Anatomía de ... Diego sin mundial
elgrafico.com.ar
La mitología futbolera está
equivocada. La primera vez que le cortaron las piernas a Maradona no fue en USA
94. Se las cortó el Flaco Menotti antes del Mundial 78 y se transformó en un
dolor inmenso que jamás sanó.
Un chico de 17 años llora debajo
de un árbol, a la intemperie de una noche de invierno en el conurbano
bonaerense, y se desespera por cosas de su edad:
“¿Y ahora cómo se lo digo a mi
papá?”.
Podría ser la angustia de un pibe
cualquiera en una noche cualquiera y por un motivo cualquiera, pero es la
reacción de un joven prodigio ante una causa fuera de lo normal. Fue el ahogo
con el que Diego Armando Maradona terminó el 19 de mayo de 1978, el viernes en
que el técnico de la Selección, César Luis Menotti, le dijo que no jugaría el
Mundial 78. Faltaban 12 días para el torneo.
De esa imagen, de esas lágrimas
de Maradona a escondidas, no hay registros fílmicos ni fotográficos, pero sí
testigos. La cuenta, por ejemplo, Carlos Ares, ex periodista de El Gráfico, en
el libro Vivir en los medios, de Leandro Zanoni.
“Aquel día me quedé a cenar (en
la concentración de la Argentina) y cuando salgo del predio, solo, estaba
oscuro, hacía mucho frío y escuché que alguien lloraba. Tuve la imagen más
fuerte que recuerde: era Maradona, sentado al lado de un árbol llorando
desconsoladamente. Le dije lo obvio. ‘¿Sabés los Mundiales que vas a jugar
vos?’, y ese tipo de cosas que uno dice para consolar a un chico. Pero él me
contestaba, llorando: ‘¿Cómo se le digo a mi papá?’. Decía que nunca lo iba a
perdonar a Menotti”, contó Ares.
Es un Maradona justo a mitad de
camino entre dos imágenes icónicas, de esas que vimos decenas de veces, y que
están separadas por 16 años. Si Diego en 1970 era un niño que decía que su
sueño era jugar el Mundial, y el de 1986 fue el héroe de la patria de los
pantalones cortos, aquel de 1978 es el eslabón perdido.
Ocho años atrás anunciaba sus
deseos en un potrero. Ocho años adelante los culminaba en el Azteca. Y en el
medio de ese Nirvana maradoniano, sin que lo hayamos visto, hubo un Diego en el
desamparo. Lo reivindicatorio de ese dolor es que, según contó Maradona en su
biografía, Yo Soy el Diego de la Gente, aquel 19 de mayo de 1978 fue el día que
disparó uno de los secretos de su carrera:
“Ahí, cuando quedé afuera de la
lista de los 22, ‘porque era muy joven’, empecé a darme cuenta de que la bronca
era un combustible para mí”.
Diego tenía 17 años. En
Argentinos Juniors había debutado hacía 19 meses, en octubre de 1976, y ya
sumaba 60 partidos y 23 goles en Primera División. Su promedio de efectividad
avanzaba con la velocidad de un Fórmula 1: de 0,18 en el Nacional 1976 pasó a
0,35 en el Metropolitano 1977, a 0,50 en el Nacional 1977 y a 0,71 en el
Metropolitano 1978, el torneo que se interrumpió durante el Mundial. Una fiera.
Y en el futuro inmediato, con su pie izquierdo como pincel y la bronca como
combustible, lo esperaba la mayor efectividad de su carrera: un gol por partido
en el Nacional 1978 y Metropolitano y Nacional 1979.
Hoy es imposible hasta de
imaginarlo, pero los futbolistas que se preparaban para el Mundial no
estuvieron disponibles para sus clubes durante el primer semestre de 1978:
debían entrenarse y dormir con el seleccionado. En medio de esa restricción,
Maradona apenas jugó un par de partidos con Argentinos en la previa de la Copa
del Mundo, pero una escapada le alcanzó para que en una tarde de marzo le
convirtiera tres goles a Atlanta. O sea, su fábrica mayorista de fútbol ya
estaba abierta. También la goleadora. Pero había dos Maradona antes del Mundial
78. El de Argentinos, que anunciaba la irrupción de un fenómeno. Y el de la
Selección, que para Menotti era una pieza de recambio.
El dato lo explica mejor: antes
del Mundial, Maradona sólo había jugado cuatro veces en la Selección, siempre
en amistosos, y una sola como titular. O sea, no era un indiscutido ni formaba
parte de la estructura central de Menotti. Tres de esos partidos habían sido en
1977, cuando Diego tenía 16 años: el debut contra Hungría, en febrero en la Bombonera,
en los últimos 25 minutos, más otros dos amistosos ante Paraguay por la Copa
Félix Bogado, ambos en agosto, primero en la cancha de Boca –jugó los 20
minutos finales– y la revancha en Asunción –el único desde el arranque–.
