México-EU: ¿integrismo o
entreguismo?
Forbes - domingo, 11 de enero de 2015
Por globalizado que esté el mercado, México es
responsable de salvaguardar sus recursos. Debe proteger su espacio, su energía
y a su gente.
Estas dos palabras, aunque gramaticalmente
similares, encierran una dramática distinción metodológica, cuyas consecuencias
estamos viviendo en carne propia los mexicanos en este periodo de
reconfiguración, y añadiría que apenas comienza.
Durante la presente administración federal
hemos visto este ejercicio avasallador: recordemos la política de cielos
abiertos, que fundamentalmente abre el espacio aéreo mexicano a aeronaves
estadounidenses, igual que el mercado interno, así como espacio en nuestros
aeropuertos.
Sigamos con la reforma energética que apertura,
igualmente a EU, la posibilidad de obtener utilidades a partir de la
explotación de nuestros recursos energéticos, sin mencionar que uno de los
proyectos de infraestructura más importantes en esta materia implica un enorme
gasoducto que proveerá el mayor del consumo de gas en el norte del país.
Adivinen a quién se lo vamos a consumir. Sí, a Texas.
No perdamos de vista que en fechas recientes
también se aprobó la importación de más de 130 transgénicos, la mayor parte de
maíz, lo que implica comprometer grandes extensiones de cultivo por largos
periodos, poniendo en riesgo no sólo la producción endémica, sino también la
supervivencia de especies locales, así como la economía de nuestros
agricultores y, en consecuencia, debilitar la soberanía alimentaria.
Continuemos con las acciones de corte militar y
policial derivadas del Plan Mérida, puesto en marcha con el gobierno anterior
pero consolidado en la actualidad. Hoy es ampliamente conocida la presencia de
fuerzas estadounidenses en nuestro territorio, así como la importación pericial
y armamentista, de la que, dicho sea de paso, también se beneficia la
delincuencia organizada mexicana. Recordemos la Operación Rápido y Furioso.
Hasta lo absurdo se lo toman en serio. Hace
relativamente poco, un legislador estadounidense hablaba de cambiar el nombre
del Golfo de México a Golfo de EU, ¡y ni qué decir del recién transformado 066
al 911!
Podríamos continuar enumerando hechos y
consecuencias casi indefinidamente; la realidad subyacente es una: entreguismo
indiscriminado, cínico y superacelerado.
Dado que la mayor parte de la ciudadanía
mexicana permanece inmutada, dadas estas circunstancias se deben inferir una de
tres posibilidades, más bien una conjunción de éstas: la mayoría está de
acuerdo; son indiferentes sea por confianza en las autoridades, sea por
ignorancia; o bien se están obviando (por decir lo menos) las voces disidentes,
restringiendo su difusión masiva.
Sea cual fuere el caso, debe decirse que el
resultado de dichas acciones no sólo evidencia que han sido negociadas (¿o
impuestas?) en clara desventaja, también que nos colocan aún más abajo de lo
que estábamos, pero esto ¿realmente debe ser así? Veamos.
Es un hecho fehaciente que hoy, más que nunca,
estamos a merced de los vecinos, pero esto ha sido planeado y provocado. Nadie
en su sano juicio, que vele por los intereses de sus compatriotas, entregaría
su soberanía a gajos; entonces, ¿qué es lo que pasa?
Un somero recuento cómo el anterior nos pone en
perspectiva: estamos atravesando una línea de reformas encaminada al
aperturismo, tendencia heredada de múltiples gabinetazos cuya educación
superior ha pasado por las más prestigiosas escuelas estadounidenses. No es
extraño ni coincidente. Si vinieran de China o Rusia estoy seguro que los
beneficios irían hacia allá.
Esto no necesariamente significa que son
funcionarios faltos de capacidad, ni demuestra su ignorancia de criptopolítica
internacional, aunque pueda parecer así; lo que realmente ocurre es que en
dichas instituciones les fue enseñado que este proceso integrador
(globalizador) es inminente, deseable y tan incuestionable como absolutamente
necesario.
Al parecer se lo han tomado muy en serio sin
siquiera dar lugar a estudiar alternativas potenciales, se han desempeñado en
tales labores tan ardua y correctamente que podría decirse que efectivamente
son inmejorables en la puesta en marcha de aquellas políticas. A funcionarios
ejecutivos que obedecen cabalmente un ideario extranjero, les fue dicho que es
vanguardia mundial.
Lo que casualmente no aprendieron, si acaso se
los enseñaron, es que por globalizado que esté el mercado aún, cada nación es
responsable de la salvaguarda de sus recursos, incluida la mano de obra. Dicho
de otra forma, cada país debe proteger su espacio, su energía y su gente
(especialmente la que trabaja).
Dado que el planteamiento globalizador
posneoliberal no prevé, por el momento, la apertura sin condición de la
frontera norte, no existe razón suficiente para ceder; por todo lo contrario,
estamos regalando las cartas que en un momento dado nos permitirían negociar.
Estamos jugando un juego cuyas reglas nos destinan a perder; sin importar
nuestras tiradas, la casa siempre gana.
