Lenguaje y soberanía: ¿mar del Este o de
Japón?
FORBES- 29 de agosto de 2019
Recientemente- tribunales
coreanos han dictado nuevas sentencias condenatorias contra las compañías
japonesas que durante la etapa colonial favorecieron formas de trabajo forzado.
Dar nombre a un lugar es la
expresión de una relación de fuerza trasladada a las lindes del lenguaje que
evidencia la voluntad de dominio sobre una zona conquistada o en disputa. Bajo
esas circunstancias el capitolio de los estados tiene que regular el miedo
emanado por cualquier ejercicio real de soberanía e introducir discursos
iusfilosóficos de fundamentación decisoria. Un ejemplo actual, que incide en
los vínculos entre poder y nombrar, lo encontramos en la respuesta diplomática
a la incursión en el espacio aéreo coreano-japonés de aviones militares rusos.
Las islas de Takeshima (Japón) o
Dokdo (Corea del Sur) son un enclave geográfico ubicado en el Mar del Este
(según los coreanos) o en el Mar de Japón (atendiendo a la terminología
nipona). Las protestas coreanas contra Rusia y japonesas contra Corea del Sur y
Rusia revelan la dimensión de un conflicto sin visos de solución. Cada país
reivindica que la soberanía violada fue la suya y espera de terceros
apoyos/simpatías en la denuncia (la visita de John R. Bolton a Seúl -a finales
del mes de julio- escondía ese mensaje y revelaba la capacidad de Estados
Unidos de dar coherencia a la acción exterior de sus aliados).
El trasfondo de la polémica es
similar al que afecta a las relaciones sino-japonesas (me refiero a las
divergencias respecto a quien posee la soberanía sobre las islas Senkaku o
Diaoyu) y al choque con Rusia respecto a las islas Kuriles o Territorios del
Norte. Todos ellos son archipiélagos que reflejan los intereses contradictorios
de los principales actores regionales de Asia. Un rompecabezas lingüístico-emocional
que expresa un nudo de rivalidades condimentado con el rechazo moral que genera
el recuerdo del imperialismo japonés.
Cabe señalar que -recientemente-
tribunales coreanos han dictado nuevas sentencias condenatorias contra las
compañías japonesas que durante la etapa colonial (1910-1945) favorecieron
formas de trabajo forzado. Ajuste de cuentas con la historia amplificado por
dos altavoces inesperados: 1º. Amenazas mutuas de mayor restricción comercial
(concretadas con la retirada de la condición de socios preferentes); 2º. La
posible renuncia a la cooperación bilateral en temas de seguridad. Estrategias
de intimidación entrecruzadas a las que se unen las multitudinarias vigilias
celebradas en Seúl bajo el lema: “No Abe!” (referencia directa al primer
ministro Shinzō Abe).
La pugna por los topónimos
desemboca en autoestimas desenfrenadas y aunque en el caso coreano-japonés es
la espuma de un mar de fondo, acentúa otras heridas que operan como dardos
semánticos para el inconsciente colectivo. Tesis que invita a pensar si en la
lengua imperial no habitará el eco del racismo de los estados. Un análisis de
la lógica del poder que guarda parentesco con los aportes de Michel Foucault
respecto al llamado padecimiento lingüístico: el filósofo francés señalaba que
hay palabras que incorporan la “marca de una nación” o el “estigma de una
presencia foránea” (encontramos la cita en su libro Defender la sociedad. Curso
en el Collège de France 1975-1976).
Imponer nombres en los mapas es
un instrumento valioso de legitimación y, como hemos visto, no es una práctica
exclusiva de regímenes totalitarios. Podemos citar otros ejemplos que evocan
sentidos de pertenencia excluyentes: la denominación palestina de Cisjordania
en contraste con la posición israelí que habla de Judea y Samaria, o las
negociaciones de los gobiernos de Atenas y Skopie para consensuar el
significado de Macedonia. La resolución de conflictos exige no minusvalorar la
traducción política de las geografías patrióticas.
El nervio narrativo de las
identidades es frágil e irritable y al ser dañado desata dolores para los que
la racionalidad crítica no tiene remedio. En el bautismo del mundo a veces
queda espacio para la comedia de las equivocaciones (como decía Stefan Zweig en
su biografía de Américo Vespucio), pero sobre todo es la arena propicia para el
duelo trágico de las naciones.
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