El balance entre la irracionalidad y la
creatividad
FORBES- 25 de abril de 2019
La mayoría de los programas de
cambio fallan, el índice de proyectos de emprendimiento con éxito es muy bajo,
pero las probabilidades de triunfo se pueden mejorar en gran medida.
Escuchamos frecuentemente que la
innovación y la creatividad son la base de la modernización de un negocio y en
grados extremos, son los elementos que preservarán a un negocio o detonarán el
éxito de un proyecto. Hemos sabido de personas que han dejado pasar
oportunidades magníficas por creer que se trataba de ocurrencias y de la misma
forma, conocemos descalabros millonarios que pudieron evitarse si alguien
hubiera entendido que eso era un absurdo. El punto medio es la racionalidad,
sin embargo, McKinsey acuñó un término efectivo que está teniendo buenos
resultados: la gestión de la irracionalidad
Las ideas convencionales sobre la
gestión del cambio hacen hincapié en la necesidad de nuevas estructuras
corporativas, procesos, objetivos, incentivos y un sinfín de conceptos que nos
llevan a evitar el estancamiento y a ver por la evolución. Pero, no se pueden
implementar eficazmente a menos que entienda que la gente —empleados,
ejecutivos, emprendedores— no siempre se comportan de manera racional.
La irracionalidad es la
cognición, el pensar, hablar o actuar sin la inclusión de la racionalidad. Se
describe más específicamente como una acción u opinión dada a través del uso
inadecuado de la razón, o a través de la angustia emocional o la deficiencia
cognitiva, lo que no suena ni muy seguro ni muy profesional. Pero, ¿qué hay de
pensar fuera de la caja?, ¿cómo hacemos para escuchar nuestros instintos y
seguir ese olfato que nos lleva a detectar ventanas de oportunidad?
Sabemos y es verdad, que ha
habido éxitos que son hijos de la serendipia, que, de la misma forma en la que
el Burro de la fábula de Esopo llegó a tocar la flauta, muchos millonarios que
ocupan las listas de Forbes, jamás se imaginaron que llegarían a acariciar un
éxito tan rutilante. Es cierto que ese instinto nace de algo que no es
precisamente la racionalidad y que el cambio es algo que provoca rechazo.
Cuando una empresa monta un
programa de transformación, por ejemplo, los altos ejecutivos típicamente
abrazan el famoso aforismo de Gandhi «sea el cambio que desea ver» y
comprometerse a desempeñar modelando el comportamiento requerido por la nueva
dirección. El problema es que muchos líderes creen, erróneamente, que ya son el
cambio, que son ellos quienes encarnan, con su sola presencia, las
modificaciones que se requieren. Vamos, que con ellos basa y sobra. Es fácil
engañarse sobre esto: ¿Cuántos ejecutivos admitirían, incluso a sí mismos, que
no están, digamos, centrados en el cliente? ¿Cuántos emprendedores están
dispuestos a escuchar la retroalimentación del mercado cuando lo que les van a
decir es que hay cosas que se deben modificar? ¿Cuántos dueños de un negocio se
atreverían a confesar que no tienen la perspectiva adecuada para enfrentar las
condiciones de mercado?
De hecho, no nos podemos engañar,
los seres humanos pensamos consistentemente que somos mejores de lo que
realmente somos. Es curioso, según McKinsey, el noventa y cuatro por ciento de
las personas, por ejemplo, se clasifican en la mitad superior de la población
con destreza atlética. La mayoría de la gente se percibe más joven de lo que en
realidad se ve y una de las causas que llevan a un consumidor a devolver un
producto comprado es que calcularon mal la talla, creían estar en mejor
condición de la que en realidad están. En el mundo corporativo, la situación es
similar. Los ejecutivos tienden a sobrevalorar sus propuestas, los dueños ven
con algo de fantasía las ideas que quieren llevar al mercado y en general, hay
muchas ocurrencias que vistas de cerca, son planteamientos descabellados. Luego
nos sorprendemos de los resultados. Muchas aberraciones terminan siendo éxitos
gloriosos.
Sin embargo, la mayoría de los
programas de cambio fallan, el índice de proyectos de emprendimiento con éxito
es muy bajo, pero las probabilidades de triunfo se pueden mejorar en gran
medida teniendo en cuenta estos conocimientos sobre cómo el equipo de trabajo,
los ejecutivos y emprendedores interpretan su entorno y eligen actuar. El punto
nodal es saber qué y cómo cambiar a nivel personal, es decir, tomar distancia y
aprender a comprometerse con el lado irracional de la gestión del cambio.
Parece una ocurrencia, ¿verdad? No lo es.
¿Cómo moderar y entender la
irracionalidad y la creatividad? Para Scott Keller, de McKinesey, hay elementos
que tenemos que balancear y que debemos de tener:
Una historia convincente, porque
es preciso ver el punto del cambio y estar de acuerdo.
Mecanismos de refuerzo, porque
los sistemas, los procesos y los incentivos deben estar en consonancia con la
producción de nuevas ideas y
Creación de competencias, porque
debemos tener las habilidades necesarias para detectar y propiciar la generación
de ideas que puedan impactar positivamente.
Esta prescripción está bien
fundamentada en el campo de la psicología y es completamente racional. Uno de
sus méritos es su atractivo intuitivo, aunque muchos profesionales sienten que
es simplemente un buen sentido común. Y esto, me parece, es precisamente donde
las cosas van mal. Cuando el sentido común nos lleva típicamente desorientar
tiempo y energía, crear mensajes que desestiman las nuevas ideas, cuando se
baja la cortina a probar nuevos caminos como primera instancia, cuando nadie
escucha, las frustrantes consecuencias no deseadas de los esfuerzos para
influir en el cambio se multiplican, ¿por qué? Porque cuando ignoran elementos
de la naturaleza humana, a veces irracionales, pero predecibles; cuando se
cierran las puertas antes de abrir la mente, estamos en problemas serios.
Estamos dejando que la arrogancia gane y en cualquier terreno profesional y
personal, eso es muy peligroso.
Abrir la mente y entender que lo
que yo creo, no es necesariamente lo mejor —o lo correcto— es posibilitar el
florecimiento de la creatividad. Por otro lado, permitir alegremente que las
ocurrencias tomen la palestra, es lo mismo que si un jardinero permitiera que
todas las plantas germinaran en una parcela: los hierbajos terminarían
asfixiando a las flores. La gestión moderna busca el balance entre esa
irracionalidad y esa creatividad que nos permite valorar, en forma objetiva,
aquello que puede resultar bien para empresarios, emprendedores y ejecutivos.
Hay que poner atención, mantener la mente clara, los pies en el piso y la
intuición a flor de piel. Eso es lo que en McKinsey se conoce como gestión de
la irracionalidad.
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