MÁS ALLÁ DE GARGANTA PROFUNDA
Reveladas por primera vez: las muchas fuentes
usadas por Bob Woodward y Carl Bernstein para derribar a todos los hombres del
presidente.
En 2005, W. Mark Felt apareció en Vanity Fair
para revelarse como la fuente secreta más famosa del periodismo. El ex
ejecutivo del FBI de 91 años de edad admitió —con un poco de presión de su
familia— ser Garganta Profunda, la fuente anónima cuya información cuya
información fue vital para numerosas primicias del escándalo Watergate escritas
por Bob Woodward y Carl Bernstein, reporteros del Washington Post, en 1972 y
1973. Parecía haber terminado un juego nacional de adivinanzas que se había
jugado por 31 años.
Pero la aparición de Garganta Profunda en
persona creó nuevas complicaciones, cómo lo observó el erudito en medios de
comunicación Matt Carlson en 2010. Felt, afectado por una apoplejía, fue
incapaz de hablar por sí mismo; simultáneamente, “Woodstein” (como se conocía
internamente al dúo de reporteros en el Post) ya no podían dictar los términos
de cómo pensar sobre Garganta Profunda. La especulación persistió, no sólo
sobre cómo Woodward y Bernstein habían usado las fuentes sino también sobre lo
que Carlson llamó “la precisión en general de la narrativa de Watergate como la
informaron los periodistas”, quienes tienen un interés personal en una versión
glorificadora para sí mismos.
Nada atizó más estas dudas que una biografía de
2012 de Ben Bradlee, el legendario editor de Woodward y Bernstein en el Post.
En Yours in Truth, el autor Jeff Himmelman, un ex discípulo de Woodward,
describió cómo encontró una entrevista grabada mientras Bradlee preparaba su
autobiografía a principios de la década de 1990. En ella, el editor del Post
expresó sus dudas con respecto al retrato que Woodstein hizo de Garganta
Profunda en su libro sobre la investigación, Todos los hombres del presidente.
“Hay un miedo residual en mi alma que no está
del todo claro”, dijo Bradlee al entrevistador en 1990. Himmelman también
descubrió entre los papeles de Bradlee un memorándum de Bernstein que describía
su encuentro clandestino en diciembre de 1972 con una fuente identificada sólo
con el nombre clave “Z”. En Todos los hombres del presidente, la información
que proveyó “Z” estaba a la par que las revelaciones hechas por Garganta
Profunda. Himmelman unió los puntos y cayó en cuenta de que “Z” era un miembro
del gran jurado que había otorgado la acusación original en contra de los ladrones
de Watergate en septiembre de 1972, aunque en su libro, Woodstein negó
expresamente haber obtenido información de alguien del gran jurado. Uno no
tenía que ser escéptico para creer que Woodward y Bernstein todavía retenían la
verdad completa de sus hazañas.
Ahora ha surgido un documento en un lugar poco
probable que da una luz sumamente necesaria sobre el reporteo de Woodstein a la
par que da algo de perspectiva al papel de la prensa en el descubrimiento del
escándalo.
Por si no fuera lo bastante extraño, el
documento —un borrador de un artículo de Woodstein de enero de 1973— estaba
enterrado profundamente entre los papeles de Alan J. Pakula, director de la
película hollywoodense de 1976 basada en el libro de Woodstein y del mismo
nombre. Pakula, quien murió en 1998, cedió todos sus papeles a la Biblioteca
Margaret Herrick de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, la gente
que da los Oscar. La colección incluye su copiosa investigación para Todos los
hombres del presidente, y en muchos aspectos, los papeles de Pakula son mucho
más esclarecedores sobre el libro y la película que los propios papeles de
Woodward y Bernstein, los cuales están almacenados en el Centro Harry Ransom en
Austin, Texas.
Las 15 páginas del borrador del artículo es una
guía sin precedentes de cómo el dúo de reporteros del Post utilizó las muchas
fuentes anónimas que había cultivado cuidadosamente. Por razones desconocidas
—Woodward y Bernstein se han negado a comentar al respecto— los reporteros le
revelaron a Pakula las identidades de algunas de estas fuentes preciadas. Los
nombres están garabateados en los márgenes correspondientes del borrador y
listados en una hoja de papel separada.