La actuación razonable pasa por negociar en
condiciones de igualdad. Por ejemplo, si se postula abrir nuestros cielos, la
única posibilidad viable pasa por beneficiar a nuestra industria aeronáutica,
obligando porcentajes mayoritarios de inversión mexicana, mismas libertades en
el cielo vecino, contratos concesionados revocables de corto plazo, así como la
misma posibilidad para países con capacidad, aun cuando ello implique naves de
países que no tengan amistad con EU, etcétera.
Naturalmente que no accederían bajo dichas
condiciones, pero en esto radica exactamente el punto central. ¿Qué nos hace
diferentes, como para que aquellos puedan obtener beneficios y nosotros no?
¿Qué les hace pensar que con el mismo mercado ellos sí pueden lograr desarrollo
y utilidades? Es obvio que si no fuera posible no estarían sobre nuestros
recursos. Significa entonces que es posible y viable, luego nosotros también
somos potencialmente capaces. Debería ser tan sencillo cómo comprar el know how
o, aún mejor, desarrollar el propio; las deficiencias se solventan sobre la
marcha.
Ya oigo las voces diciendo que no tenemos la
capacidad ni el potencial para negociar de tú a tú, y sobran razones para
pensarlo, pero esta visión obedece al mismo sesgo. Podría ilustrarse diciendo
que “el tóner hace lo que la impresora dice porque éste sin aquella no sirve”.
Cierran la boca al hecho de que la impresora es igualmente inútil, incluso más,
dado que el consumible puede usarse en otra impresora, pero al revés no, sencillamente
por la escasez de materia prima.
Esta ilustración simplifica lo siguiente: sin
recursos por explotar no hay dinero (ya de por sí Fiat) ni infraestructura que
valga; es otra forma de decir que no sólo somos indispensables para sostener el
castillo de naipes del vecino. Esta visión nos pone, incluso, por encima de sus
posibilidades, invierte los papeles diametralmente.
Se dice fácil, dirán. Tenemos la desventaja
militar, en primer plano; nuestras reservas en dólares; comercio exterior al
norte, y una PEA que apenas tiene asegurada la comida de hoy, ¿con qué se
supone que podemos reivindicarnos?
Que quede claro que no hablo de socialismo, ni
mucho menos de romper relaciones bilaterales; hablo de sentido común, y desde
aquí parto para las siguientes líneas.
Es cierto que mucha, y cada vez más gente cree
que nuestra mejor alternativa sería volvernos una estrella blanca en un fondo
azul. Probablemente funcionaria para nosotros, pero esto no es lo que está
ocurriendo ni lo que pretenden los tomadores de decisiones. El saqueo no pasa
por ofrecer beneficios sociales de largo plazo, ni de corto; a lo sumo, por
unas cuantas mordidas onerosas de desembolso apenas temporal.
Dado lo anterior es claro que no puede haber
figuras individuales que puedan darle gusto a todos; cualquiera que lo intente
será absorbido y obligado. Ya bastantes botones de muestra tenemos, es un
espiral reciprocante sin salida ni solución.
La única manera que no puede ser corrompida, y
si lo es, al menos será válida, es en la que la propia población toma las
riendas de su futuro asumiendo sus propias decisiones:
Parlamentarismo, referéndum, plebiscito,
candidaturas independientes, campañas políticas (de propuesta, mas no
publicitarias) restringidas a murales únicos en cada población y calcomanías
pequeñas (estilo italiano), con lo cual sería extremadamente fácil controlar
los gastos de campaña. Mecanismos sencillos, claros y difundidos para
revocación de mandato y disolución parlamentaria, también ayudarían.
Estas ideas no son para nada nuevas; de hecho,
se practican con éxito en el mundo civilizado, empoderan al ciudadano, y a los
políticos mexicanos responsables les permitiría lavarse las manos frente a las
presiones externas.
Una reforma política de esta naturaleza
hablaría de una nación independiente, poderosa, soberana y revolucionaria;
hablaría de políticos responsables y dignos. Cualquiera cosa distinta redunda
en complicidad y corrupción.
La figura del general Antonio López de Santa
Anna languidecerá en la historia junto a nuestros contemporáneos. Tenemos
alternativas más dignas. Aun concediendo que la globalización tiende a la
mundialización inminentemente, otros vecinos continentales estarían dispuestos
a estrechar lazos más enriquecedores y justos.
Por mi parte no acabo de convencerme de que con
ello la soberanía siga diluyendo hacia arriba los presupuestos. Hay primero que
poner orden y justicia en casa, robustecer, disminuir rápidamente la brecha de
desigualdad, recelar nuestros recursos, sobre todo diversificar nuestro mercado
y el origen de la IED; recurramos a nuestros muchos tratados comerciales.
El nacionalismo intransigente es una posición
inteligente por unas décadas, mientras aprendemos de lo que ocurre afuera.
Hasta ahora la UE deja mucho que desear y no es tan de reciente creación. No
veo la urgencia de subirnos a un tren que parece moverse hacia atrás.
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