Soborno y perjurio, las sombras atadas a Trump
FORBES- 5 de septiembre de 2018
A principios de los años setenta,
Richard Nixon tomaba la única salida que le alejaba de enfrentar el juicio por
las acusaciones que en su contra corroboraban abuso de poder, perjurio y
espionaje.
Con el surgimiento de las ideas
Republicanas de mediados del siglo XVIII llegó la división de poderes y la
necesidad de evitar una nueva forma de absolutismo. El sistema de verificación
y equilibrio de poder (check and balance system) no sólo le dio a la naciente
República Francesa la certeza de una rotunda abolición de la monarquía; sino
que fue además fuente inspiradora para los modelos políticos de las nacientes
naciones en el continente americano.
La Constitución de los Estados
Unidos de Norteamérica, no sólo contempló un sistema de equilibrio de poder
mediante la rendición de cuentas y la verificación de acciones entre los tres
poderes de la Unión, sino que basándose en los principios filosófico-políticos
del Destino Manifiesto la actuación de los servidores públicos electos para
representar a los colonos estuviera enmarcada por una serie de virtudes,
valores y normas.
Así es como la figura del
impeachment empodera la capacidad de poder Legislativo y del poder Judicial de
llamar a cuentas al Ejecutivo por faltar a uno de los rituales más emblemáticos
del Inauguration Day: el juramento, ese que no se hace sobre la Constitución
sino sobre la Biblia.
En el más estricto sentido
puritano, el juramento es el símbolo que garantiza la calidad moral de quien
asume el liderazgo del poder Ejecutivo.
Faltar a ese juramento con
mentiras, sobornos, espionaje o perjurio amerita la deshonra del
enjuiciamiento. Ser llamado a enfrentar acusaciones graves como lo hizo Andrew
Johnson o Bill Clinton; no solo es una deshonra a la institución presidencial,
es en sí, una amenaza a la preservación del statu quo y a la supervivencia del
orden constitucional.
La única forma de evitar el
impeachment es la renuncia, al estilo Richard Nixon. El reconocimiento de la
culpa, acompañado de la aspiración de una probable redención concedida por el
sucesor (que, de acuerdo con la Constitución de los Estados Unidos, es el
vicepresidente) ofrece una salida digna al señalado, pero una oportunidad para
salvaguardar el interés nacional.
Trump no sólo ha sido descubierto
por los aparatos de inteligencia estadounidense, los cuales han comprobado la
intervención rusa en las elecciones de 2016, sino que es primer círculo el que
ha aportado a sus más importantes detractores.
Con una popularidad y aprobación
fluctuante e inestable, un sistema de alianzas internacionales vulnerable,
elecciones intermedias a la vista y una posibilidad de reelección difuminada,
Trump se encuentra en el momento más álgido de su inestable presidencia.
Dadas las circunstancias, a pesar
de que se haya comprobado que el presidente Trump haya faltado a la promesa de
preservar, proteger y defender la Constitución, si la composición del Congreso
permanece con una mayoría republicana después de las elecciones intermedias
será difícil que el proceso legislativo desencadene el llamado e inicio de un
juicio en el que los Estados Unidos contra Donald Trump defina la suerte de
este controvertido presidente.
Así como a Bill Clinton se le
enjuició por mentir en el testimonial y presionar a Lewinsky para que cambiara
el sentido de sus declaraciones, a Trump se le tiene ya una lista de actos en
los que las versiones encontradas han robustecido las acusaciones en su contra
y pareciera que en cada tweet el presidente no logra más que incrementar el
porcentaje de la población que apoya su impeachment. No solo es la población
que desaprueba su estricta visión acerca de temas coyunturales como la
migración el TLCAN, la OTAN, la ONU o el sistema internacional, se han sumado a
la iniciativa de su enjuiciamiento y eventual destitución grupos políticos que
operaron a favor de su campaña por la presidencia.
El moralismo y el sentido
puritano siguen exigiendo un presidente de los Estados Unidos que sea capaz de
representar la impecabilidad moral de un líder hegemónico, fuerte, valiente y
capaz de rendir cuentas con las manos limpias (o al menos no manchadas con asuntos
que interfieran con el interés nacional de los Estados Unidos).
La sobre especulación acerca de
los escándalos en los que se ha visto involucrado Trump y su equipo de campaña
no tienen precedente en la historia de ese país. Pareciera que el presidente sigue
en el escaparate de los reality shows que en su momento protagonizó, con la
diferencia de que quien es susceptible de expulsión es él.
En los próximos dos meses,
conforme esté más cercano el Super Tuesday veremos el alcance que ha tenido el
proceso verificación de pruebas y reclutamiento de testigos, así como el
trabajo que hoy se sabe está realizando el equipo de abogados de Trump.
El nuevo Congreso de los Estados
Unidos no solo tendrá que definir un esbozo de primera agenda legislativa
compuesta por el entendimiento comercial con México, el destino del TLCAN, el
destino final del Obamacare, el muro, DACA y la miscelánea fiscal. Esa primera
etapa del nuevo Congreso seguramente también será recordada por el avance o no
del impeachment de Trump.
Sin embargo, en este mundo en el
que lo inédito parece ser lo cotidiano, también podríamos ver la inesperada
renuncia del presidente, acción que abriría paso a que el vicepresidente Mike
Pence asumiera el cargo para terminar el mandato. Acto seguido, Pence podría
ser nominado a la presidencia de los Estados Unidos. ¿Descabellado? No tanto,
si consideramos que eso le abre la posibilidad al Partido Republicano de lograr
una estancia en la Casa Blanca de dos períodos consecutivos adicionales al que
ganó por elección Donald Trump.
Los electores estadounidenses
tienen una elección intermedia compleja, determinante y por demás desafiante.
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