La otra presentación fue en 1978,
el 19 de abril, justo un mes antes del corte final. Diego ya tenía 17 años e
ingresó contra Irlanda, pero otra vez sobre el final. Aunque los hinchas habían
coreado su nombre desde el comienzo del segundo tiempo, Menotti lo hizo jugar
tan poco que Clarín analizó: “Entró cuando empezó a caer el telón. No dio para
juzgarlo con demasiada severidad”. Encima el técnico se enojó cuando le
preguntaron sobre el tema: “Maradona entrará cuando me parezca que es el
momento oportuno y no cuando lo pida la tribuna”. Ya en esos días, el
entrenador daba a entender que Diego podría quedar afuera: “Es la
interpretación cabal y genuina de nuestro país. Tiene un gran futuro, pero su
consolidación depende de lo que él haga y de los consejos que reciba de quienes
lo rodean. Ser figura a los 17 años significa un riesgo si no se está preparado
para afrontarlo”.
Un mes después llegó el día de la
decisión: el 19 de mayo llovía en José Clemente Paz, en la quinta de Natalio
Salvatori, otra de las rarezas de la época. A falta de un complejo deportivo y
habitacional propio, la AFA alquilaba una propiedad que disponía, encima, de
una única cancha. De todas maneras, para las pretensiones de la época era
suficiente, y si por algún motivo no podía usarse, los futbolistas se subían a
un colectivo y viajaban para entrenarse en otra canchita ubicada a pocos
minutos. Aquel día, Menotti tenía que restar a tres jugadores de los 25 con los
que contaba: más atrás había quedado una preselección de 40, de los cuales 15
fueron desafectados en un primer corte, entre ellos otro número 10, Ricardo
Bochini.
La última incorporación
contrarreloj para esa lista había sido la de Norberto Alonso, el 10 de aquel
River multicampeón. Testimonios de la época señalan que hubo presiones cruzadas
para su convocatoria. Al Beto lo reclamaba el periodismo –que también exigía
por Ubaldo Matildo Fillol, hasta entonces fuera del radar de Menotti: el Pato
no había atajado ningún partido en la Selección de 1975 a 1977– pero también lo
sugería el militar a cargo de la organización del Mundial, el contraalmirante
Carlos Alberto Lacoste, o al menos eso es lo sostiene Ares en Vivir en los
medios:
“La presión fue real. Pero se
manejó como todas las presiones, sin ser directa (…) Conversaciones del estilo
‘A usted le conviene poner a Alonso para que la gente no proteste y se evita un
conflicto’. Así son esas cosas. Ahí Maradona perdió el puesto”.
Con la llegada de Alonso, Menotti
pasó a contar con cuatro alternativas para el mismo puesto. Además de Maradona
estaban Ricardo Julio Villa y José Daniel Valencia, el 10 de Talleres de
Córdoba que parecía contar con ventaja porque, entre otros motivos, Menotti lo
sentía como propio: lo había descubierto cuando era un chango que despuntaba en
Gimnasia de Jujuy. Si Diego apenas formaba parte del decorado (aquellos cuatro
partidos), Alonso también: en el ciclo Menotti había jugado una vez en 1975,
otra en 1976 y recién volvió para un amistoso en mayo de 1978, a un mes del
Mundial, contra Uruguay. En cambio Villa y Valencia eran la debilidad del
técnico: Valencia sumó 17 encuentros en la Selección de Menotti antes del
Mundial y el jugador de Atlético Tucumán y Racing, una cifra similar: 15.
Maradona conocía el escenario que
lo rodeaba: el técnico lo admiraba pero no se desvivía por retenerlo y los
hinchas, si bien lo pedían, no ejercían un clamor popular. A Diego tampoco lo
defendían presiones mediáticas ni por debajo de la mesa. En realidad, la duda
de Menotti no era mantener o no a Maradona, sino a Humberto Bravo, el 9 de
Talleres de Córdoba. La noche anterior, el descubridor de Diego, Francis
Cornejo, fue a la concentración para visitar al chico que empezaba a percibir
lo que le esperaba. Lo encontró en su habitación: Maradona estaba llorando. Al
día siguiente, por la mañana, Menotti les anticipó los nombres a sus
periodistas de confianza. Y por la tarde juntó al plantel en el círculo central
de la cancha y anunció: “Los que salen son Bravo, Maradona y Bottaniz”.
Es curioso pero, en los meses
previos al Mundial 2014, o sea 36 años después de aquel 19 de mayo de 1978,
Bravo y Víctor Bottaniz lo recuerdan de maneras diferentes. Mientras el ex 9 de
Talleres –hoy comerciante en Córdoba, y todavía vinculado al fútbol en el
asesoramiento de la compra y venta de jugadores– cree que Menotti primero
mencionó a los 22 futbolistas que jugarían el Mundial y después detalló los
tres que habían quedado al margen, Bottaniz asegura que fue al revés. El ex
defensor de Unión, y actual entrenador de la reserva de Atlético de Rafaela,
recuerda que el técnico anunció directamente el nombre de los relegados.
La noticia impactó tanto en los
tres marginados que Menotti suspendió el entrenamiento que tenía pautado.
Maradona contó en su biografía que solamente Leopoldo Jacinto Luque y Américo
Rubén Gallego se acercaron para solidarizarse.
