¿El talento deportivo está en tu
ADN?
Women's
Health - viernes, 16 de diciembre de 2016
Tu ADN es tu techo. Nunca vas a
ser ni más alta, ni más rubia, ni más blanca que lo que te permita la
información que está escrita en tus genes. Es cierto que puedes recurrir al
dopaje casero (en este caso, un buen par de tacones, unas mechas y una base de
maquillaje a lo Michael Jackson), pero cuando hablamos de las cualidades que
hacen destacar a un deportista, como por ejemplo su velocidad, resistencia,
capacidad de concentración... aquí no hay trucos que valgan. ¿Es su materia
prima la que le da alas o su equipo de entrenadores y capacidad de sacrificio?
El combate es un clásico: a un lado del ring, el talento; al otro, el esfuerzo.
¿Quién gana? La respuesta es... ¡ambos! “Si no hay una información genética
adecuada, nadie podría estar en los niveles que se exigen hoy en día para el
deporte de alta competición, pero por muy buena base que se tenga, si una
persona no se entrena duro y con unos buenos profesionales alrededor nunca será
campeona olímpica”, expone la doctora Rocío Cupeiro, experta en Ciencias de la
Actividad Física y del Deporte y profesora de la Universidad Politécnica de
Madrid. El quid de la cuestión es que estamos lejos de saber en qué parte de
nuestro mapa genético están grabadas las instrucciones que llevan a la
excelencia. “No se conocen con certeza cuántos genes participan en la capacidad
atlética de una persona. Tenemos entre 20.000 y 30.000 y sabemos que hay hasta
300 que podrían influir en cómo se comporta nuestro cuerpo con el ejercicio,
pero estamos hablando solo de lo que conocemos hasta la fecha. Seguro que hay
muchos más”, afirma la experta.
Averiguar qué genes afectan a una
característica física concreta es metodológicamente complicado. Mucho. Una de
las investigaciones más repetidas a lo largo del estudio genético tiene como
protagonistas a dos gemelos separados al nacer y criados, por lo tanto, en
ambientes diferentes. Comparándolos se pretende deducir qué capacidades físicas
se heredan y cómo son condicionadas por el entorno y los hábitos de cada cual.
Pero los resultados que se pueden obtener de informes de este tipo no son tan
complejos como nuestro propio organismo. ¿Un ejemplo? Hablemos del V02 o
consumo de oxígeno máximo (parámetro en el que se mide la cantidad de oxígeno
que puede utilizar el cuerpo al realizar el ejercicio y que cuanto mayor sea,
más energía y mejor rendimiento en pruebas de resistencia habrá). De entrada,
los genes responsables de esta cifra en reposo no son los mismos que determinan
la capacidad de respuesta del consumo de oxígeno máximo en un entrenamiento.
Otro caso que demuestra la dificultad del tema: los maratonianos deben ser
delgados y tener unas piernas ligeras; en cambio, los mejores jugadores de
baloncesto han de ser altos. “Pero a través de estudios del genoma completo
(GWAS) se ha comprobado que los genes que marcan la altura y el peso de un
africano no tienen por qué ser los mismos que determinan el físico de un
europeo”, puntualizan los doctores Helios Pareja y Alejandro Lucía, del Grupo
de Investigación en Actividad Física y Salud de la Escuela de Doctorado e
Investigación de la Universidad Europea de Madrid. Por lo tanto, ante este
panorama cabe concluir que concretar dónde está la clave del éxito es casi imposible,
tanto si tienes multitud de gemelos idénticos separados al nacer para ser
analizados como si no.