Una de las seis fuentes anónimas es el
legendario Garganta Profunda, y no es un personaje compuesto, como a menudo han
alegado los escépticos. Otro es “Z”, el miembro del gran jurado. Tres de las
otras cuatro son una sorpresa. Incluyen a uno de los tres fiscales originales
del hurto de Watergate, un otrora abogado de los acusados, y un agente
republicano cuyo nombre probablemente sea desconocido incluso para quienes
están sumergidos en el conocimiento de Watergate. Si se los junta y pone en
contexto, estas fuentes no sólo revelan la verdadera anatomía de un artículo de
Woodstein sino también una verdad importante del reporteo que le dio un Premio
Pulitzer a The Washington Post en 1973.
“¿Va a salir todo a la luz?”
Es necesario entender los complejos
antecedentes de este borrador de un artículo antes de llegar a las fuentes
anónimas de Woodstein y cómo fueron empleadas.
Por varios meses después del allanamiento de
las oficinas centrales del Comité Nacional Demócrata (DNC, por sus siglas en
inglés) en su complejo de oficinas en Watergate el 17 de junio de 1972, todos
los que el difunto David Halberstam otrora llamó “poderes fácticos” mediáticos
cubrieron este crimen inusual. Time, Newsweek, Los Angeles Times, The New York
Times y CBS Evening News dedicaron recursos significativos a la historia,
aunque ninguno fue más obstinado que The Washington Post. Aun así, la prensa no
tenía mucho más éxito que el FBI y los fiscales federales en cuanto a demostrar
que alguien más arriba que los siete hombres acusados del allanamiento estaba
implicado en el crimen, aun cuando tres de ellos (E. Howard Hunt, G. Gordon
Liddy y James McCord) habían trabajado directamente para la administración de
Nixon o su equipo de campaña.
Incluso para los estadounidenses inclinados a
tomar con seriedad el crimen —y muchos lo desdeñaron como una travesura en año
electoral— el allanamiento no parecía tener sentido. ¿Por qué la Casa Blanca
sancionaría el acopio ilegal de inteligencia cuando Nixon gozaba de una amplia
ventaja en las encuestas? En cualquier caso, la travesura (todavía no era un
escándalo) no estaba teniendo un efecto en la elección.
Después de la victoria aplastante de Nixon en
noviembre, la cobertura mediática se redujo al mínimo, incluida la del Post.
Los reporteros todavía interesados en la historia anticiparon que la siguiente
primicia provendría durante el juicio de los siete conspiradores, el cual
estaba programado para empezar el 8 de enero. Si no había un testimonio notable
o un descubrimiento en la corte del juez John J. Sirica, el interés en la
historia como noticia parecía que se extinguiría por completo.
A la mitad del juicio que tomaría 16 días,
quedó en claro que ni un atisbo de información nueva iba a salir. Cinco de los
acusados (Hunt y cuatro miamenses de origen cubano) se declararon culpables
desde el principio, y el no presentar una defensa significaba que no tendrían
que dar una explicación. Mientras tanto, McCord y Lilly, quienes eligieron
someterse a un juicio, fueron poco comunicativos después de declarar su
inocencia, una declaración que fue especialmente desconcertante en el caso de
McCord, pues estaba entre quienes fueron atrapados con las manos en la masa en
el DNC.
Había toda razón para creer que las preguntas
más serias —la principal entre ellas: ¿quién ordenó el allanamiento y por qué?
— nunca serían respondidas. En medio del juicio, Katharine Graham, dueña del
Post, invitó a Woodward a almorzar, un encuentro descrito con gran detalle en
Todos los hombres del presidente, porque fue el primer encuentro de ella con
uno de los reporteros que estaba metiendo en un lío a su periódico. Con una voz
que apenas ocultaba su aprehensión, ella le preguntó a Woodward: “¿Va a salir
todo a la luz? O sea, ¿vamos a saber todo sobre esto?” Woodward tuvo que
admitir que él y Bernstein no estaban seguros de que el misterio de Watergate
algún día se aclararía.
