Violencia y urbes latinoamericanas
EL UNIVERSAL - martes, 4 de
agosto de 2015
El Consejo Ciudadano para la
Seguridad Pública y Justicia Penal A.C., de México, elabora una clasificación
de las 50 ciudades más violentas del mundo entendiendo como tales, aquellas con
altas tasas de homicidios no imputables a conflictos bélicos.
Al cierre al 2014 el informe
situaba a San Pedro de Sula (Honduras), Caracas (Venezuela), Acapulco (México),
Joao Pessoa (Brasil) y Distrito Central (Honduras), como las que ocupaban los
cinco primeros lugares.
Llama la atención que en esas
posiciones se encuentren ciudades latinoamericanas, pero más llamativo y
preocupante es que de las 50 solo 7 estén fuera de la región.
En lo que respecta a Venezuela
"su aporte" estuvo representado por Caracas (puesto 2), Valencia
(puesto 7), Ciudad Guayana (puesto 12) y Barquisimeto (puesto 21).
¿Qué tienen en común las urbes
latinoamericanas para que sean terreno fértil de la violencia? Una de las
numerosas teorías que da explicación a este fenómeno, parte del crecimiento
desordenado y sin planificación de las ciudades, lo que trae como consecuencia
un déficit de servicios básicos entre los que se menciona la seguridad pública
en todos sus aspectos.
En oportunidades esa necesidad
busca ser cubierta por iniciativas privadas que son calificadas como
"inmaduras". Generalmente en Latinoamérica los servicios de seguridad
privada funcionan con mínimos controles por parte del Estado en aspectos
elementales tales como la movilidad y resguardo de las armas de fuego, la
calidad de la actualización profesional y los beneficios laborales del recurso
humano que en la mayoría de los casos es de altísima rotación. En conclusión,
lo que es considerada la región más peligrosa del mundo, dispone de un ejército
de casi 4 millones de agentes privados en una industria que crece a un estimado
del 9% anual y que para el 2016 podría estar facturando aproximadamente 30.000
millones de dólares. Salvo contadas excepciones, no existe un trabajo
coordinado con los organismos de seguridad de cada Estado que garantice una
eficiente gestión mancomunada.
Si enfocamos la mirada hacia la
fuerza de seguridad pública, también podemos evidenciar factores comunes que
nos hacen una región vulnerable. Cuando se analizan la cantidad de efectivos
policiales que debería tener Latinoamérica en su conjunto, no son suficientes
los actuales. Y es que la carrera policial no ha sido ni sigue siendo
honestamente hablando, una de las más llamativas. Los recursos activos, en
repetidas oportunidades han manifestado públicamente por mejoras de seguridad
social básicas. Un funcionario policial estará más motivado si dispone de
facilidades para adquisición de vivienda, becas de estudio para sus hijos,
robustas pólizas de seguros en caso de incapacidad o muerte y un plan de carrera
a largo plazo inmune a los cambios de actores políticos de turno, que realmente
estén involucrados con la seguridad ciudadana de quienes los eligieron. Por
otra parte debe contar con una fuerte y coherente institucionalidad y
legislación, que le sirvan de respaldo a su gestión y que lo haga un elemento
de respeto ante la sociedad. Los delincuentes han demostrado una vez tras otra
que gracias a los recursos obtenidos de sus actividades ilícitas, disponen de
los medios necesarios para enfrentar a la autoridad. La actividad del día a día
exige de armamento y municiones en cantidad acorde a las operaciones, vehículos
aéreos, acuáticos y terrestres diseñados específicamente para la gestión
policial, sistemas de comunicaciones con tecnología de última generación y no
menos importante, interacción con sus pares regionales para analizar las
mejores prácticas y casos de éxito.
La entramada burocracia, lentitud
extrema y una marcada corrupción a diferentes niveles ha hecho que el sistema
judicial penal latinoamericano sea uno de los más deficientes del mundo. Los
retardos procesales afectan a toda la población que como "clientes
internos" esperan de decisiones que marcarán el resto de su existencia.
¿Tenemos un sistema conformado por abogados, fiscales, jueces e infraestructura
que permita una aplicación confiable de la justicia?
El hacinado sistema carcelario
latinoamericano se caracteriza por no disponer de suficientes funcionarios de
carrera profesionales y una vez más, motivados al cumplimiento de su labor. La
recuperación de quien debe pagar una deuda con la sociedad está condicionada,
por las reglas de sobrevivencia que establecen los líderes delincuentes de cada centro penitenciario, quienes cuentan
con el beneplácito de corruptos representantes de la ley. Las cárceles son un
centro de negocios donde la extorsión, el secuestro, el robo de vehículos, la
venta de drogas y la prostitución son controladas generando importantes
ganancias.
La realidad es que la
recuperación de la seguridad de los espacios urbanos latinoamericanos es
compleja, pero su abordaje eficiente solo será posible con la sincera voluntad
política de los Estados, la participación del entorno privado y el compromiso
de la ciudadanía.
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