El avance global de las
inversiones responsables
FORBES- 12 de jul. de 19
Las finanzas responsables florecieron cuando
eran más necesarias: poco después de la crisis financiera de 2008. Su empuje ha
venido dado por inversores cada vez más conscientes.
Cuando en enero de 2004 Kofi Annan escribió a
cincuenta CEO de las más grandes instituciones financieras del mundo, no podía
imaginar el impacto global de su convocatoria. El entonces secretario general
de la ONU les invitaba a unirse a la iniciativa del Banco Mundial para
introducir manejos financieros responsables e integrar los factores ASG
(ambientales, sociales y de gobernanza) en los mercados de capitales.
Annan tampoco podía imaginar que las siglas ASG
estarían en boca de todos solo unos años más tarde junto a otras más, ODS, que
corresponden a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Este conjunto de 17
metas fue formulado por las Naciones Unidas en 2015 como hoja de ruta para un
mundo más sostenible.
Hoy en día, invertir con criterios ASG implica
considerar el impacto social y/o medioambiental y no solo la rentabilidad
financiera, cuestiones demasiado críticas como para ser ignoradas. Para tener
una idea de su dimensión recordemos que los activos gestionados por fondos que
incorporan una visión socialmente responsable alcanzan los 30,7 billones de
dólares en todo el mundo. Esto equivale a dos veces el PIB de Estados Unidos y
es un monto diez veces mayor que en 2006, según los últimos datos publicados
por la Global Sustainable Investment Alliance.
Si aplicamos una visión más amplia y medimos
todos los activos financieros que siguen las directrices que, tras aquella
reunión de Kofi Annan, se cristalizaron al formularse los Principios de la Inversión
Responsable, entonces el volumen supera los 86 billones de dólares. Esta cifra
equivale a cinco veces el PIB de Estados Unidos.
Las finanzas responsables florecieron cuando
eran más necesarias: poco después de la crisis financiera de 2008. Su empuje ha
venido dado por inversores cada vez más conscientes y exigentes, como Larry
Fink, fundador y CEO de BlackRock, que en su misiva “Purpose & Profit”
(Propósito y Beneficio) argumenta, “propósito empresarial” y “beneficio” son
ahora dos conceptos inseparables, de ahí que –dice– “es más importante que
nunca desarrollar estrategias a largo plazo que impulsen crecimiento y
sostenibilidad”. BlackRock es uno de los mayores inversores del mundo: gestiona
casi siete billones de dólares. A los inversionistas les siguen reguladores,
supervisores, organizaciones internacionales y cada vez más empresas.
Invertir con criterios ASG implica aunar el
análisis financiero con el impacto sostenible. La realidad es que, a largo
plazo, respetar principios sostenibles y responsables ayuda a alcanzar
objetivos económicos empresariales. Ya lo señalaba en 2005 el libro Who Cares
Wins, otra iniciativa de Kofi Annan, donde por primera vez se acuñó el término
ASG. Su autor, Ivo Knoepfel, fue uno de los impulsores del conocido índice
internacional Dow Jones Sustainability (DJS) al que tantas compañías aspiran a
integrarse.
Todo esto es lo que ha impulsado el desarrollo
de un mercado financiero sostenible con actores de distinta índole, desde
bancos de desarrollo a estados, municipalidades, empresas públicas y privadas.
Europa y Estados Unidos son los mercados que están liderando la tendencia, pero
en América Latina también se están haciendo cosas interesantes.
La Bolsa de Brasil B3 (antigua Bovespa) no solo
fue la primera del mundo que en 2004 se adhirió al Pacto Mundial, sino que fue
la primera de un país emergente en firmar los Principios de Inversión
Responsable y en lanzar un índice de sostenibilidad (2005); fue además una de
las cinco fundadoras en 2012 de la Plataforma de Bolsas Sostenibles impulsada
por la ONU para promover la adopción de prácticas en materia de reporte sobre
los factores ASG. Esta plataforma también integra hoy a los mercados de valores
de Colombia, Argentina, Chile, Perú, México, Ecuador, Costa Rica, Jamaica y
Panamá.
Varios países de la región, como México,
Brasil, Chile y Argentina, cuentan ya con índices de sostenibilidad. Varias
compañías regionales han aprobado con nota los exámenes para su integración en
índice Dow Jones Sustainability y en el FTSE4Good de Londres. En cuanto a renta
fija, los bonos sociales y sostenibles están despegando. En bonos verdes,
aunque en 2018 la región no fue muy activa, ya acumula operaciones por 84.000
millones de dólares, con Brasil y México como emisores más activos.
Del mismo modo, Perú, Chile, Argentina Brasil y
México han desarrollado sus propias guías y recomendaciones sobre emisiones de
bonos verdes. La Bolsa de Panamá se ha convertido en la primera de América
Latina que acogerá la negociación de bonos verdes al adherirse a Climate Bonds
Initiative (CBI), una organización internacional que impulsa soluciones
financieras para el cambio climático y de la que ya forman parte Borsa Italiana
(Italia), Deutsch Börse (Alemania), Luxemburg Green Exchange (Luxemburgo),
Nasdaq Norway (Noruega), Swiss Six Exchange (Suiza) y Taipei Exchange (China).
Todo se está preparando para nuevas operaciones, según apunta la propia CBI.
Sin duda, queda mucho por hacer. La ONU calcula
que cumplir con los ODS requiere una inversión de entre cinco y siete billones
de dólares al año, para lo cual se ha identificado una brecha de 2,5 billones
de dólares en países en desarrollo. La brecha anual de financiación en América
Latina y el Caribe se calcula en 170.000 millones de dólares anuales, 3% del
PIB de toda la región.
Hay que seguir trabajando sin caer en la
complacencia. Aunque es justo que reconozcamos que, además de Kofi Annan,
seguramente tampoco nosotros hubiéramos imaginado entonces que las siglas ODS y
ASG iban a estar tan presentes en nuestras vidas o en nuestras operaciones
financieras.
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