El 24 de enero, el día después de que Woodward
oyó a Jeb Magruder testificar en la corte —el único alto funcionario de campaña
de Nixon que lo hizo— el reportero del Post le hizo una señal a Garganta
Profunda de que era hora de su primera reunión sustanciosa desde finales de
octubre. Ya desesperado por cuán pocos frutos daría el juicio, Woodstein había
decidido escribir un artículo que agitaría el avispero, revelaría nombres e
imprimiría lo que no se dijo en el juicio: a saber, que altas figuras de la
campaña/administración de Nixon saldrían impunes.
Según el recuento en Todos los hombres del
presidente, la reunión de esa tarde con Felt fue inusualmente frustrante. A
pesar de la caricatura de justicia evidente en la corte de Sirica, Garganta Profunda
parecía displicente y exasperantemente vago, tomando una vez más la postura de
que sólo respondería a la nueva información y no ofrecería alguna. Woodward
condujo la conversación hacia el ex fiscal general John Mitchell y Charles
Colson, asesor de la Casa Blanca, dos altas figuras que habían librado la
acusación y nombres que Woodstein pretendía revelar en el párrafo introductorio
de su futuro artículo.
Felt, según las notas escritas a máquina de
Woodward, dijo que “no [había] algo que él siquiera consideraría como evidencia
circunstancial la cual mostrase que Colson y Mitchell [estaban] involucrados.
Sin embargo, [era] el parecer de los jefes del FBI y [el director L. Patrick]
Gray que Colson y Mitchell estaban detrás de la operación, en especial Colson,
cuyo papel fue activo. La postura de Mitchell fue más ‘amoral’,” dijo Felt,
consistiendo en “dar el visto bueno pero no concibiendo el plan”. Si el FBI no
podía demostrar esta “conjetura de investigación”, opinó después Garganta
Profunda, tampoco pensaba que el Post pudiera hacerlo.
Desesperados por no salir del garaje con las
manos vacías, Woodward resumió el futuro artículo sobre Mitchell y Colson y
preguntó sin rodeos a Felt si él pensaba que el Post había acopiado lo
suficiente para un artículo. Eso debía decidirlo el periódico, respondió
Garganta Profunda, pero Woodward notó que Felt “no parecía impresionado con el
artículo”.
Después de consultar con Bernstein —por
entonces, la única otra persona que conocía la identidad de Garganta Profunda y
la posición extremadamente sensible que tenía— Woodward siguió adelante,
ignorado la reacción poco entusiasta de Felt. Bernstein luego rehízo el
borrador tres veces. El párrafo introductorio fue tomado directamente del
encuentro de Woodward en el garaje con Felt el 24 de enero.
Los investigadores federales concluyeron que el
ex fiscal general John N. Mitchell y Charles W. Colson, consejero especial del
presidente, tuvieron conocimiento directo de la operación de espionaje político
en general efectuado por los hombres acusados en el caso Watergate, según
fuentes confiables.
La “fuente confiable” más fundamental en esta
entrega fue Garganta Profunda, pero Woodstein también entrelazaron citas de
otras cinco fuentes confidenciales y anónimas en el esfuerzo de los reporteros
por producir un recuento convincente de los papeles de Mitchell y Colson.
La primera fuente anónima (aparte de Felt)
mencionó en el borrador a alguien “cuyo nombre aparecía en la lista de
testigos” del juicio en marcha. A esta persona se la citó diciendo que E.
Howard Hunt le dijo que “informes a máquina [de los micrófonos ocultos] iban a
Mitchell” y que Colson había aprobado el allanamiento “porque él es un agente y
se percató de que estas son necesarias”.
Esta fuente anónima, según la guía dada a
Pakula, era Robert F. Bennett, por entonces dueño de Robert R. Mullen Co., una
compañía de elite de relaciones públicas en Washington. Hunt había trabajado en
Mullen medio tiempo mientras también trabajaba en la Casa Blanca como uno de
los “plomeros”, el nombre gracioso que se daba a una unidad secreta que
investigaba filtraciones de información clasificada.
