Europa fuerte en un contexto
global complejo
FORBES- 7 de junio de 2018
Europa debe decidir qué rol
quiere jugar en los próximos años. La vía, por lo pronto, es profundización en
su proceso de integración, apuesta por la democracia liberal y libre mercado.
Los acontecimientos políticos
vividos esta semana en Europa nos recuerdan que la volatilidad es el valor
fundamental que rige el escenario político en nuestros días y ponen de
manifiesto la importancia de contar con un proyecto comunitario sólido frente a
los desafíos que afrontan nuestras sociedades.
Esta semana, dos de las
principales economías europeas (en torno al 20% del PIB de la zona euro) han
estrenado gobierno con la incertidumbre como denominador común.
Italia, tras un largo periodo de
interinidad, fue capaz de articular un ejecutivo en torno al movimiento 5
Estrellas (izquierda) y la Liga Norte (derecha).
España, por su parte, tras un año
de legislatura en el que el Ejecutivo de Rajoy había conseguido consolidar su
Gobierno sobre una exigua mayoría parlamentaria, ha visto como una moción de
censura, cimentada en una sentencia judicial por corrupción, ha catapultado al
socialista Pedro Sánchez hacia la Presidencia del Gobierno.
Estos dos ejemplos, tremendamente
significativos de la incertidumbre que invade al proyecto comunitario, son una
muestra de la necesidad de reforzar un proyecto político asumido como la mayor
historia de éxito político y económico reciente.
El germen de lo que se conoce
como Unión Europea lo encontramos tras las 2ª Guerra Mundial. Asolados por los
estragos bélicos, las principales potencias continentales se pusieron de
acuerdo para evitar que se repitiera una experiencia como la vivida. Por ello,
sus élites llegaron a la conclusión de la necesidad de construir una red de
intereses (inicialmente económicos) que desterrara la idea de futuras
confrontaciones.
Así, Francia, Alemania, Italia y
el Benelux pusieron en marcha la Comunidad Económica del Carbón y del Acero
(CECA), germen de lo que posteriormente sería la UE.
Desde entonces, las adhesiones al
proyecto impulsado desde Berlín y París (posteriormente Bruselas) fueron una
constante y la idea generalizada posicionaba a la UE como el mayor experimento
de éxito, paz, prosperidad y libertad de cuantos existían.
De manera consistente, las solicitudes
para formar parte del club comunitario fueron una constante y la mejora de los
países que pasaban a formar parte de la UE la tónica habitual.
Poco a poco los ciudadanos
europeos fueron olvidando las circunstancias que llevaron a los padres fundadores
a proyectar una idea común de Europa y centraron las alabanzas en el bienestar
obtenido y derechos consolidados. El Bréxit en el Reino Unido nos recordó que
las tendencias pueden romperse y que los logros obtenidos deben consolidarse
día a día.
La crisis económica global vivida
en el año 2008, fue el desencadenante que azotó las conciencias europeas y nos
hizo conscientes del nuevo contexto global en el que nos tocaba vivir.
El nuevo modelo económico
devenido del proceso de globalización (con nuevos actores emergentes y un giro
evidente del epicentro geopolítico y económico hacia el Pacífico) y la
revolución tecnológica que afectaba a todos los ámbitos de nuestra convivencia
hizo que el despertar fuera mucho más doloroso y accidentado.
La desconfianza en las
instituciones (reflejado especialmente en los partidos políticos tradicionales)
y la percepción en amplias capas de la sociedad (especialmente bajas y medias
empobrecidas) de que habían quedado desprotegidas ante el caos vivido en 2008,
distorsionó completamente el panorama institucional imperante en el viejo
continente (y en otras zonas del mundo) y favoreció la emergencia de nuevos
movimientos políticos de corte populista (izquierda y derecha) y nacionalista
cuyas reivindicaciones trataron de romper los principales consensos en torno al
modelo político que rige nuestra convivencia.
La percepción de una Europa
burocratizada, lenta, poco democrática e incapaz de dar respuesta a las
demandas ciudadanas probablemente es errónea, pero se ha asentado con fuerza en
el imaginario colectivo.
Pocos países europeos han podido
esquivar el impacto de estos movimientos (generalmente euroescépticos) que
tratan de dinamitar la agenda que rige la política y la economía en nuestros
días.
Movimientos como el Frente
Nacional en Francia, Amanecer Dorado en Grecia, UKIP en el Reino Unido o
Alternativa por Alemania son solo algunos de los ejemplos que ponen en jaque
nuestro sistema y hacen imprescindible una respuesta fuerte de los grandes
líderes europeístas y del propio sistema político y económico europeo.
Tras el enorme golpe sufrido,
Europa debe decidir que rol quiere jugar en los próximos años. Considero que la
única vía es la profundización en su proceso de integración, la apuesta por la
democracia liberal, el libre mercado y el refuerzo de los mecanismos que
permitan el fortalecimiento de su estado del bienestar para poder seguir siendo
la principal referencia de softpower en nuestro planeta.
Nuestro futuro está en juego.
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