Empleabilidad: aptitud tan escasa, tan
necesaria
FORBES- 21 de
agosto de 2018
¿Por qué no
encontramos gente que quiera venir a ocupar un puesto de trabajo bien
remunerado y con buenas condiciones laborales? Habrá que plantearnos ¿qué tan
empleable soy?
La queja es
tan común que se está convirtiendo en una constante: no hay gente que quiera
trabajar. Los empleadores salen al mercado como si fueran los nuevos Diógenes
del siglo XXI y su lámpara no logra dar con la gente que necesitan para cubrir
determinadas posiciones. A simple vista, uno pensaría que la escasez de
candidatos se debe a que todo el mundo tiene un trabajo y en esta condición
sobran las ofertas de empleo y la demanda sobrepasa al número de candidatos que
quieren y pueden trabajar. Ojalá fuera ese el escenario. No lo es.
Por un lado,
encontramos personas que quieren trabajar y por otro lado vemos ofertas de
empleo que, a pesar de tener buenas condiciones, no pueden ser cubiertas. La
brecha que separa a la gente que quiere colocarse y la que ofrece trabajo es
enorme y creciente. Pareciera como si el mercado laboral se hubiera convertido
en una especie de universos paralelos en la que quienes ofrecen y quienes
demandan no se pudieran encontrar. Alguna pieza está faltando en el
rompecabezas que no podemos terminar de armar el modelo. Esa pieza es la
empleabilidad.
La
empleabilidad, según la Organización Internacional de Trabajo es: la aptitud de
la persona para encontrar y conservar un trabajo, para progresar y para
adaptarse al cambio a lo largo de la vida profesional. La empleabilidad depende
de los conocimientos, de las competencias y de los comportamientos que se
tengan, del modo que la persona se sirve de ellos y de cómo los presenta para
desempeñarse en un puesto de trabajo.
Por años,
hemos accedido a las universidades para prepararnos y estar listos para
enfrentar al mercado laboral. Sin embargo, los hechos nos confirman que
estudiar una carrera universitaria, tener uno o más posgrados ya no son
garantía para tener un empleo. Es muy triste darnos cuenta de la cantidad de
doctores que están manejando un taxi o del número de licenciados en gastronomía
que terminan limpiando mesas. No se trata de que ninguna de esas actividades
sea indigna, lo que pasa es que estamos desperdiciando el talento de las
personas que están capacitadas para realizar trabajos más sofisticados. Talento
que por otro lado está siendo esperado por personas que buscan gente que quiera
venir a trabajar. Esta situación parece un sinsentido y lo es.
Para
dimensionar de qué estamos hablando, los números siempre son una buena
herramienta. En México hay 478 mil profesionistas que no encuentran trabajo,
siendo los jóvenes el grupo más afectado: 57% tiene entre 20 y 29 años, según
la encuesta de empleo realizada por el Inegi en 2017. Del otro lado de la
recta, escuchamos a las cabezas de los departamentos de Gestión de Talento y
Recursos Humanos lamentarse por la escasez de personas que se quieren
comprometer a largo plazo con un empleo. ¿Será que las universidades y los
centros educativos están fallando al mandar al mercado a personas que no se
ajustan a las necesidades de los empleadores?
Puede ser. Los
niveles de exigencia que muchas instituciones tienen para sus educandos son muy
pobres. No se les prepara para ser empleables. Se baja la guardia y se pide a
los estudiantes que hagan menos esfuerzos. Las calificaciones dejan de ser un
reflejo del mérito y del conocimiento y lo son de un grado de consentimiento y
tolerancia que no es equiparable a la que encontrarán en la arena profesional real.
No es culpa de las escuelas y de los profesores nada más. Algunos alumnos
entran a las aulas buscando una calificación más que conocimiento. Prefieren
darle la vuelta a los profesores que les van a apretar la tuerca de la calidad
académica y buscan resolver sus problemas escolares a base de ruegos en vez de
hacer lo que toca. Por lo tanto, en muchos casos, los egresados llegan a buscar
un trabajo y no son capaces de retenerlo o no cumplen con los requisitos del
puesto.
Al no
capacitar adecuadamente a los egresados de estudios superiores estamos
generando un problema que tiene el efecto de una bola de nieve. La
inempleablidad es un padecimiento que pone en pausa la vida de los individuos.
Una persona que no puede conseguir y conservar un trabajo pierde autonomía y se
va haciendo dependiente. Estos grados de dependencia nos llevan a ver a sujetos
de más de treinta años viviendo en casa de sus padres pidiendo dinero para ir
al cine. No hay capacidad para sostenerse a ellos mismos y menos pensar en
formar una familia o salir del nido familiar.
Para romper
estos círculos viciosos de la inempleabilidad es necesario empezar a entender
qué necesito para considerarme una persona empleable. Una persona es
considerada empleable si posee los requisitos en términos de conocimientos y
competencias demandados por los empleadores para el perfil de un puesto y es
capaz de transmitir adecuadamente un mensaje al mercado. La formación académica
constituye un requisito fundamental para ser empleable, es algo así como los cimientos
de una edificación. Pero para pensar en habitarla, los cimientos no bastan.
La
empleabilidad tiene que ver con la disposición que tengo para desempeñar la
labor que me ha sido encomendada. Es decir, se relaciona directamente con la
disposición y disponibilidad que tiene la persona para poner al servicio de la
empresa sus cualidades, sus habilidades y sus aptitudes de manera que las
distintas interacciones del individuo devengan en desempeños adecuados para la
posición que vamos a ocupar.
Para ello, la
claridad de empleador y empleado es la piedra fundacional. Los empleadores
necesitan explicar en forma sencilla y efectiva qué requieren de los candidatos
para que se puedan desempeñar adecuadamente y logren dar los resultados
necesarios. Los que buscan empleo deben saber con precisión qué es lo que se
espera de ellos para poderlo entregar en el tiempo y la forma en que se espera.
La brecha de
empleabilidad es una preocupación real que debemos atender y los primeros pasos
deben darse en torno a la reflexión personal. ¿Qué estoy haciendo yo empresario
que no logro encontrar candidatos adecuados para mi posición? ¿Qué debo hacer
si estoy buscando un empleo para encajar con los requerimientos y entregar
buenos resultados? La brecha de empleabilidad es un problema que podemos
abordar desde la administración del talento de competencias. Entender cuáles
son las competencias que necesito para una posición específica ayudará a una
búsqueda más afinada y por fin encontrar al candidato adecuado.
Habrá que
plantearnos con seriedad ¿qué tan empleable soy? Y, a partir de una respuesta
honesta, empezar a trabajar en aquellas competencias que me lleven a cumplir
con los requisitos de empleabilidad. Es tiempo de poner manos a la obra y
hacernos de esa aptitud tan escasa y necesaria.
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