Ese Bennett (quien luego fue senador federal
por Utah) era una fuente secreta que Woodstein conocía de tiempo atrás. Las
audiencias mucho menos conocidas en la Cámara de Representantes sobre Watergate
ubicaron un memorándum de la CIA de 1973 revelando que Bennett “ha estado
proveyendo historias a Woodward de The Washington Post con el entendimiento de
que no habría atribuciones a Bennett. Woodward está adecuadamente agradecido
por las buenas historias y los artículos firmados que consigue y protege a
Bennett (y la Mullen Company)”.
Una segunda fuente anónima, descrita como
alguien “que conoce a los cuatro acusados de Miami”, es citado luego en el
borrador del artículo para corroborar el punto de que Hunt dijo a los acusados
de origen cubano que la operación de micrófonos ocultos “era para Mitchell” y
que “Hunt [le había] reportado a Colson”.
Esta fuente fue identificada en el margen como
“Roth”, también conocido como Henry B. Rothblatt, quien al principio defendió a
los cuatro acusados avecindados en Miami y arrestados en las oficinas centrales
del DNC en Watergate.
En retrospectiva, la cooperación de Rothblatt
con Woodstein no fue tan sorprendente, ya que los abogados defensores a menudo
tratan de armar su caso en la corte de la opinión pública. Pero es más
significativo que para entonces Rothblatt era el ex abogado de los acusados
avecindados en Miami. Ellos lo despidieron semanas antes, con base en que él se
negó a cambiar sus declaraciones por las de culpables. Rothblatt, quien murió
en 1985, luego afirmó que los cuatro hombres fueron inducidos a cambiar sus
declaraciones, y al final él sirvió como testigo de la fiscalía durante el
juicio de los acusados de encubrir Watergate.
La siguiente fuente anónima citada en el
borrador —descrita como alguien “familiarizado con la investigación federal”—
es citada diciendo que Mitchell y Colson “obtuvieron información sobre lo que
se recibió” de las conversaciones intervenidas.
Woodstein reveló que esta fuente era “EE”, las
iniciales de Elayne Edlund, miembro del gran jurado de Watergate que fue
entrevistada en secreto por Bernstein en diciembre.
Se suponía que la identidad de Edlund estaba
tan recelosamente guardada como la de Felt. Ello se debe a que los miembros del
gran jurado hacen el juramento de mantener en secreto los testimonios que se
dan ante ellos y sus deliberaciones. Como se señaló antes, en Todos los hombres
del presidente Woodstein confundió deliberadamente el hecho de que “Z” era un
miembro del gran jurado, fingiendo que ella era una fuente convencional y
afirmando que no habían recibido “ninguna información” de alguno de los miembros
del gran jurado. El papel real de ella sólo se conoció en 2012, cuando Jeff
Himmelman encontró el memorándum de la entrevista de Bernstein con ella en los
papeles de Bradlee. Incluso entonces, Himmelman se abstuvo de nombrar a Edlund,
sin saber que ella había muerto en 1991.
En este punto del borrador, Woodstein recurrió
a Garganta Profunda otra vez —descrito como alguien “que está familiarizado con
la investigación del FBI”— para reiterar su párrafo introductorio: a saber, que
“información en los archivos del FBI muestran que ‘Mitchell estaba involucrado
y sabía’” del allanamiento, pero que todavía había un “debate importante”
dentro de la oficina sobre el involucramiento de Mitchell y “si él había hecho
algo ilegal”.
Felt/Garganta Profunda fue identificado como el
“Chico de Bob” (en la hoja de papel separada) o “Amigo” (en el margen) para
Pakula. Así, Felt fue la única fuente cuya verdadera identidad se mantuvo en
secreto del director de cine.
