Caducidad de la vida laboral: un sinsentido
económico
Forbes - miércoles, 3 de junio de 2015
Es un sinsentido lanzar al desempleo a gente
que aún tiene mucho que ofrecer, personas cuyo único “error” es que cruzaron
una barrera que fija el tiempo.
Los que critican los postulados de las teorías
neoliberales olvidan la hermosura de las palabras de John Maynard Keynes con
respecto al empleo. Su teoría sustenta que la finalidad última de la Economía
es desarrollar las mejores políticas que propicien un alto nivel de empleo.
Sostiene que todo individuo dispuesto a trabajar debe de encontrar un puesto,
acorde a sus capacidades, en un tiempo razonable. Afirma que el desempleo es
desmoralizador y representa un despilfarro económico, dado que la sociedad
pierde lo que los desempleados podrían haber producido. El estado ideal, en la
teoría keynesiana, se encuentra en el pleno empleo, que es cuando la mayoría de
la gente se gana la subsistencia por medio de un trabajo productivo y tiene la
capacidad de resolver sus problemas cotidianos gracias a su actividad
económica.
Algo, evidentemente, está desastrosamente mal
cuando la gente se agolpa ante una solicitud de empleo y la esperanza de
obtenerlo se convierte en una gran desilusión. Peor, si ése es el sentimiento
extendido en un sector específico de la población. El desempleo generalizado,
que agobia al fragmento de la población que tiene más de 45 años, no sólo es
alarmante, es lastimoso. La desocupación a gran escala de gente que está
dispuesta, capacitada y ha demostrado que tiene las herramientas para
desempeñarse en cierta posición, y aun así no encuentra empleo, es creciente.
Pareciera que la vida laboral del individuo del siglo XXI tiene una caducidad
cortísima.
En una situación, que raya en lo ridículo,
parece que el mercado está castigando a personas que hicieron un esfuerzo por
estudiar, obtener un grado universitario, que trabajaron y fueron capaces de
alcanzar buenos resultados. Se siente como que el único error que se puede
detectar es que estas personas cruzaron una barrera que fija el tiempo.
Entonces encontramos a personas perfectamente sanas, fuertes, capaces y
preparadas que están en una situación de desempleo de la que será difícil
salir.
En los tiempos de la Gran Depresión en Estados
Unidos, la tasa de desempleo aumentó a un 25% a medida que la producción se
derrumbaba. Hoy, aunque las cifras oficiales nos indican que el porcentaje de
la población económicamente activa aumenta, los reclutadores muestran, sin
pudor, los prejuicios que tienen de entrevistar a una persona que sobrepasa los
40. ¿Cuándo dejó de ser valiosa la experiencia?
Si es lastimoso ver a un joven que sale al
mercado laboral a buscar trabajo y no lo encuentra, también lo es ver a personas
en plenitud física y mental, con habilidades probadas y resultados demostrables
que engrosan las filas de desempleo por ser “viejos”. ¿No que los cuarenta son
los nuevos treinta? La situación para este sector de la población se agrava,
pues son personas que tienen obligaciones importantes que atender, es decir,
son padres y madres de familia que tienen que enfrentar los gastos de sacar
adelante a una familia. Es gente que desarrolló un nivel de vida y que lo
perdió, en muchos casos, por cometer el pecado de cumplir años. Muchos optan
por el subempleo.
El subempleo, en la teoría keynesiana, es
también un desperdicio, ya que representa tener herramientas adormecidas que no
son explotadas a su máxima capacidad. Encontramos a médicos manejando un taxi,
a licenciados en gastronomía como meseros, a graduadas de maestría como
secretarias, a personas que ocuparon puestos directivos, en posiciones
operativas. No se trata de juzgar como indignas estas tareas; es sencillamente
que personas con cierta preparación están subutilizando sus capacidades en ese
tipo de actividades.
Otra forma de subempleo es cuando una persona
desempeña una actividad que debería generar cierto salario y está ganando la
mitad o menos, o cuando tiene que cumplir con horarios extendidos o se contrata
en condiciones que están fuera de la ley. En esa condición se prefiere
sacrificar prestaciones o ceder ante ciertas propuestas desventajosas, con tal
de salir del grupo de desempleados. Los empleadores ajustan el precio a las
condiciones de mercado. Al haber tanta oferta de empleados y tan poca demanda
de gente para trabajar, el precio de las posiciones baja.
La situación que Keynes temía era que el
sistema económico en el que vivimos parece capaz de permanecer en una situación
crónica de actividad inferior a la normal durante un periodo considerablemente
grande. Evidentemente, la afectación se deja sentir, la capacidad para generar
empleos disminuye, la demanda agregada baja. Es decir, lo que este sector puede
aportar a la economía, demandando y gastando en el mercado, se inhibe, y tarde
o temprano la oferta generalizada se ve afectada; cada vez serán menos los que
puedan adquirir productos. La economía se contrae.
El remedio al desempleo, según la teoría
keynesiana, es incrementar el gasto público que compense la insuficiencia de la
economía para generar empleos. Aunque hay otras formas. Un país que adormece a
su talento tiene obligación de reactivarlo. Creo firmemente en que el
emprendimiento es una solución factible. Sí, pero para ello se necesitan
estrategias en las que se apoye al emprendedor, en vez de dejarlo solo en un
mar de trámites interminables, de trampas y corrupción.
Me refiero a un segmento de personas que tienen
la edad para generar planes de inversión y tienen las posibilidades para
hacerlo florecer y convertirlo en un proyecto sustentable. Son individuos que
ya estuvieron en el campo de batalla y que conocen las formas para trascender
las debilidades, sortear los riesgos, sacar ventaja de las fortalezas y que
bien merecen oportunidades. Vale la pena otorgarles apoyos.
Este sector de la población, que cuenta con
todas las potencialidades, puede empezar a girar la rueda productiva de la
economía y hacerla crecer. La caducidad laboral es un sinsentido cuando lanza
al desempleo a gente que todavía tiene tanto que ofrecer. Si las autoridades
restringen el gasto público en busca de salud económica, entonces que fomenten
el emprendimiento, que apoyen al que quiere invertir y faciliten ese camino
plagado de gestiones, engaños y corrupción. Sin duda, hemos olvidado la
hermosura de las palabras de Keynes de que todo el que quiera y pueda trabajar
debería de tener un empleo.
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