obtusos porque no suelen ver cosas que para sus subordinados
saltan a la vista y flojos, por supuesto, para trabajar ya están los
subordinados, aunque nadie se atreve a decir a la cara nada que los contradiga
pues quien no comparta esta opinión se
le considera fuera de lugar, detentan todo el poder de decisión y se lo imponen
a los demás sin lugar a duda— estos liderazgos se están popularizando.
Son personas carismáticas y se
erigen con el poder en pro de una supuesta necesidad colectiva. No permiten el
cuestionamiento a su autoridad y sancionan rápidamente toda forma de oposición
o crítica. Exhiben tendencias a la paranoia y se aferran al poder a través de
todos los medios. No son dados a la autocrítica ni al reconocimiento, sino que
se piensan siempre los más indicados o los más convenientes para guiar a los
demás. Amenazan, castigan y persigue a sus subalternos, en pro de mantener un
orden específico. ¿Les resulta familiar esta descripción?
A menudo en el mundo corporativo
se cuestionan los modelos autocráticos de liderazgo, que plantean el sacrificio
de las libertades individuales en pro de un orden más riguroso o una mayor
efectividad. De hecho, se distingue en el lenguaje empresarial entre las
figuras de jefe y líder en base a su cercanía con el personal de a pie, su
permeabilidad a las nuevas ideas, su horizontalidad de trato y su capacidad
para inspirar en lugar de atemorizar a sus subalternos. Pero, son personas que
no les tiembla la mano para tomar decisiones duras, que generan seguridad y
lealtad de su gente.
Estos liderazgos son muy
apreciados cuando se necesita implementar cambios en forma rápida y efectiva;
cuando se necesita alinear al equipo de trabajo o cuando la urgencia da poco
margen de maniobra. Los ejemplos de personas que ejercen estos liderazgos son
Donald Trump, Jeff Bezos, John Chambers, Vladimir Putin, Elon Musk. Estos jefes
son dicotómicos. Pueden ser inspiradores pero su forma dirigir es agotadora.
Luchan y consiguen lo que otros no lograrían. Enfrentan los desafíos, pero, en
general, tienen muy mal humor. Gozan del apoyo de la gente y son el principal
tema para hacer chistes y no les importa. Estos estilos directivos gustan
porque cada quien sabe cuál es la posición que les toca jugar y porque la gente
sabe que están dispuestos a pagar el precio de ejercerlo.
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