La cuarta fuente anónima utilizada es descrita
en el borrador como “una entre un puñado de personas enteramente conocedora de
los hechos del caso”. Esta fuente es citada diciendo que “mucho de la
investigación federal se concentró en Colson”, ampliamente reputado como el
verdugo político de Nixon, y que si se hubiera acusado a una octava persona,
“esa persona hubiera sido Colson”.
Esta fuente, identificada en el margen como
“Glan”, y en la hoja separada como “Glanzer”, era, por supuesto, Seymour
Glanzer, uno de los tres fiscales federales que procesaron a los siete acusados
originales de Watergate.
Los fiscales son conocidos por poner a prueba
sus casos en la prensa antes o después de ponerlos a prueba en la corte. Pero
hasta ahora, no se había sabido (aunque algunos lo sospechaban) que uno de los
fiscales de Watergate aparentemente estaba filtrando a Woodstein. Glanzer,
según dice un colega, negaría vehementemente haber hecho esas declaraciones al
dúo del Post, y hay amplias razones para creer que ellos exageraron sus
palabras.
La última fuente anónima empleada por Woodstein
nunca ha sido vinculada a los reporteros. Incluso para las personas empapadas
en las minucias de Watergate, su papel como una fuente de Woodstein será una
sorpresa. Él es descrito en el borrador como “un funcionario de la Casa Blanca
que pidió no ser nombrado”, y fue citado para apoyar la opinión de que “se
entendía generalmente en la Mansión Ejecutiva que Hunt trabajaba en proyectos
secretos para Colson que tenían que ver con la reelección del presidente”.
El nombre “Fleming” está garabateado en el
margen, y “Flemming” está listado en la hoja de papel separada. Según John
Dean, ex consejero de la Casa Blanca, eso significa que era Harry S. Flemming.
Su padre, Arthur S. Flemming, era un reconocido educador y servidor público que
fungió como secretario de salud, educación y bienestar de Eisenhower de 1958 a
1961. Pero el perfil de Harry era mucho más bajo. Durante la campaña de Nixon
en 1968, él fue el nexo entre la campaña y el Comité Nacional Republicano.
Después de la elección, él se unió al equipo de la Casa Blanca como un
asistente especial del personal del presidente, yéndose a los dos años. Durante
la campaña de 1972, Flemming, quien murió en 2003, trabajó medio tiempo en la
campaña y conocía a muchos de los actores claves de Watergate. Pero, como
funcionario de segundo nivel, fue excluido de las reuniones cuando se discutían
temas como la “vigilancia electrónica”, y su conocimiento por lo regular era de
segunda mano.
El mayor escándalo
¿Por qué estaba Pakula, conocido en Hollywood
como un perfeccionista que investigaba sus películas a profundidad, tan
intrigado por este artículo, entre las docenas escritas por Woodstein durante
el otoño e invierno de 1972 y 1973? ¿Por qué Woodstein no sólo le mostró al
director el borrador sino que compartió las identidades de todas menos una de
sus fuentes confidenciales? Irónicamente, todo esto sucedió porque el borrador
del artículo nunca fue publicado en el Post.
Como se narra en Todos los hombres del
presidente, el borrador “produjo el desacuerdo más serio entre Bernstein y
Woodward desde que empezaron a trabajar juntos siete meses atrás”. No importaba
cuántas veces Bernstein pasó el artículo por su máquina de escribir, Woodward
expresaba sus reservas, diciendo que “él no pensaba que debería publicarse
antes de tener mejores pruebas”.
Las dudas de Woodward probablemente se
derivaban de la reacción poco entusiasta de Garganta Profunda, y su comentario
de que el Post tenía pocas posibilidades de tener éxito donde fracasó el FBI.
También, en dos o tres artículos sobre Watergate atrás Woodstein cometió un
error dañino en un artículo sobre H.R. “Bob” Haldeman, jefe de personal de la
Casa Blanca. La Casa Blanca había aprovechado ese error, y la sombra que
produjo sobre el reporteo de Woodstein dejó al dúo pensando que quizá incluso
tendrían que renunciar al periódico.
Bernstein no tenía reservas, argumentando que
el Post no tenía que ofrecer evidencia definitiva. El artículo era lo que “pensaban”
los investigadores, no lo que mostraba la evidencia dura, y con base en ello el
artículo merecía publicarse. La discusión entre los dos reporteros se acaloró
tanto que en más de una ocasión se retiraron de la sala de redacción hacia el
área de las máquinas expendedoras para que pudieran gritarse uno al otro.
Su sociedad —la cual J. Anthony Lukas luego
denominó “una especie de centauro periodístico con una aristocrática cabeza
republicana y escuálidos cuartos traseros judíos”— nunca pareció más ceca de
romperse. Bernstein acusó a Woodward de jugar siguiendo la mano de la Casa
Blanca, mientras que Woodward acusó a Bernstein de tratar de pasar un artículo
por el periódico que podría llevar a otro ataque, todavía más dañino, contra el
Post de parte de Ron Ziegler, secretario de prensa de Nixon. Woodward no quería
repetir ese episodio, sobre todo después de su conversación con Katharine
Graham en el almuerzo.
Pakula hacía una película de “amigos” —la
naturaleza de pareja dispareja de Woodstein fue lo que motivó al actor Robert
Redford a comprar los derechos de transmisión— y el director de Hollywood sin
duda quería saber por qué discutieron tan amargamente a finales de enero de
1973. En retrospectiva, Watergate estaba a punto de convertirse en el mayor escándalo
presidencial desde los sobornos petroleros de Teapot Dome y, pronto, el primer
intento de impugnar a un presidente en 100 años. Así, los reporteros del Post
le dieron a Pakula el tipo de acceso que normalmente se reserva sólo para los
editores de los periódicos.
Después de que Newsweek les mostró una copia
del borrador del artículo, Woodward y Bernstein aceptaron que era “obviamente
auténtico”. Pero dijeron que ellos no sabían cómo Pakula consiguió su borrador
nunca publicado, y por qué (o si acaso) él se había interesado especialmente en
ello.
Ellos no quisieron discutir la revelación de
las identidades verdaderas de sus fuentes, en parte porque la letra en los
márgenes del borrador del artículo no era claramente legible y usó
abreviaturas: por ejemplo, “Ben” (por Robert F. Bennett) y “EE” (por Elayne
Edlund). “Porque no está claro de quién es la letra en los márgenes (no
necesariamente nuestra) y el artículo podría involucrar a fuentes que todavía
viven”, escribió Woodstein en un correo electrónico, “simplemente no podemos
comentar”.
Por supuesto, no importa un ápice quién
garabateó las identidades en los márgenes. Sólo había dos personas que pudieron
haber revelado esa información: una de ellas es Woodward, y la otra, Bernstein.
Probablemente ellos tenían poca dificultad para recordar a quién se referían
las abreviaturas, ya que también le dijeron a Newsweek que el borrador del
artículo “muestra una vez más que teníamos varias fuentes para nuestro trabajo
sobre Watergate, dentro y fuera del gobierno, de muchas y diferentes
instituciones, individuos y posiciones privilegiadas”.
Además de este atisbo a cómo Woodstein
construía un artículo sobre Watergate, el borrador transmite una importante
verdad histórica que frecuentemente se olvida. El escándalo Watergate, que se
desarrolló por 26 meses desde su comienzo (el allanamiento) hasta su final (la
renuncia de Nixon en agosto de 1974), fue una saga extraordinariamente
compleja. Pero a causa de Todos los hombres del presidente y en especial su
adaptación fílmica, la historia a menudo es reducida a una fábula conveniente y
atractiva, la historia de dos reporteros jóvenes y ansiosos que derribaron a un
presidente, blandiendo la verdad como su única arma. O, como lo dice el crítico
Wilfrid Sheed, “a la gente tal vez se le estén borrando los detalles de
Watergate, pero por lo menos recuerda la película: un par de periodistas
metiches y un informante, ¿no fue así?”
