El peldaño olvidado de la
productividad
FORBES- 26 de septiembre de 2018
La productividad arranca con la
posibilidad de tener un entorno ordenado y listo para trabajar en el momento en
el que se necesita, no después
Cada mañana de martes, cuando
llego a dar clase de siete de la mañana, padecemos el mismo ritual si queremos
ir al baño. La señora de la limpieza pone el palo de la escoba atravesado en el
umbral de la puerta y tenemos que esperar a que termine. La vemos pasar el
trapo por encima de los lavabos mientras se va formando una cola larguísima de
alumnas y maestras que queremos pasar al baño para lavarnos las manos, usar el
espejo o todo lo demás que causa urgencias.
Por supuesto, el reloj va
avanzando y muchas llegan tarde a sus clases porque el baño no está listo y eso
retrasa a todos los demás. Parece una tontería y no lo es: ¿qué pasaría si un
restaurante abriera sus puertas y cuando los comensales entraran, los meseros
estuvieran poniendo las mesas? Olvidamos que el primer peldaño en la escalera
de la productividad es arrancar en tiempo y forma.
En gastronomía existe un término:
mise en place, que sirve para definir el conjunto de preparaciones que deben de
hacerse antes de empezar la operación del día. La mise en place se trata del
pre-alistamiento indispensable para cubrir todas las necesidades que se puedan
enfrentar para empezar la lista de tareas diarias en tiempo, forma y de acuerdo
con los estándares de la empresa. Es algo tan sencillo como lo expresa el
dicho: un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. Se trata de una parte
del proceso productivo que por parecer tan obvia, se desestima y es muy fácil
de olvidar.
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El primer peldaño de la
productividad es tener los materiales y las herramientas listas y en buen
estado para empezar a trabajar, es manejar los equipos y utensilios de acuerdo
con lo que indica el manual de maniobra y seguridad, es tener el área lista
para ser utilizada, verificar el buen funcionamiento de los aparatos y máquinas
que vamos a usar y asegurarnos de que todos los requerimientos técnicos se han
cumplido. Es decir, se trata de hacer todas las previsiones para asegurar un
desarrollo armonioso, fluido y excelente basado en la experiencia y dejando de
lado la improvisación.
Arrancar las operaciones con todo
listo ahorra tiempos, evita desperdicios y asegura que el flujo productivo
tenga concordancia con lo que se espera. Por el contrario, cuando el día
arranca y algo no está listo, toda la cadena productiva se retrasa, causando
desperdicios de tiempo y materiales que tienen un efecto multiplicador costoso.
Es lamentable, porque son descuidos que pueden evitarse y que tienen
consecuencias virtuosas: ahorran recursos y propician la armonía.
Ver a la señora limpiando el
baño, me recordó al contador Quiñones, uno de mis primeros jefes. El era la
cabeza del departamento de impuestos y todas sus auxiliares éramos mujeres.
Entrabamos a trabajar a las ocho de la mañana y teníamos horario corrido, lo
que hacía fácil que muchas pudiéramos trabajar y estudiar al mismo tiempo. Con
el aprendí la importancia del peldaño olvidado de la productividad. Nuestro
departamento generaba mucha admiración y es que era muy raro que nosotros
saliéramos después de nuestro horario, regularmente se respetaba nuestra hora
de salida, lo cual en áreas contables-fiscales es muy raro. ¿Cómo lo
lográbamos?
El contador Quiñones se aseguraba
de que justo a las ocho de la mañana todas estuviéramos en nuestro lugar listas
para empezar a trabajar. Nos hizo ver la importancia de estar a tiempo haciendo
lo que debíamos en el momento preciso. En cambio, nuestras compañeras de
contabilidad entraban a las ocho pero se iban al baño de mujeres a arreglarse,
a terminar de maquillarse, a platicar del último chisme que corría por radio
pasillo. Y, claro está, empezaban a trabajar a las ocho cuarenta y cinco o a
las nueve.
Nuestro jefe nos enseñó a tener
nuestros lugares ordenados, nuestras sumadoras listas, los archivos con un
sistema que nos facilitaba encontrar las cosas rápido. En ese departamento, las
cubiertas de los escritorios empezaban el día libres de papeles y así
terminaban. Trabajábamos contentas conforme a un orden y a una secuencia que
había sido prevista y planeada con anticipación y el margen de ocurrencias y de
improvisaciones se disminuía sustancialmente.
Evitábamos andar a la vuelta y
vuelta buscando lo que necesitábamos, se acababan las tareas duplicadas. Los
resultados eran gloriosos: no salíamos tarde, no acabábamos agotadas al final
de la jornada, se combatía la falta de control, había muy pocos olvidos y el
trabajo resultaba armónico pues cada una hacía lo que le tocaba y se hacía
responsable de su tramo de trabajo.
Para el contador Quiñones, el
inicio del día de trabajo debía planearse la tarde anterior. Es decir, se
preveía y se supervisaba que lo planeado fuera lo que efectivamente se estaba
haciendo. Es decir, se finalizaba la jornada de trabajo dejando las cosas
listas para empezar puntuales al día siguiente. Nuestro departamento de
impuestos se manejaba como un relojito y nuestra cadena de tareas estaba
perfectamente eslabonada.
Por supuesto, los jefes de los
demás departamentos administrativos siempre creían que a Quiñones lo tenían muy
consentido los de personal y que siempre mandaba a las mejores. No era así, el
contador se encargaba de hacer entender a cada una de sus colaboradoras la
importancia del peldaño oculto de la productividad. Eso nos convertía en
personas comprometidas y que pudimos salir siempre a tiempo. No recuerdo
haberme quedado jamás a trabajar horas extras para preparar algún reporte, a
corregir algún error, a repetir algo que quedó mal hecho.
Cada mañana de martes, cuando
llego a dar clase de siete de la mañana y veo a la señora de la limpieza tallar
el lavabo mientras se forman filas interminables de personas que quieren
entrar, recuerdo al contador Quiñones. Sé que si el estuviera a cargo, le diría
que ese baño debería estar listo para recibir a sus usuarias en tiempo y forma.
Este pequeño detalle retrasa a maestras y alumnas para llegar al salón de clase
y eso puede traer un efecto dominó que va restando minutos de productividad al
proceso educativo.
En fin, tenemos que estar
preparados y listos, no cuando las manecillas de un reloj nos lo piden, sino
cuando nuestros clientes lo exigen. Esa es la clave que apuntala el primer
escalón de productividad. El error más común en el ejercicio de asignación de tareas
específicas en cualquier tipo de profesión, es ponerse manos a la obra sin
visualizar una hoja de ruta completa.
El primer paso a la hora de hacer
una buena puesta a punto es organizar las tareas para que cada quien esté donde
le toca haciendo lo que debe de forma esquemátic. Así, con una buena guía que
puede servirnos de brújula a la hora de planificar la puesta a punto, podemos
entender la relevancia de impulsar la productividad desde el escalón correcto.
No hay que desestimarlo.
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