En la época de urgencia ¿Qué tan ágiles somos?
FORBES- 9 de octubre de 2018
La agilidad no significa una
reorganización constante o un flujo constante de trabajo. Por el contrario,
significa construir una estructura que permita a la gente reaccionar en tiempo
real.
Hay vicios que no se acaban.
Parece que las mañas de andar a las carreras y reaccionar a botepronto son el
mal de muchas empresas. Ni hablar, estamos en la era del cambio y las
velocidades son vertiginosas. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro ni todo
debe entrar en el ámbito de las urgencias. Muchas de estas apuraciones tienen
un efecto mediático, otras son hijas de la mala planeación, algunas tienen que
ver con los estilos de dirección y, en realidad un grupo muy reducido de
aquello que se clasifica como urgente, realmente lo es. Por eso, la capacidad
de respuesta y la rapidez con la que reaccionamos debe verse con mucho cuidado.
Recuerdo un capítulo de Plaza
Sésamo que ilustra bien esto de las urgencias y la capacidad de respuesta. Beto
y Enrique, esta pareja de amigos emblemáticos que tenían características
antagónicas, están jugando a las carreritas. En la primera, Beto le gana a
Enrique y se queda con el plato de galletas. Por supuesto, Enrique mira con
tristeza como su amigo le ganó el trofeo. En la segunda carrera, Beto vuelve a
ganar. Sin embargo, al llegar a la meta, el Monstruo Come Galletas lo está
esperando y le quita lo que había ganado en la primera carrera. Efectivamente,
hay ocasiones en que llegar primero es una alta prioridad y la agilidad de
respuesta es una cualidad deseada. Pero, hay veces que esa agilidad nos puede
llevar a pegarnos en la pared.
Esta reflexión infantil nos puede
ser de gran reflexión. Es importante entender cómo reaccionamos nosotros frente
a las urgencias y saber en qué tipo de organización estamos trabajando. Mary
Meary, socia de McKinesey and Company, hace una clasificación que me recuerda
el episodio de Plaza Sésamo porque es clara. Meary dice que las organizaciones
pueden ser ágiles como una gacela saltarina o reaccionan igual que un elefante
pesado. Ser ágil nos da rapidez de respuesta, pero, corremos el riesgo de no
ser exactos.
Los principios detrás de la
agilidad organizacional son bien percibidos. Sus características han probado
estar a tono con el medio ambiente. Los grupos ágiles pueden prosperar en un
entorno impredecible y rápidamente cambiante. Son dinámicos. Se centran en los
clientes, se adaptan fluidamente a los cambios ambientales y son abiertos,
inclusivos y no jerárquicos; evolucionan continuamente y abrazan la
incertidumbre y la ambigüedad. Suena glorioso y deseable, ¿no? Sin embargo,
incluso cuando los conceptos ágiles se han apoderado de las mentes directivas y
la gran tendencia es que empresa promedio se reorganice cada dos o tres años, y
dicha reorganización tarda más de 18 meses en implementarse, ahí empezamos a
ver ciertos problemas. El cambio se convierte en un agente que genera angustia,
duplicidad de trabajo —muchas veces innecesario— y una sensación de frustración
pues la gente siente que está dibujando rayas en el agua. La agilidad no
significa una reorganización constante o un flujo constante de trabajo. Por el
contrario, significa construir una estructura que permita a la gente reaccionar
en tiempo real.
Para organizarnos en la era de
urgencia, debiéramos plantearnos la agilidad de forma un poco diferente. Meary
plantea un procedimiento de tres pasos que denomina “en lugar de”: en lugar de
tomar una decisión cuando tengas el 90% de la información, hazlo cuando tengas
70%. En lugar de imponer decisiones de arriba hacia abajo, anima las decisiones
en tiempo real a través de su organización, desemparejadas de título o rango.
En lugar de depender de líderes carismáticos que obtienen resultados por la
fuerza, hay que reconocer que el liderazgo puede venir de cualquiera, una buena
idea puede surgir en cualquier nivel de la organización y se debe ganar su
oportunidad, no por designio sino por mérito.
Lo que Meary propone es una forma
sensata y profesional de decir: despacio que voy de prisa. El imperativo de
urgencia pone una prima en la agilidad, que ayuda a permitir el cambio a una
estrategia emergente, a la vez que desatar a su gente para que puedan remodelar
su negocio en tiempo real. Pero, cuando avanzamos impulsados por la prisa
aumentamos el nivel de riesgo de que las cosas salgan mal. Analizar sigue
siendo la premisa con la que se deben abordar las alternativas. También resulta
un poderoso medio para minimizar la confusión y la complejidad en nuestro mundo
de las comunicaciones digitales de rápido fuego donde todos pueden hablar con
todos los demás, y lo harán, engomando las obras si no tiene un conjunto sensato
de normas de operación en su lugar.
Es cierto, la agilidad es también
la forma ideal de integrar el poder de las decisiones hechas por la máquina,
que van a ser cada vez más importantes. Las máquinas tienen la habilidad de
pensar más rápido que el cerebro humano y pueden llegar a conclusiones con una
agilidad que podemos medir en fracciones de segundo. Todavía, la mente humana
tiene la facultad de dar rumbo, de verificar si las conclusiones son adecuadas,
pertinentes y deseables.
En el espíritu de urgencia nos
puede llevar al viejo paradigma de mediados del siglo XX, cuando se creía que
la empresa era una máquina y los empleados eran engranes. Las ideas de Taylor,
Fayol y Ford fueron una reacción ante el fenómeno galopante de la corporación.
Hoy, el paradigma es otro, por lo tanto, sería un error aplicar los conceptos
de aquellos años. Sirve conocer el pensamiento de aquellos hombres para adaptar
lo que sigue siendo válido y para saltar los errores que los hicieron padecer.
Si el paradigma de la máquina
quedó atrás, hoy nos enfrentamos a entornos de rápida evolución, que cambian
sus intereses a gran velocidad. El desafío de la introducción constante de
tecnología disruptiva, la aceleración digital y la democratización de la
información nos están llevando a una lucha por conseguir talento. Se busca
gente que sepa estar a la altura de los cambios, es decir, personas que sean
agiles y adaptables, pero que tengan esa capacidad de análisis y crítica que
pueda levantar la voz y sepa como discrepar en forma profesional.
Una persona que se sube a la
carrera sin tener una postura crítica es como un camarón que se deja llevar por
la corriente. Este tipo de personas le resultan muy caras a las corporaciones
pues no saben anticipar problemas. Una persona lenta que no sabe activarse, dar
respuestas y generar soluciones se quedará esperando una mejor oportunidad.
Las empresas y sus equipos de
trabajo son organismos vivos que deben sopesar las ventajas y los riesgos de
moverse a toda velocidad y las oportunidades y las debilidades que se enfrentan
al moverse en forma pesada. No siempre el que llega primero es el ganador, como
le sucedió los personajes de Plaza Sésamo. A Beto le convino llegar primero
para ganar las galletas y a Enrique le convino llegar al último para no enfrentarse
al Monstruo Come Galletas.
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