El borrador desbarata este mito. El documento
entre los papeles de Pakula, junto con los antecedentes, demuestra que siete
meses después de que los ladrones de Watergate fueron aprehendidos, la prensa
todavía estaba en una posición similar a la de la parábola de los ciegos y el
elefante: todavía batallando para entender qué tenían en las manos. Woodward y
Bernstein no estaban más cerca de revelar quién aprobó el allanamiento de lo
que estaban en junio, y todavía más lejos de exponer la obstrucción de la
justicia que siguió al allanamiento. Y fue el encubrimiento, después de todo,
lo que atrapó a Nixon y puso en marcha la máxima sanción política de la
impugnación.
Si hay más premios que otorgar por resolver el
caso, éstos pertenecen al sistema legal, en especial los tres fiscales —el
antes mencionado Glanzer, Earl J. Silbert y Donald E. Campbell— quienes
implacablemente cerraron las pinzas legales hasta que uno de los acusados
originales de Watergate, James McCord, finalmente rompió filas poco después de
su condena del 30 de enero. La carta de McCord del 23 de marzo al juez Sirica
afirmando que había ocurrido perjurio, entre otros crímenes, durante el juicio
fue un golpe devastador del que la administración nunca se recuperó. Pronto,
todos los involucrados en el encubrimiento empezaron a contratar abogados
—siendo el más significativo John W. Dean, el consejero legal de la Casa
Blanca— y comenzó la carrera para confesar con los fiscales.
Los medios de comunicación, y más
prominentemente Woodstein, merecen un crédito enorme por mantener viva la
historia, sobre todo después de la elección de 1972, cuando el allanamiento fue
tomado con una mezcla de apatía y despreocupación. La disonancia entre los
artículos sugerentes en la prensa y las desdeñosas “negaciones sin negar” de la
Casa Blanca antes de la elección crearon una enorme laguna de credibilidad. La
cobertura de la prensa sirvió como un profiláctico para los fiscales,
permitiéndoles proceder de continuo y sin interferencias, para mantener el
viejo adagio legal de que las “ruedas de la fortuna giran con lentitud, pero
muelen con finura excesiva”. A fin de cuentas, fue la labor del gran jurado de
Watergate y estos fiscales —no la prensa— lo que produjo un mapa de ruta para
todos los casos criminales para cuando se designó un fiscal especial en mayo de
1973.
Bob Woodward y Carl Bernstein sólo fueron dos
entre muchos actores en el drama de Watergate, y tal vez ni siquiera los más
importantes, a pesar de los vastos esfuerzos de Robert Redford en su idolatría.
(El año pasado él produjo otra película de Watergate, esta vez un documental,
All the President’s Men Revisited, que en realidad fue All the President’s Men
Repeated, como lo señaló Beverly Gage, historiadora de Yale, en Slate.)
Watergate siempre sobresaldrá como uno de los
momentos cumbres de los medios noticiosos. Pero como lo demuestra el borrador
entre los papeles de Pakula, incluso con todas las fuentes anónimas que
Woodstein utilizó, el crédito de que se haya justicia debe compartirse con los
procesos legal y congresista. A la era de la adoración al reporteo de Woodward
y Bernstein ya debería ponérsele un final piadoso, y decisivo.
Una nota al pie: “Woodward ahora acepta que el
artículo debió publicarse”, dijeron Bernstein y Woodward en su respuesta
después de ver el borrador del artículo. Sin embargo, de haber sido tal el
caso, The Washington Post hubiera sido avergonzado dolorosamente. En su número
del 29 de enero, la revista Time publicó prácticamente la misma acusación sobre
Mitchell y Colson, lo cual difícilmente sorprende, ya que Mark Felt también
filtraba como un colador a Sandy Smith de Time. Después de que Colson amenazó
con presentar una demanda por difamación por varios millones de dólares, Time
rápidamente se disculpó y se retractó del artículo. Colson hizo muchas cosas,
incluido el participar en el encubrimiento. Pero nunca hubo prueba alguna de
que aprobase el allanamiento con antelación.
En cuanto a por qué Mark Felt era tan
indiferente a esparcir mala información, por ejemplo, hacer parecer a Colson
como la principal alta figura en vez de Mitchell... esa es otra historia.
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