“Y ninguno más. En ese momento
(los otros jugadores) eran demasiado grandes como para gastar palabras en un
chico”.
Bottaniz decidió quedarse con el
plantel durante el Mundial y siguió entrenándose como si estuviese dentro de
los 22 –y hasta vio los partidos en el banco de suplentes–. Bravo durmió esa
noche en la concentración –o intentó dormir, porque no pudo de la tristeza– y
al día siguiente se fue a la casa de su hermana, en Tortuguitas, y en pocas
horas volvió a Córdoba. Antes tuvo tiempo de decirle a Diego:
“Vos tenés 17 años y vas a jugar
muchos Mundiales. Yo tengo 27 años y no sé si llego al próximo”, le confesó
Bravo.
Lo curioso es que Bottaniz –25
años– y Bravo nunca más jugarían en la Selección. Ni siquiera un amistoso. En
cambio a Diego lo esperaban 87 de sus 91 partidos, más cuatro Mundiales: España
82, México 86, Italia 90 y Estados Unidos 94. Pero nada de eso contaba en la
acrimonia de aquel momento: Diego llamó a su representante, Jorge Cyterszpiler,
para que lo llevara a su casa. En esa espera fue que a Diego lo vieron llorando
bajo un árbol. Lo peor, contó Maradona, sucedería después, al llegar a su casa:
encontrarse con el dolor de su familia y en especial de su padre, Don Diego,
que cargaba contra Menotti, justamente el motivo de aquella angustia previa de
un chico de 17 años.
Dos días después del anuncio de
Menotti, el domingo 21 de mayo, Maradona se puso la camiseta de Argentinos
contra Chacarita. Fue por la 15ª fecha del Metropolitano, en La Paternal, y era
el último partido antes del receso en el que entraría el torneo durante el
Mundial. El Diez quería una revancha y la tuvo: Argentinos ganó 5 a 0, Diego
convirtió dos goles y le hicieron un penal que convirtió Jorge López. Otros
medios también le adjudicaron un tercer gol, pero la web especializada
www.estadisticasfutbolargentino.com se lo da a Rubén Favret –o insólito del
caso es que El Gráfico, La Prensa, Clarín y La Razón se lo dieron a Favret,
mientras Goles y La Nación se lo adjudican a Diego, y Crónica tiene una
ambigüedad aún mayor: en la síntesis se lo da a Maradona y en el comentario a
Favret–. Como sea, fue en ese partido que un defensor de Chacarita, Hugo Pena,
le dijo a Diego algo similar a Bravo y a Ares: “Si no fuera porque tengo otra
camiseta, festejaría los goles que nos estás haciendo. Quedate tranquilo que
vas a tener muchos Mundiales más”.
En los vestuarios, después de su
extraordinaria actuación –con la bronca como combustible–, Maradona dijo: “Lo
de hoy no es una revancha para mí. De ninguna manera. El señor Menotti creyó
que yo era el cuarto 10 y me tuve que ir. Yo respeto su posición porque él es
el técnico, pero eso no quiere decir que la comparta. Cuando me comunicaron que
quedaba desafectado me dolió muchísimo. ¿Explicaciones? No, no me las dieron de
ningún tipo. Tampoco las precisaba. Valencia es el mejor 10 y debe jugar, sin
desmerecer a Alonso ni a Villa. Pero es el que tiene más visión de conjunto”.
A su lado, el presidente de
Argentinos, Próspero Cónsoli, se quejaba por lo que suponía un perjuicio
económico para el club: “¿Ustedes vieron los golazos que hizo Maradona y cómo
jugó? ¿Puede quedar un jugador como él afuera del Mundial? Esto nos afectó a
todos. A él, porque imagínense cómo quedó. Y al club, porque había gente de
afuera que lo estaba observando. Ahora será cuestión de armar otra gira
internacional para ponerlo en vidriera”.
Menotti –que fue el técnico que
más años dirigió a Maradona, si se suman los dos que después coincidirían en el
Barcelona– no dio explicaciones en el momento. “No se las di a los jugadores y
tampoco las haré públicas. Les había adelantado que iba a proceder así. De nada
hubieran valido los discursos. ¿Qué ganaban si yo les decía que eran unos
fenómenos pero los tenía que sacar?”, dijo aquellos días. Más adelante, sin
embargo, el técnico explicaría que para su puesto contaba con gente de más
experiencia y en igualdad de condiciones físicas y anímicas: Alonso, Villa,
Valencia y Omar Larrosa. Al margen de las cuestiones futbolísticas, también es
posible que se haya tratado de una cuestión de egos, aunque no deja de ser una
interpretación: que Maradona, una individualidad brillante, desenfocaba en el
concepto colectivo que pretendía Menotti.
Diego estuvo en las tribunas del
Monumental durante dos partidos del Mundial, contra Italia y en la final ante
Holanda. También envió al plantel un telegrama de felicitaciones y, para
festejar el título, se subió a la camioneta del suegro para festejar por Buenos
Aires.
El chico ya no lloraba. Y
preparaba su revancha.
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