Entre los deseos y los demonios públicos
FORBES- 7 de abr. de 19
Entre los deseos de justicia y los demonios
públicos la tentación de emitir un juicio, de criticar a una o a otra parte se
vuelve algo improductivo.
Cuenta Igor Zabel que en septiembre de 1994, el
artista ruso Ilya Kabakov se describía a sí mismo como una persona
culturalmente recolocada. En aquellos años, la herida de la Guerra Fría
empezaba a cerrarse pero seguía fresca. El muro de Berlín había caído en 1989,
sin embargo, aquello que se conoció como la cortina de hierro había separado a
las personas en muchos sentidos más que las evidentes barreras físicas.
Hoy, veinticinco años después, seguimos
separados, no como antes, estamos polarizados en nuestro entorno. Kabakov
sorprendido por la cultura occidental se manifestaba muy interesado por la
tendencia a criticar, a generar provocaciones e incluso a destruir enarbolado
la bandera de la cultura. Pero, él se sentía como fuera de ese radio de
influencia, como si fuera un espectador que no alcanza a comprender a cabalidad
lo que está sucediendo.
Kabakov confesaba sentirse descolocado y
comparaba la experiencia que le generaba esta propensión crítica con la que un
huérfano podía tener al visitar a un amigo en su casa. Al llegar, como
bienvenida, su amigo le expresa lo harto que está de vivir en esa casa, le
cuenta del enfado que le provocaban sus padres y no tiene empacho en mostrar un
comportamiento agresivo y grosero.
Claro, el huérfano tiene otra visión del
panorama. Él ve una casa hermosa, percibe un ambiente agradable y encuentra a
los padres personas amables e inteligentes. También, hay un aspecto esencial:
la familia del su amigo es lo suficientemente fuerte como para no sentirse
amenazada con los exabruptos del hijo. El huérfano trata de resolver ese
acertijo, tal vez puede intuir lo que sucede en ese hogar, pero es un elemento
exterior y prefiere guardar una actitud prudente y cerrar la boca.
Para Ilya Kabakov la cultura es un elemento
vivo, vibrante, cuyas raíces crecen tan profundo que nos absorben, nos moldean
y nos disuelven en forma tal que ya ni cuenta nos damos de ciertas conductas
destructivas que estamos interiorizando en nuestro comportamiento diario hasta
lograr normalizarlo. Es más, disculpamos ciertas conductas con el pretexto de
“así somos” o eso es lo que nos cuesta desarrollarnos. Lo que es preciso
destacar es que este desarrollo, esta crítica cruel y permanente tiene dos
características terribles: es destructiva y es tolerada.
Entonces, Ilya Kabakov se pregunta ¿qué habría
pasado con esos padres si el huérfano que llegó de visita, se hubiera
comportado como su hijo? Seguramente, habría llamado a la policía. Esta
reflexión hecha en 1994 resuena con potencia hoy en día. Seguramente, muchos de
nosotros hemos estado en una situación similar, en la que no entendemos —o
creemos no entender— ciertas circunstancias, en las que sentimos que estamos
fuera del perímetro —como forasteros— y nos da miedo opinar. Metemos aire a los
pulmones y hacemos acopio de toda la prudencia que tenemos al alcance y
cerramos la boquita.
Pero, tal como lo dice Aristóteles, en el fondo
de nuestra conciencia, hay una señal que nos indica cuando algo está bien y
cuando está mal. El método de Kabakov de cambiar de lugar a los protagonistas
de cierta escena nos lleva a entender con más claridad o por lo menos nos
aproxima a un mejor punto de vista. Últimamente y cada vez con más frecuencia,
la sensación de Kabakov de descolocamiento invade a más personas en el mundo.
La impresión de que no entendemos, de que la lógica se puso de cabeza y que la
correspondencia entre lo que se dice y se hace tiene huecos se aloja en el
corazón de muchos y a falta de claridad en el panorama, preferimos cerrar la
boca.
¿Quién no tendría miedo de opinar sobre lo que
sucedió con Armando Vega Gil la madrugada del lunes 1 de abril? De entrada, nos
sentimos como este niño huérfano que presencia una escena que no comprende a
cabalidad y que de entrada le sobrecoge las tripas. La acusación que recibió
por abuso y acoso sexual destruyeron su vida. La reputación es como la flor de
diente de león, es muy fácil deshacerla, destruirla, tan sencillo como soplar
para hacerla volar por los aires y jamás volver a restaurarla.
Por otro lado, vivimos en un país en el que la
impunidad es lo común, especialmente para los abusadores. Es difícil que las
víctimas que alcen la voz, lo que pasan cuando deciden denunciar, lo terrible
que es que nadie te crea. Vivimos en una sociedad en la que lo cotidiano es que
el abusador se transforme en víctima. Y, como dice la plataforma #metoo: “Sólo
nos tenemos a nosotras. Nosotras siempre les creímos a ustedes. Esperamos
ustedes también nos crean”.
Si seguimos el consejo de Kabakov, estoy segura
de que nos sentiremos tan descolocados como el artista ruso, experimentaremos
la misma confusión que el vivió en 1994. Pero entremos a esa casa, como el
huérfano que puede ver las cosas desde otro ángulo y con una visión más fresca.
Criticar a cualquiera de las partes es destruir, es polarizar y engendrar tanto
odio que dará como fruto más tristeza y mayor desesperación. Criticar será,
como sostiene el propio Igor Zabel, ridículo y reaccionario pues, tanto la
posición como los valores necesarios para llevar un análisis devendrá en un
conjunto de frases insustanciales.
Me parece que necesitamos dar un paso atrás y
reconocer que esta sociedad ha estado ciega. Se ha negado a ver el dolor de
ambos lados. Una víctima que no inspira empatía, que no recibe apoyo, que
además del dolor que tiene es atacada con la duda sistemática y se topa con la
indiferencia, la burla y en última instancia, la complicidad de una sociedad
que prefiere ponerse costras en los ojos antes de ver.
El dolor de una persona buena —la presunción de
inocencia no puede dejarse de lado— al verse atacado por una persona que no
tiene nombre ni rostro y que de un plumazo desde la oscuridad decide soplar tan
fuerte que se lleva prestigio, vida y el último aliento me recuerda la imagen
del suicidio de Catón el Joven en el año 46 a. C. Ambas muertes conmueven,
sorprenden, o simplemente producen curiosidad. Heroísmo o desesperación, la
decisión de quitarse la vida por no doblegarse ante la fatalidad sujeta un gran
potencial simbólico que fue percibido desde el mismo momento de producirse. No
conocí a Armando Vega Gil más que a través de su música. Al artista se le debe
de conocer por su obra.
Entre los deseos de justicia y los demonios
públicos la tentación de emitir un juicio, de criticar a una o a otra parte se
vuelve algo inmundo. Criticar sirve de nada. Empatía, condolencias,
entendimiento, mover el foco, reposicionar a los actores para entender sin caer
en la tentación de juzgar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario