China, el Canal de Panamá y… ¿el
siglo de Asia?
FORBES- 7 de agosto de 2018
En momentos de turbulencia en el
comercio y la economía internacional, América Latina, que depende tanto de sus
exportaciones y de la IED, debe seguir impulsando sus lazos con China.
Hace unas semanas se cumplió el
primer aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre China y
Panamá y el segundo año de la ampliación del Canal ubicado en este país. Ambos
hitos se dan en medio de un complejo cuadro para el comercio internacional, así
como de consolidación de la industria naviera, redefinición de rutas oceánicas
y construcción de una nueva oferta de servicios portuarios.
El 1 de mayo, República
Dominicana siguió los pasos de Panamá al romper con Taiwán y también tender
relaciones con China. ¿Cuál será próximo país de la Cuenca del Caribe en
hacerlo? Nueve de las dieciocho naciones que aún tienen embajada en Taipéi
están allí.
¿Cuál es la importancia de esto
para América Latina?
En momentos de gran turbulencia
en la economía mundial, China, ya el primer socio comercial de varios países de
la región aparece como un bastión de estabilidad y predictibilidad en un
escenario internacional cada vez más agitado. Según cifras de la CEPAL, el año
pasado el comercio sino-latinoamericano llegó a los 266 mil millones de
dólares, la cifra más alta desde 2013. Las exportaciones de la región a China
crecieron 29.1%, versus 21.4% al resto de Asia, 10.2% a la Unión Europea, 8.6%
a Estados Unidos, y 10% intra-regionalmente.
En este marco, Panamá es cada vez
más relevante como “hub” de transporte y logística en las Américas. Ello genera
enormes oportunidades en la asociatividad de capitales y exploración de
consorcios internacionales para competir bajo esquemas concesionales en un país
y una región en cambio de ciclo en materia de infraestructura y servicios. En
Panamá, ello significa licitaciones en nuevos terminales portuarios, home ports
aéreos, corredores multimodales, trenes y servicios globales. No es casualidad
que Panamá haya sido pionero en incorporarse a la Iniciativa de la Franja y la
Ruta, la gran propuesta de infraestructura proclamada por el Presidente Xi
Jinping.
La sabiduría convencional nos
dice que el incentivo principal de China en América Latina radica en nuestras
materias primas. Serían el petróleo, el cobre, el hierro, las maderas y la soya
los principales imanes para la inversión y el comercio de la región con el
antiguo Imperio Celestial. De acuerdo con ello, serían los países sudamericanos,
ricos en recursos naturales, los principales destinatarios del interés de
Beijing en la región. Sin embargo, el caso de Panamá, una economía basada en
los servicios y su plataforma demuestra que ello no es necesariamente el caso.
Por el contrario, la corta experiencia panameña en sus relaciones formales con
China, pareciera indicar que esta última está interesada en potenciar los
vínculos con todos los países latinoamericanos, independientemente de su
estructura económica, algo especialmente relevante para los Estados de la
Cuenca del Caribe, muchos de los cuales también se caracterizan por estar
estructurados en los servicios y/o la manufactura ( en menor grado) más que en
la explotación de recursos naturales, esto es, en la minería o la agricultura.
De hecho, Panamá, tras un año de
relaciones con China, ya tiene encaminado los estudios para un proyecto
ferroviario de 550 km de extensión y 4.5 mil millones de dólares, a ser llevado
a cabo por China Railways Corporation (CRC) y adjudicó, hace sólo unos días, un
cuarto puente sobre el Canal de Panamá, a un consorcio chino. También ha
avanzado en las negociaciones de un Tratado de Libre Comercio con China. Panamá
es un ejemplo de cómo potenciar flujos de inversión con China, y hacerlo en
forma dinámica y consistente. La gran distinción de nuestro tiempo ya no es
entre países capitalistas y socialistas, sino que entre países “rápidos” y
países “lentos”. Parte del éxito de China se basa en su famoso “China Speed”.
Panamá ha actuado con esos códigos, con resultados a la vista. Hoy es el país
con más alto crecimiento en la región (5.4% en 2017), y de los que más
Inversión Extranjera Directa (IED) atrae (unos 6,000 millones en 2017).
Sin embargo, pese a al repunte
del comercio sino-latinoamericano, en 2017 se dio una baja en la inversión
china en la región. En el marco de lo que era hasta hace poco un sano
crecimiento de la economía mundial (aunque hoy con tendencia a la baja), y la
recuperación parcial de los precios de los recursos naturales, la capacidad
instalada, especialmente en el sector minero, es aún suficiente como para no
exigir grandes inversiones adicionales. La digitalización de la economía
también implica menos inversiones en “ladrillo y cemento” en el extranjero. Sin
embargo, en el caso de China, cuya inversión en el extranjero cayó
drásticamente con relación a 2016, ello se debe también a una cierta política
gubernamental.
En algunos sectores, las
compañías chinas son estimuladas a invertir en el extranjero. Esto es así para
aquellas vinculadas a proyectos de la Iniciativa de la Franja y la Ruta,
energía, infraestructura y servicios públicos; “High-Tech”, manufacturas
avanzadas e I&D: petróleo, gas, minería y recursos naturales; agricultura,
silvicultura y pesca: logística y servicios financieros. A su turno, la
inversión en países y regiones “sensibles”; en propiedad inmobiliaria, hoteles
y deportes, en fondos de inversión sin proyectos específicos, y aquellos
contrarios a la integridad del medio ambiente, son desalentados.
Y en esto se da una virtuosa
convergencia entre las prioridades chinas y las latinoamericanas. La región
requiere en forma urgente aumentar su inversión en infraestructura, y las
empresas chinas, con una vasta experiencia en la materia, pueden hacer un gran
aporte al respecto. Es lo que está sucediendo en Panamá.
En momentos de turbulencia en el
comercio y la economía internacional, América Latina, una región que depende
tanto de sus exportaciones y de la IED, debe seguir dando un fuerte impulso a
sus lazos con China.
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