La lista milagrosa
Pero aunque no están todos los
que son, ya hay algunas siglas que empiezan a destacar en el listado de genes
prodigiosos. Por ejemplo, el 50% de los atletas euroasiáticos y el 85% de los
africanos cuentan con, al menos, una copia del alelo 577R, una variante del gen
ACTN3. Puede que sea hilar muy fino, pero para los autores del estudio
publicado en la revista Nature, los métodos de entrenamiento pueden hacerte
mejorar. Sin embargo, como todos los deportistas utilizan los mismos (o
similares), los campeones cuentan con un conjunto de variantes genéticas que
muy pocos humanos presentan, y son esos pocos elegidos los que se llevan el
gato al agua (vamos, la medalla a casa). Otros investigadores no son tan
radicales a la hora de señalar a la genética como la gran ventaja en la alta
competición, aunque se ha comprobado que ciertos aspectos de nuestros
resultados deportivos están determinados por ella. “Una característica física
de origen genético que sí puede conducirnos a realizar un tipo de deporte en
particular es la proporción entre fuerza y resistencia. Se sabe que ciertos
individuos priorizan los genes relacionados con el aumento de masa muscular,
mientras que otros prefieren los relacionados con la masa mitocondrial. A este
primer tipo de personas se les recomienda entrenamientos de fuerza y, a los
segundos, ejercicios de resistencia. Pero no se conoce aún la totalidad de estos
genes implicados, aunque se observen sus consecuencias”, asegura el doctor
Gonzalo Palacios del Grupo de Investigación ImFINE de la Universidad
Politécnica de Madrid. También se sabe que la posibilidad de que seamos rápidos
está en un 70% condicionada por los genes recibidos de nuestros padres,
mientras que otro rasgo muy importante para los amantes del running, como es el
rendimiento en una carrera de larga duración, está mucho más influido por lo
que hagamos que por lo que heredemos (un 60% frente a un 40%). El V02 tiene un
porcentaje del 50%. En otras palabras: “Si queremos conseguir una cifra de 50
ml de oxígeno por kg de peso y minuto, este resultado va a depender de la
información genética y de cómo se entrene y se descanse a partes iguales. Hay otras
cualidades en las que la herencia influye aún menos, como en el equilibrio, por
ejemplo”, expone la doctora Cupeiro. En resumen, no hay ningún valor que esté
determinado al 100% por los genes o por nuestros hábitos. Sí, has leído bien,
¡buenas noticias, para aquellas que no han sido bendecidas genéticamente!
De abuelos a nietos
Otro punto a tener en cuenta es
que el propio ejercicio y nuestros hábitos de vida influyen en los genes o, al
menos, en la forma en la que trabajan. ¿Pero qué demonios son los genes? Se
trata de las instrucciones que utilizan nuestras células para fabricar las
proteínas, que son las encargadas de realizar las funciones del organismo. Lo
que hacemos en nuestro día a día, ejercicio incluido, provoca que las células
lean más o menos un determinado gen (esto es lo que los expertos llaman
“expresarse”) y que debido a ello se produzca una determinada proteína u otra.
Y esto puede ayudar a que el deporte sea lo más importante en nuestras vidas…
¡o a que nos cueste levantar el culo de la silla! “El entrenamiento pone en
marcha toda una serie de factores que propician que unos genes sean activados
o, por el contrario, silenciados. Los de transcripción son necesarios para que
se pueda iniciar el proceso por el cual se sintetizará una proteína concreta.
Se ha observado que durante el ejercicio muchos de estos factores aumentan, lo
que a su vez incrementa la síntesis de proteínas asociadas al rendimiento
(mitocondriales, musculares, etc.). Por tanto, no es posible modificar los
genes con el entrenamiento, pero lo que sí podemos hacer es mejorar todo el
sistema bioquímico, que permite que aquellos a los que no podemos cambiar
funcionen de forma más eficaz”, explica el doctor Palacios.
Es un hecho, la epigenética (no
te asustes, no es ningún ritual satánico, así es como se llama todo este jaleo
del estudio de la relación entre los genes y el ambiente) nos da esperanza a
los patos mareados del mundo (si hacemos bien los deberes, podemos ejercitarnos
digan lo que digan los genes). Pero lo más curioso es que se ha comprobado que
los cambios epigenéticos también se heredan: “Los hábitos de los abuelos
afectan a cómo sus nietos expresan sus genes. Si tus antepasados más recientes
han tenido un comportamiento activo, dispondrás de más facilidades para
fabricar proteínas que tengan que ver con ser dinámica. ¡Y al contrario! Por
ejemplo, si eran pésimos a la hora de comer, tanto hijos como nietos tendrán
mayor resistencia a perder peso”, afirma la doctora Cupeiro. Y si hablamos de
madres e hijos, la línea es aún más directa: una progenitora deportista cuenta
con muchas más posibilidades que una sedentaria de tener descendencia delgada.
