El dilema de Obama con Ucrania:
entre la guerra y las palabras
El Cronista - jueves, 8 de
mayo de 2014
La respuesta de George W. Bush a sus
adversarios revoltosos era bombardearlos, y si no prestaban atención,
bombardearlos otra vez. Barack Obama ha decidido que EE.UU. debe hablar con sus
enemigos; y, si no prestan atención, pues, hablar con ellos otra vez.
Algunos pensarán que esta
caracterización es injusta. Y hasta cierto punto tendrían razón. Pero sólo
hasta cierto punto. Si Bush comprobó hasta la destrucción la idea de que la
guerra era la forma de arreglar el mundo, Obama debió haber aprendido que las palabras
tienen sus propias limitaciones. Si bien de diferentes maneras, los dos líderes
han gobernado durante períodos de importante disminución del poder
estadounidense.
Es mucho más fácil estar de
acuerdo con la fe de Obama en la diplomacia. Después de los sangrientos
estragos causados por personas como los secuaces de Bush, Dick Cheney y Donald
Rumsfeld, EE.UU. necesitaba seriamente un presidente listo para admitir las
realidades de un mundo más multipolar y darle una oportunidad a la diplomacia.
Afganistán e Irak representan
dolorosos testimonios del daño que pueden causar las guerras optativas. Estas
costosas derrotas han hecho que los estadounidenses miren más hacia su país y
rechacen cualquier responsabilidad de mantener un orden internacional basado en
reglas. EE.UU. aún puede darle la espalda al mundo, como lo hizo durante los
años 1920 y 1930.
Del otro lado del Atlántico, las
guerras de Bush reforzaron la inocente convicción de los europeos de que la
conciliación y la concesión son siempre mejores que cualquier cosa que provoque
el riesgo de un conflicto. Esta forma de pensar tiene sus propios ecos en las
políticas de pacificación de los años entre las guerras.
Siria, y más recientemente, la
anexión rusa de Crimea y sus esfuerzos por convertir el resto de Ucrania en un
estado fallido, testifican lo que puede suceder cuando una administración
estadounidense exagera al anteponer la moderación a la determinación.
Yo siempre he pensado que las
menciones de la inexorable decadencia de EE.UU. son ampliamente exageradas. Lo
cierto es que la política exterior de Obama ha provocado que las percepciones
mundiales acerca de la disminución del poder estadounidense estén alejadas de
las realidades económicas y militares.
Estas percepciones son
importantes. Definen el comportamiento del resto del mundo. Yo pasé los
primeros días de esta semana en el foro anual del Asan Institute de Corea del
Sur, en Seúl. En esta reunión de expertos en política exterior hubo gran
cantidad de vigorosas discusiones acerca de quién tiene la culpa de un repunte
del nacionalismo y las crecientes tensiones en los Mares del Sur y del Este de
China. De algo todos estaban de acuerdo: Obama, en gira por cuatro naciones de
la región, se tendrá que esforzar para revivir la reputación de Washington
entre sus aliados.
El avance de Putin hacia Ucrania
tuvo dos explicaciones. La primera, consecuencia del fracaso de Moscú en
obligar a Kiev a unirse a una unión euroasiática, se basó en el concepto del
siglo 19 de que la seguridad rusa depende del control que ejerza sobre sus
alrededores inmediatos. La segunda fue el cálculo de que la desunión europea y
la aversión de Obama a la confrontación aplacaría la respuesta internacional.
Nadie debería reprender a la Casa
Blanca por enviar a John Kerry, secretario de estado estadounidense, a
sucesivas rondas de conversaciones con su contraparte ruso, Sergei Lavrov. Sin
embargo, la diplomacia no funciona en el vacío. Lo que ha faltado ha sido una
señal persuasiva de la determinación estadounidense a imponerle a Moscú costos
más severos.
No estoy sugiriendo que EE.UU. y
sus aliados europeos deberían desenfundar sus armas. Pero Washington pudo haber
reunido (y todavía debería hacerlo) un conjunto de medidas económicas más
severas, incluyendo sanciones financieras, como demostración de su
determinación de defender las normas básicas internacionales de comportamiento.
Por supuesto, algunos europeos
refunfuñarían. Sin embargo, yo creo que muchos aplaudirían secretamente un plan
estadounidense que los obligara a reconsiderar seriamente su dependencia de la
energía rusa y a rechazar los negocios europeos que insisten en que las
ganancias corporativas van primero que las leyes internacionales. Después de
todo, la alternativa es que Europa abandone toda pretensión de
internacionalismo cooperativo y acepte el regreso de los días en que las
fronteras del continente dependían del equilibrio de fuerzas.
Obama y sus colegas líderes de la
OTAN deben fijar un nuevo rumbo este verano, después del retiro de la alianza
de Afganistán. Algunos creen que Putin les ha hecho el trabajo. Sugieren que la
organización puede retomar su antiguo trabajo donde lo dejó y volver a jugar su
papel de guardián de la defensa de Europa.
Lo cierto es que los gobiernos
tienen una tarea mayor. Enviar unas cuantas tropas a Polonia y a los Países
Bálticos no tendría sentido si la alianza no restablece su argumento político
de defensa colectiva. La misión de la OTAN es evitar guerras al fungir como una
fuerza disuasiva creíble. Pero la disuasión solamente será creíble si los
gobiernos restauran su legitimidad ante los votantes que se han vuelto muy
incrédulos acerca de la eficacia del gasto para la defensa.
Ucrania debió haber sido una
llamada de atención para los europeos acerca del regreso de la amenaza a la
seguridad y libertad que han llegado a tomar como un hecho. Las encuestas de
opinión sugieren que ha sucedido lo contrario.
La guerra - fría o caliente -
contra Rusia no es la respuesta. Sin embargo, tampoco lo es la suposición de
que las palabras pueden lograrlo todo. Junto a un acercamiento que le ofrezca
una asociación genuina a una Rusia que acate las reglas, debería haber una dura
réplica al Putin. Buena parte de ello depende de Obama.
Escuché muchas veces en Seúl que
Asia Oriental necesita que EE.UU. sea fuerte. Europa también, aunque no quiera
admitirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario