Dime qué vistes y te diré quién eres
Forbes - lunes, 11 de agosto de 2014
La industria textil contamina de forma
preocupante y concentra la mayor parte de su fabricación en países donde no
existen regulaciones laborales que protejan la mano de obra, ni políticas
empresariales estandarizadas de calidad de vida para los empleados.
Imagina que estás en una conferencia y eres
parte del público que responde a la siguiente pregunta: ¿Cuántas prendas de tu
clóset tienen características sostenibles? ¿Cuántas personas crees que
levantarían la mano?
Recreando este ejercicio entre mis colegas,
ninguno pudo responder como un consumidor común. Sin embargo pudieron
ejemplificar casos reconocidos de marcas como Nike y las camisetas de futbol
hechas de material reciclado, o el programa de H&M Garment Collecting, que
consiste en recibir prendas usadas en las tiendas, a cambio de un descuento en
tu próxima compra.
Pareciera que en la cotidianidad y fuera del
entorno laboral, lo último que pasa por nuestra mente cuando paseamos por un
centro comercial es si los zapatos que “necesitamos” fueron hechos con
responsabilidad social o a través de procesos sostenibles.
Lo que llama la atención es que probablemente
tenemos alguna prenda o accesorio sostenible y no lo sabemos. Y quizá también
desconocemos si nuestras marcas predilectas utilizan materia prima orgánica o
reciclada en su producción; si tienen certificación de Fair Trade (Comercio
Justo para sus productores), o si fabrican prendas veganas que prescinden de
utilizar materiales procedentes de animales.
Las estadísticas muestran que la industria
textil contamina de forma preocupante, al mismo tiempo que concentra la mayor
parte de su fabricación en países donde no existen regulaciones laborales que
protejan la mano de obra, ni políticas empresariales estandarizadas de calidad
de vida para los empleados.
Según el informe Cleaning up the Fashion
Industry, emitido por el gobierno chino en 2012, en este país se manufactura
54% del total de la producción textil en el mundo, lo que va acompañado de 2.5
billones de toneladas de agua contaminada que termina en sus ríos y lagos.
Bangladesh es el segundo mayor exportador textil y ha sido testigo de
incidentes fatales causados por incendios en las fábricas.
Siguiendo la trayectoria del sector, desde
íconos memorables como Coco Chanel o pasando por las imitaciones baratas “made
in China”, las razones que nos llevan a comprar ropa (calidad, precio, estilo
personal o moda) suelen estar desasociadas y distanciadas del proceso y de
quienes trabajan detrás de la elaboración de una bolsa, un par de jeans o unos
zapatos deportivos.
Iniciativas globales, locales o, mejor aún,
impulsadas por emprendedores sociales influyentes, conocidas como moda
sostenible, eco-fashion o slowfashion, comienzan a ser protagonistas,
principalmente en el mundo virtual. Y siendo optimistas, sería acertado pensar
que más temprano que tarde esta tendencia nos salpicará como consumidores que,
conscientemente, le abriremos las puertas de nuestro clóset.
Ejemplo de ello es la campaña Detox de
Greenpeace, en la que 20 líderes globales de la moda como Valentino, Adidas,
Levi’s y Zara se han comprometido a eliminar sustancias químicas de la ropa que
comercializan y a controlar la contaminación del agua. Así como Ropa Limpia,
otra campaña que defiende los derechos de los trabajadores en 14 países
europeos en alianza con organizaciones de todo el mundo.
Y para los fashionistas, la modelo y actriz
Amber Valletta se convierte en emblema global de moda sostenible con un éxito
notorio. Su página www.masterandmuse.com sólo comercializa diseñadores
sostenibles que emergen de una estrategia innovadora, en la que no se sacrifica
el lujo por el aporte social o ambiental, sino que ambos atributos integrados lo
hacen ser un concepto único y exclusivo para un consumidor exigente.
Si somos parte de la Generación X o Baby
Boomers, traemos grabados hábitos de consumo de épocas en que la sostenibilidad
no era tema de conversación. Hasta ahora no se identifica una demanda relevante
hacia los grandes de la moda para que nos cuenten en sus campañas y en las
etiquetas de sus prendas cómo operan sus cadenas de valor.
Un estudio reciente de The World Economic Forum
revela que 61% de los Millennials a nivel global rechaza vestir por “la marca”
y toma sus decisiones de compra buscando productos amigables con el medio
ambiente, porque siente que tiene la responsabilidad de mejorar el mundo. Más
interesante aún, 56% no confía en la publicidad pagada ni en los anuncios
verdes de las empresas.
No es casualidad que los adolescentes nos
sorprendan tomando las riendas de un tema que por décadas pasó inadvertido. El
reto mayor recae en los adultos que aún traemos el viejo chip consumista, y que
desechamos y compramos ropa como símbolo de abundancia y no de
irresponsabilidad.
Podemos escoger quedarnos en el mismo lugar.
Pero si cambiamos se revela un futuro alentador para las siguientes
generaciones.
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