Recientemente se ha demostrado en estudios con roedores que aquellas crías de
madres con más niveles de actividad voluntaria tienen más predisposición al
ejercicio espontáneo. Sin embargo, la capacidad de respuesta a un movimiento no
tiene por qué ser igual entre hermanos. “En nuestro laboratorio entrenamos
ratones con distintos fines biomédicos y tenemos algunos consanguíneos; es
decir, más similares que cualquier pareja de hermanos, que no responden igual a
un mismo ejercicio. Es probable que ciertos factores muy sutiles, sobre todo en
los primeros días de vida, modifiquen mecanismos epigenéticos con consecuencias
trascendentales”, concluyen los doctores Pareja y Lucía. Moraleja: si eres de
las que hace ejercicio cinco veces a la semana y lo disfrutas, bien por ti,
pero ¿no se impone una llamada de agradecimiento a los yayos? ¿Cuánto hace que
no le compras un detalle bonito a tu madre?
Para qué entrenar
Ahora bien, vamos a lo que nos
interesa a las amateurs. Imagínate que no tienes que agradecer nada a tu
genética, que las clases de gimnasia en el colegio fueron tu calvario personal
y que eres el primer integrante de tu familia que decide apuntarse a un
gimnasio. ¿Merece la pena intentarlo? La respuesta es un rotundo sí, porque si
en el deporte de élite las cosas pueden depender (o no) de un alelo de un gen;
en el popular, definitivamente, el atleta no nace, se hace. “Si lo que buscas
es completar un triatlón con una marca decente, con un entrenamiento bien
planteado y unos hábitos de nutrición y descanso adecuados lo puedes conseguir
(¡de sobra!). Tengas la genética que tengas. Existe una influencia en el ADN de
todos nosotros, pero esta no es tan grande como para que te impida disfrutar y
competir en un deporte como hobby. ¡Y entrenar y conseguir mejoras! Nadie se
puede escudar en los genes para decir que no puede, que el deporte le supera”,
concluye la doctora Cupeiro.
Para la próxima vez que quieras
buscarte excusas y tirar la toalla, aquí va un estudio que te ayudará a
decidirte. El gen más estudiado hasta el momento sobre el rendimiento deportivo
es el ya mencionado ACTN3, que está relacionado con la fuerza y que puede
expresarse de tres formas: dos positivas (RR y RX) y una desfavorable (XX). A
través de estudio multicéntrico en el que participó el Instituto de Biomedicina
de la Universidad de León se comprobó que los deportistas en los que el gen se
manifiesta en la forma XX, además de presentar valores de fuerza menos claros,
son más propensos a sufrir molestias musculares. Pero, incluso en este caso,
podemos ir en contra de nuestra genética y superarla. “Una persona con esta
mutación podría llegar a estar condicionada en deportes explosivos como el
fútbol profesional. Hay muy pocos futbolistas con la variante XX (serían
lentos, resistentes y poco explosivos). Sin embargo, en nuestro laboratorio
hemos estudiado a deportistas de grandes equipos o a atletas de alto nivel
donde prima la potencia y la explosividad muscular y ¡sorpresa! cuyo genotipo
era así. Con la visión reduccionista del genotipado selectivo no tendrían por
qué haber sido grandes campeones, y lo fueron”, explican los doctores Pareja y
Lucía. Resumiendo: levántate y dale duro, porque probablemente la genética
tenga un papel en tus resultados, pero lo que está comprobado es que el entrenamiento
y la motivación son los que crean verdaderos deportistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario